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SEVILLA / FESTEJO DEL DOMINGO DE RESURRECCIÓN
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¡Ay pena, penita, pena...!

Morante, Manzanares y Luque no supieron sacar partido a unos toros descastados Incomprensiblemente encontraron un grupo de incondicionales entre los espectadores

Antonio Lorca
Morante en la faena del cuarto toro en la corrida del Domingo de Resurrección de Sevilla
Morante en la faena del cuarto toro en la corrida del Domingo de Resurrección de SevillaGARCÍA CORDERO

¡Ay pena, penita, pena…!, dijo una voz popular, salida de las entrañas mismas de los tendidos de sol, y nunca como la pasada tarde cuatro palabras definieron con tanto acierto la obra que se representaba en el albero sevillano. Tanto que merecía la pena seguir: ¡…pena de mi corazón; que me corre por las venas, pena, con la fuerza de un ciclón…!

Con las fuerzas, precisamente, que habían abandonado tiempo ha a los toros de Juan Pedro Domecq, otra vez en la Maestranza, otro fracaso, otra chapuza…

DOMECQ / MORANTE, MANZANARES, LUQUE

Toros de Juan Pedro Domecq, anovillados, muy flojos, descastados y bonancibles.

Morante de la Puebla. Casi entera (silencio); pinchazo —aviso— dos pinchazos, tres descabellos —segundo aviso— y dos descabellos (ovación).

José María Manzanares. Estocada contraria y caída (oreja); estocada (ovación).

Daniel Luque. Pinchazo y estocada (ovación); estocada (silencio).

Plaza de la Maestranza. 8 de abril. Inauguración de la temporada. Lleno de "no hay billetes". Se guardó un minuto de silencio en memoria de Juan Belmonte con motivo del 50º aniversario de su muerte.

Al torero moderno le gusta el toro descastado. Esta puede ser la clave fundamental del fiasco ganadero. Porque el toro descastado molesta menos, deja estar, y si aguanta con vida 10 muletazos facilita el triunfo a quienes como Morante y Manzanares poseen suficiente aroma en sus muñecas.

Pena por los toros, chiquitines, con caritas de niños, sin pitones de los que presumir, inválidos, sosos, sin codicia y descastados. Bonancibles, eso sí, hasta dar penita los pobrecitos. Pena por los toreros, figuras los tres, que vienen a Sevilla con esta reata de tullidos a sabiendas de que solo la casualidad les permitirá el triunfo.

Y pena por los espectadores —que no aficionados— que carecen del sentido de la medida exigencia que debe presidir la fiesta de los toros; que lo aplauden todo, que confunden frivolidad con hondura y pesadez con entrega. Pena por este público que cree que el toreo verdadero es la superficialidad que desparramó la terna para ocultar sus pecados. ¡Qué generosidad, qué condescendencia, qué aguante…! Y qué sopor se apoderó de la plaza a medida que pasaba el tiempo y la espesura chapucera se fue adueñando del espectáculo.

Era la corrida inaugural del año, la más importante, la de la gente guapa que acude a la Maestranza para ver, ser vista y escudriñada por el vecino en estos tiempos difíciles en los que, a veces, es más necesario aparentar que ser. Pero así es la vida: detrás de la apariencia y del bello decorado está la realidad; fea y temible, quizá, pero real.

Quizá, Morante, Manzanares y Luque se limitaron a aparentar su condición de figuras. Quizá por tal razón, Morante se eternizó con el birrioso cuarto, un jabonero sucio, sin trapío ni hechuras de toro y con cara de borreguito. Trataban las cuadrillas de fijarlo de salida cuando salió al aire la voz de la canción popular que inmortalizó Lola Flores. Razón tenía el anónimo cantante, pues el animal aguantó una faena larga, larguísima e insulsa de su matador, sin acometividad ni fiereza alguna, como un toro bobo que acude sin convicción ni largura donde lo llaman. Y allí se entretuvo Morante con detalles luminosos, tandas sin enjundia y el delirio incomprensible de un numeroso grupo de partidarios. Sonó la música cuando la faena estaba acabada, y el torero se engalló entonces y dibujó tres derechazos largos, embarcados y rematados con el de pecho, que fue el alegre colorario a un mitin con la espada en las manos. Su primero dejó claro que era un proyecto de cadáver, y el matador abrevió.

Quizá, Morante, Manzanares y Luque solo aparentaron su condición de figuras

Llegaba Manzanares con ese aire de innato triunfador tras el indulto de Arrojado el año pasado. Pero esta vez no sonó la flauta. Se mostró aseado con su primero, otro soso y noble animal con cara de niño, y aseado en este torero quiere decir elegante y aromático. La primera tanda con la mano derecha, larga, templada y ligada, tuvo efímera calidad. Ante la falta de vibración de su oponente, echó manos de sus conocimientos de enfermería y aprovechó su docilidad. Le concedieron una orejita de trámite, sin peso, de esas que se piden sin emoción. Y no tuvo posibilidades en el quinto, al que banderilleó primorosamente Curro Javier en un segundo par extraordinario: aguantó, se asomó al balcón y dejó los garapullos en todo lo alto. Sonó la música en su honor, como debe ser.

Y Luque tuvo dos detalles: uno, su deseo de triunfo; y dos, la sinfonía a la verónica con la que recibió al tercero, lenta y suavemente, ganando terreno en cada lance, sintiéndose y sintiéndonos. Y la banda surgió jubilosa para cantar la obra.

Algo es algo. ¡Ay pena, penita, pena…!

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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