El idilio estival de Eleanor Friedberger y Nueva York

Eleanor Friedberger (Illinois, 1976) encerró en un disco las tardes de verano montando en bici; el sabor del primer helado; los nervios previos a una cita de esas de amor estival; los días en bañador; atardeceres y amaneceres,… “Y tantos otros clichés”, reconoce la cantante, que aunque a ella le recuerdan sus primeros momentos en Nueva York, tienen esa habilidad atemporal y geográfica para repetirse en cualquier esquina del mundo. Last summer, su primer disco en solitario tras separarse temporalmente de su hermano Matthew, es decir, de The Fiery Furnaces, lleva ya casi un año dando vueltas. “Es algo así como una carta de amor a esta ciudad en la que llevo viviendo 12 años”, explica por teléfono desde Chicago. “Pretendo transmitir esa sensación de primeriza, una perspectiva muy naif a través de mis recuerdos”.

En un ejercicio woodiallense, la artista es capaz de desdibujar rascacielos y neones para dejar Nueva York en un boceto maravilloso que no desmerece a la ciudad gracias al constante flirteo entre su voz –“ahí reside mi estilo”, reconoce sin reparos- y la guitarra. Las 10 canciones de Last summer se mueven entre el pop y el rock con cierta nostalgia del sonido de los sesenta y setenta. “En ese sentido soy un poco aburrida”, dice, “sigo escuchando los mismos discos que cuando tocaba con mi hermano, aunque me permito ciertas licencias como recuperar a Carole King, que antes no hubiera podido”. Sus temas autobiográficos, además, se desgranan sin miedo a la reprobación pública o al cotilleo fácil -sobre todo si se tiene en cuenta que fue novia de Alex Kapranos, de Franz Ferdinand-: “Son tan comunes que ni siquiera siento que me esté desnudando ante nadie”.

Tras una década pegados, los hermanos Friedberger decidieron darse un tiempo el año pasado. Aunque el primogénito ya había probado suerte por su cuenta de manera paralela al proyecto fraternal, a Eleanor le costó un poco más salir del nido. Llegado el momento decidió invertir todo su dinero en sus diarios de estrella del rock. “Escribí y compuse las canciones yo sola”, relata. “Para la producción eché mano de mi amigo Eric Broucek, había trabajado con bandas como LCD Soundsystem y me parecía un reto ver qué salía de aquella mezcla de un experto en dance y una cantautora”.

Para salir de Nueva York, primero pasó por el sello Merge, empujón para que Friedberger comenzara la segunda fase del trabajo: conseguir una banda y tramar una gira. “Lo bueno de Greenpoint [la zona de Brooklyn en la que vive] es que todos mis vecinos son músicos. Solo hay que descolgar el teléfono y tienes a tu disposición a un bajo o un batería”. Sobre la agenda de contactos la idea parecía fácil. La realidad es que casi un año después ha tocado hasta con cinco baterías y solo ahora se siente cómoda con un grupo de músicos con los que pretende grabar su siguiente disco, también en solitario. “No es que no quiera volver con mi hermano, es que de manera natural estoy desarrollando una carrera que me encanta”. Y eso que confiesa que la parte de jefa, al principio, no se le daba muy bien. “Ahora tengo un gran respeto por Matthew, siempre hizo de director musical, es un rol para el que hay que tener una habilidad natural que yo he aprendido a la fuerza”.

No desvela mucho de en lo que anda metida, pero asegura que aunque su trabajo llegue muy pulido a España y con una banda adoctrinada, en sus conciertos se cuelan temas nuevos, algunos de los que formarán parte de su próximo trabajo con “un sonido muy de directo”, dice. Antes visitará el 10 de mayo Barcelona, para al día siguiente pasar por Madrid y el 12 cerrar minigira en Valencia, dentro del ciclo Heineken Music Selector.