Lejía
Hemos dejado fluir el tiempo
sin anotarlo,
como si nuestra educativa vida juntos
no mereciera más que una metáfora:
el chorro que se escurre cada día
por los portales
de las casas del centro
y deja un rastro demasiado oloroso
y molesto, para algunos,
de pureza.
Pero hoy, en un país
extranjero, en un encuentro de poesía
más extranjero aún,
me he vuelto a sentir sólo y he
recordado cuando te escribía (para criticarte
de manera amorosa) aquellos poemas
que mis amigos desprecian,
y he pensado también en la lejía.
A mis amigos no los veo o
los veo poco. Esto ya lo sabes.
Quiero pensar que siguen disfrutando
de las cosas pequeñas,
de la naturaleza antropomórfica,
del vaso de luz tibia (qué buen desayuno).
Pero yo sólo quiero las cosas que envejecen.
Por ejemplo este amor
que nos augura una fecunda
e insoportablemente emocionante,
vista a distancia
(esa distancia de si hubiera muerto)
decadencia.
Lo diré de otro modo.
Sé que no apruebas la inversión de lo bello
por esta especie de complejo de inferioridad
de las parejas (que son subversivas
a su manera). Pero
lo refrenado empuja
y quería decirte que la metáfora
de la lejía
no es gratuita y que te quiero
igual o más y te querré (qué cursi),
aunque arda el suelo que pisamos,
aunque apestemos,
aunque nos dejen solos.
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