Dios y Marx vuelven
Terry Eagleton reivindica un humanismo trágico en cualquiera de sus versiones: socialista, cristiana y psicoanalítica
Infatigable Terry Eagleton (Salford, 1943). Es el más reputado, polémico y activo crítico, teórico y académico inglés, discípulo, como Edward Said, de Raymond Williams. De origen irlandés, católico y formado como estudioso de la literatura inglesa moderna, su objetivo ha sido, a lo largo de su prolífica carrera, la configuración de una serie de versiones remozadas de la crítica materialista. En su tradición, eso supone leer el entramado colectivo y verbal de las obras de imaginación en su movimiento más rico y plural, y a la vez dedicar una atención obsesiva a los conflictos de clase, puesto que la clase ha sido, para los ingleses, una membrana asfixiante de acento, educación, religión y posesiones físicas, sólo transformada, en los últimos tiempos, por otro recipiente aún más asfixiante, el del mercado planetario, con burgueses convertidos en gestores y especuladores, escaladores sociales en brokers, obreros en mano de obra aislada e invisible.
Antes de adaptar la crítica materialista, Eagleton se ocupó de otros cambios de perspectiva dentro de los estudios literarios
Antes de adaptar la crítica materialista a este último proceso, Eagleton se ocupó de otros cambios de perspectiva dentro de los estudios literarios. En 1983, con Teoría literaria: una introducción acusó el impacto de la penetración del estructuralismo y el postestructuralismo en el pensamiento inglés, escéptico ante las veleidades lingüísticas y filosóficas de sus vecinos galos. Ofreció entonces a sus compatriotas adaptaciones comprensibles de ese contingente continental —de extraordinaria solidez, mal que pese a vulgarizadores— que los anglosajones convirtieron inmediatamente en un compuesto idiosincrásico, propio de las universidades norteamericanas, conocido como “teoría francesa”: Louis Althusser (a quien Eagleton adhirió en ese momento), Roland Barthes, Gérard Genette, Jacques Lacan, Claude Lévi-Strauss, Jacques Derrida, Paul de Man, todo aderezado con toques de Martin Heidegger. En 1990 La estética como ideología, con Eagleton ya repuesto de aquella primera impresión, expuso sus objeciones a lo que consideraba un conjunto de versiones diversas de nihilismo idealista y ahistórico: según esta versión, Derrida, De Man y sus seguidores norteamericanos habrían oscurecido el carácter abierto y en constante cambio de las funciones sociales de los productos culturales. En publicaciones posteriores Eagleton estudió y criticó a los representantes de la crítica postmoderna y fue severo con la banalización de la teoría francesa, que en los Estados Unidos, según él, habría derivado en los estudios culturales, culpables de sustituir los conceptos centrales de la crítica materialista —conflictos de clase, históricos o sociales— por los de raza, género y colonialismo.
Hubo, podría decirse, un giro en la carrera de Eagleton: en 2003 publicó una novela autobiográfica, El portero (Debate, 2006); allí dio forma a su propio retrato, y el catolicismo empezó a ocupar un espacio definitivo en su perfil. Lo que hizo a continuación sale de ese ejercicio de memoria: los tres libros aquí reseñados parecen codas a la figura que dibujó en El portero. De 2006 es Dulce violencia, un estudio actualizado de la bibliografía moderna en torno de lo trágico, su definición y su posibilidad en los siglos XX y XXI. Todos los autores que deben estar están aquí, comentados, mencionados, articulados de manera solvente, académicamente útil: de Hegel a Beckett, de Kaufmann a Kafka. A veces Eagleton es apresurado; las transiciones del concepto al ejemplo son abruptas o ingenuas. En ocasiones sus digresiones son ansiosamente moralistas: desde la idea de lo trágico necesita opinar sobre el mal, la injusticia y el absurdo, el maltrato a las mujeres, la esclavitud, la historia de Occidente y el islam.
Eagleton reivindica una especie de “humanismo trágico” y pide menos beligerancia a los liberales y prooccidentales acérrimos
Esa misma ansiedad es la base de Razón, fe y revolución y Por qué Marx tenía razón. El primero no es un libro sobre la religión sino un libro religioso sobre la ausencia de Dios, y sobre sus consecuencias morales y sociales, sostenido, muy británicamente, en una polémica con dos notorios ateos de nuevo cuño, Richard Dawkins y Christopher Hitchens, recientemente desaparecido. Eagleton reivindica una especie de “humanismo trágico (en cualquiera de sus versiones, socialista, cristiana y psicoanalítica)” y pide menos beligerancia a los liberales y prooccidentales acérrimos. Lo que aquí se desarrolla ante una audiencia académica en una fundación dedicada al estudio de la religión y la ciencia de la Universidad de Yale, en Por qué Marx tenía razón adquiere un carácter enteramente ausente de marcas universitarias. En diez capítulos, Eagleton resume los diez prejuicios adversos al marxismo —determinismo economicista, totalitarismo de sus realizaciones concretas, materialismo grosero, optimismo infundado, etcétera— y los responde con una batería de opiniones. No se puede argumentar todo, pero se puede opinar sobre todo. Eagleton elige esta segunda opción, llevado quizá por ese afán ecuménico que obliga, aun sabiéndolo, a no admitir que lo enigmático de la condición humana es su capacidad para llevar la reflexión a vías sin salida. No obstante, el libro obliga a volver a Marx, a leerlo a la luz de Eagleton o contra Eagleton, y a buscar en su extraordinaria fuerza, otra vez, la fuente posible de una salida a eso que en la página 224 de Por qué Marx tenía razón se define como “nuestra tumba”: el capitalismo.
Dulce violencia. La idea de lo trágico. Terry Eagleton. Traducción de Javier Alcoriza y Antonio Lastra. Trotta. Madrid, 2011. 383 páginas. 35 euros. Razón, fe y revolución. Reflexiones en torno al debate sobre Dios. T. Eagleton. Traducción de Albino Santos Mosquera. Paidós. Barcelona, 2012. 218 páginas. 25 euros. Por qué Marx tenía razón. T. Eagleton. Traducción de Albino Santos Mosquera. Península. Barcelona, 2011. 249 páginas. 22,90 euros (electrónico: 28,49).
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