Las chicas ya no son lo que eran
La serie 'Girls' es más que un fenómeno de temporada Unos la ven como el retrato de una generación perdida, otros demonizan su crudeza sexual Su creadora y protagonista, Lena Dunham, de 26 años, se ha convertido en un icono
En una de las secuencias de arranque de Girls, su protagonista, una veinteañera licenciada, desempleada y desubicada, se planta en la habitación de hotel de sus padres, dos profesores de visita en Nueva York, que esa misma tarde le han anunciado que no piensan seguir pasándole un dinero mensual con el que sostener su caprichosa vida. Envalentonada por el efecto de una infusión de opio, les despierta en mitad de la noche y les insta a leer en pijama su prematuro libro de memorias. “Creo que soy la voz de mi generación. O, al menos, una voz… de una generación”, afirma antes de desplomarse sobre la moqueta. “Precisamente, concebí ese diálogo cien por cien como un chiste”, explica su artífice, Lena Dunham. “Supuse que nadie se lo tomaría en serio. Y ha resultado ser una de las secuencias que más odios ha desatado. Dicho esto, y dada la repercusión de la serie, puede que sí sea una voz… de una generación”, bromea.
Lena Dunham, que acaba de cumplir 26 años, es la creadora, guionista y protagonista de Girls, la serie más comentada desde Gossip girl. Si esta seguía a los niños pijos del Upper East Side, Girls narra las vivencias de las niñas bien bohemias del downtown neoyorquino. Como todo fenómeno magnificado por las redes sociales, hay quien ha querido realizar a través de ella una lectura de la generación pos-occupy Wall Street. Aunque, como ha escrito el periodista Adrian Chen, “en las últimas semanas, la vida sexual de Lena Dunham ha derramado más ríos de tinta que el gran movimiento popular de nuestro tiempo en EE UU”.
Por mucho que la serie se circunscriba a un grupo demográfico muy específico (chicas neoyorquinas blancas, de clase media alta, con estudios y crecidas en un ambiente liberal), la voracidad 2.0 la ha reclamado como espejo actual de la juventud del descontento. Y a muchos no les gusta lo que han visto. O lo que queda fuera del marco. Cada episodio de Girls, con su apariencia de inofensiva comedia televisiva, discurre como una bomba de relojería esperando a ser desactivada. Si el guion secciona el cable equivocado, la polémica estalla.
Basta con que en el primer episodio echen a la protagonista de unas prácticas no remuneradas porque “la chica asiática además controla Photoshop”, que el amigo con el que se acuesta de vez en cuando le anuncie antes de eyacular que va a dibujar “el continente de África” en su brazo o que no aparezca ningún personaje negro para levantar incendiarias protestas por racista. O que suelte un chiste inconveniente sobre la violación en una entrevista de trabajo para que la tachen de antifeminista. O que medite en voz alta sobre las potenciales ventajas de haber contraído el sida, mientras se le realiza una exploración ginecológica, para ser una irresponsable.
Desventajas de vivir en la era en que la hipercorrección política ha colisionado con el desplome económico y donde ni siquiera la comedia se puede permitir transgredir ciertos límites. Pero es precisamente ahí donde encuentra sus virtudes este simple producto de entretenimiento con cierta chispa intelectual y mala leche contenida. “Resulta interesante que haya desatado tantas visiones apocalípticas por lo irritante que resulta cómo tratamos el sexo, la inmadurez de estas chicas o la ausencia de control sobre sus vidas. Esto no es un tratado sobre mujeres jóvenes echadas a perder, es ficción con un trasfondo cotidiano”, defiende su creadora. “Esperaba que la derecha cristiana le pusiera pegas, pero no su público potencial. Entiendo que muchas mujeres no se sientan identificadas, ¿pero supone eso un problema para relajarse y disfrutarla sin más?”.
