Meritorio Fandiño
La firmeza, la gallardía, la raza y el hambre de este torero no eximen del tremendo sopor vivido
Muy meritoria fue la labor de Iván Fandiño ante el sexto de la tarde. Pero la firmeza, la gallardía, la raza y el hambre de este torero no eximen del tremendo sopor vivido durante toda la tarde.
¡Qué dura la vida del aficionado…! Pagar un buen dinero en los tiempos que corren, sentarte dos horas en una piedra tan dura como lo que es, y aguantar un toro tras otro, grandones, de largos y astifinos pitones, pero llenos de mentiras porque eran borricos sin alma, sin sangre brava, cobardes, acorralados en la puerta de toriles… Y el aficionado, cansado del dolor que produce la espera que más sabe a desesperación que a esperanza, aburrido por tan infumable espectáculo, y pidiendo a gritos en su interior que, por favor, pase cuanto antes este cáliz de sufrimiento.
¡Pues no vaya usted…! Qué fácil es la palabra cuando se carece de sensibilidad. Como si el aficionado, ese que está atrapado por este vicio, por esta pasión, que se ilusiona con el destello del vuelo de un capote, pudiera dejar de ir. Esa es la suerte de los taurinos: que la afición a los toros es una enfermedad que obnubila, que ciega, que hace soñar despierto y aun en las tardes aciagas como la de ayer permite aguantar el dolor del pedregal hasta el final por si, por un milagro, surge la luz que espante la oscuridad de la tristeza.
Y ayer ocurrió, lo que son las cosas… La tarde ya vencida, agotados los cuerpos, y sale el último toro, perdida ya toda ilusión, y acude al capote con tan mustio galope como los demás. Desmonta al picador, que cae encima del lomo negro y logra refugiarse en las tablas. Acude el animal con cierta alegría a los banderilleros, y Jarocho se luce en dos pares de categoría. Pero nadie confía ya. Se parará en la primera tanda, como los demás; ya verás. Pero, no. Fandiño se plantó delante, atornilló las zapatillas en la arena, tiró de la embestida con toda la fuerza de su pundonor, y el toro obedeció, con fijeza, humillado, en una tanda de derechazos honda y ligada que levantó los alicaídos ánimos del respetable. Mejor fue la segunda, aguantando el torero, estoico, las miradas inciertas de su oponente, y los muletazos brotaron templados, suaves y a la vez apasionados. Bajó de tono la labor por la mano izquierda. Dio la impresión, primero, de que faltó mando en la muñeca de Fandiño; quizá, el toro no era el mismo. Volvió a cruzarse Fandiño de nuevo por el derecho, muy valiente, desafiante, y exprimió lo poco que ya quedaba del único toro que sirvió en toda la tarde. Hizo bien la suerte de matar, pero la espada cayó baja, asunto menor cuando se trata de reconocer la meritoria labor de quien espantó el pegajoso fantasma del aburrimiento. Y le concedieron una oreja, la primera que consigue un matador en lo que va de feria. Ya era hora.
El Montecillo/El Cid, Jiménez, Fandiño
Toros de El Montecillo, bien presentados, de vistosa arboladura y astifinos, mansos, muy descastados y sin clase. Destacó el sexto.
El Cid: estocada y tres descabellos (silencio); pinchazo, estocada, dos descabellos _aviso_ y el toro se echa (silencio).
César Jiménez: estocada _aviso_ y un descabello (palmas); tres pinchazos y media (silencio).
Iván Fandiño: dos pinchazos _aviso_ y un descabello (silencio); estocada baja (oreja)
Plaza de las Ventas. 16 de mayo. Corrida de la Asociación de la Prensa Séptima de feria. Tres de entrada. Se guardó un minuto de silencio en memoria de Joselito el Gallo. Asistió la Infanta Elena desde una barrera.
Contada la entonada faena del torero de Orduña, se acabó la presente historia. Los cinco toros restantes de El Montecillos, elefantes o borricos, qué más da, no ofrecieron opciones a la terna, a la que, por una vez, habría que eximir de responsabilidad en el tostonazo.
El propio Fandiño se aburrió ante el rajado tercero, uno de los mansos que buscó la salida como un desesperado.
OVACIÓN: Roberto Martín Jarocho, de la cuadrilla de Fandiño, colocó dos buenos pares de banderillas al sexto de la tarde
PITOS: El sexto toro no salva una descastadísima corrida de El Montecillo
El Cid hizo su primer paseíllo en la feria y se le esperaba con la expectación propia de una figura de la casa. Su lote fue infumable. Su primero, un auténtico cobarde, solo quería morir en paz, y El Cid se empeñó en molestarlo sin éxito. El quinto, un monumento a la sosería.
Y César Jiménez se gustó mucho ante su primero, pero su toreo gustó poco al público. Se miró mucho en el espejo, pero su labor ante la sosería del animal fue larga y anodina. Brindó a la Infanta Elena el quinto -el único brindis de la tarde-, pero el toro, que no se picó, topaba en lugar de embestir.
En fin, que como esto es una vicio, la gente hasta salió contenta. Los aficionados es que no tienen remedio… Están todos enfermos.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.