Pongámoslo así: si Sexo en Nueva York adquirió cierta notoriedad por situar a sus personajes debatiendo en el asiento trasero de un taxi sobre las dinámicas de poder durante la penetración anal, Girls se salta la discusión en abstracto para pasar a efectos prácticos. Ya desde el principio vemos a Hannah (interpretada por la propia Lena Dunham) despelotada, boca abajo en un sofá, confiando en que su follamigo se haya puesto el condón. Una situación que podría resultar humillante para muchas mujeres, pero que desnuda, en clave de humor crudo, una de las muchas situaciones con las que se puede encontrar la urbanita moderna. Donde Sexo en Nueva York vendía sueños de Visa Oro y romanticismo cubierto de brillantina, Girls sirve una dosis realista de contratos basura y citas sexuales espontáneas con chicos que ni siquiera responden a los SMS.
Su hacedora, lejos de responder a los cánones estilizados, no vive en combate con sus complejos, sino que los sitúa en primer plano. “Esta es mi tesis: no silencies tu cuerpo. Yo soy una persona cero política, pero esto para mí es una especie de declaración política. Sé que a mucha gente le puede molestar, que no quiere ver cuerpos como el mío o como el suyo propio. El mío es así y no vivo mortificada por ello”.
Mientras estudiaba Literatura Creativa en la Universidad de Oberlin (Ohio), Dunham se grabó entrando en biquini en una fuente y lo colgó en Youtube. Recibió más de cinco millones de visitas y todo tipo de comentarios sangrantes. En lugar de esconder el asunto, lo incorporó a su ópera prima, Tiny furniture. La tituló así en honor a los muebles miniaturizados que su madre, la artista Laurie Simmons, emplea en sus fotos. Dunham escribió, dirigió y protagonizó la película con 23 años. Y pidió a su madre y a su hermana que hicieran de sí mismas en una ficción basada en sus propias experiencias: sus trabajos como becaria ad eternum o telefonista en un restaurante, su incapacidad para abordar una relación sentimental y sus catastróficas experiencias sexuales. Cualquier detalle personal pasa al guion: desde sus tatuajes (que acumuló en su época de estudiante: “Para tomar control de mi cuerpo tras ganar peso”) hasta el diario de su propia madre cuando esta tenía 20 años.
Tras esa devoción por la poesía confesional y los libros de memorias se reveló un talento verborreico en sintonía con Woody Allen, Larry David (Seinfeld) o el cómico Louis C. K., en quien Dunham reconoce una de sus máximas inspiraciones. Judd Apatow (Supersalidos, La boda de mi mejor amiga) le escribió un e-mail: “Vi tu película. Y lloré. Lo cual no es raro en mí. Pero también me reí a carcajadas. Y eso sí que es raro en mí’. Y al final añadía: “Si alguna vez buscas que alguien te suelte un montón de pasta para joder tu carrera, soy tu hombre”. Al poco estaban rodando Girls para la HBO. La misma productora, por cierto, que lanzó Sexo en Nueva York. “Yo adoro Sexo en Nueva York, soy ultrafan. Y antes lo fui de Ally McBeal. A pesar de lo que puedan pensar de mí, tengo una debilidad absoluta por las películas, los libros y las canciones románticas”, aclara Dunham.
El reparto principal está compuesto por nombres de procedencia sospechosamente cool. A la propia creadora, hija del pintor Carroll Dunham, se suman Jemima Kirke (amiga suya desde que las dos participaron, con 11 años, en un reportaje de Vogue sobre niñas interesadas en la moda e hija del batería de Bad Company), Allison Williams (hija de Brian Williams, responsable del noticiario nocturno de la NBC) y Zosia Mamet (hija del dramaturgo David Mamet). Así es como encara Lena Dunham las acusaciones de nepotismo: “Nunca pretendí rodar un catálogo de hijos de famoso, ni siquiera caí en la cuenta de eso hasta que me empezaron a preguntar: ‘¿Por qué solo has contratado a hijas de?’. Sé que cuesta creer que fue una coincidencia, así que solo puedo decir que todas ellas poseen una capacidad extraordinaria para comprender el proceso creativo de una serie así. Y es muy probable que se deba a que han crecido en un ambiente liberal desahogado”.
‘Girls’ se estrena el 3 de junio en versión original subtitulada en Canal+ Comedia y Canal+ Xtra.
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