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El mito que se niega a dejar de crecer

Nuevos libros sobre Peter Pan y un ciclo de películas indagan en la perenne influencia de un arquetipo que ha servido para definir un síndrome

Elsa Fernández-Santos
Jerry Lewis en 'Cómicos en París' (1955).
Jerry Lewis en 'Cómicos en París' (1955).

J. M. Barrie escribió que todos los niños, excepto uno, crecían. Pero más de un siglo después del nacimiento de Peter Pan, su famoso niño perdido, sobra decir que el escritor escocés se equivocaba. El peterpanismo, esa tozuda y narcisista resistencia al mundo adulto, es uno de los grandes temas que acecha al hombre contemporáneo. Luces y sombras de Nunca Jamás, polimorfos perversos e infantes póstumos es el ciclo de películas, documentales y conferencias que desde el próximo lunes y hasta el verano organiza La Casa Encendida de Madrid con la inmadurez como tema central.

El ciclo coincide con la publicación de The annotated Peter Pan, de la profesora de Harvard Maria Tatar que, según escribe en The New York Review of Books la novelista Alison Lurie, ya forma parte de la bibliografía fundamental sobre Barrie y su demoníaca criatura. Y coincide, además, con el aniversario del suicido de Peter Llewelyn-Davies, uno de los hermanos que inspiró al personaje. Tras arrojarse en abril de 1960 al metro de Londres lastrado por el peso de un fama que se tornó en maléfica para él y sus hermanos, se llevó a la tumba los titulares de los que huía: “Peter Pan se suicida” o “Muere el niño que nunca quiso crecer”.

Peter Pan aparece por primera vez en 1902 como personaje secundario en la novela El pajarito blanco (recientemente rescatada por Barataria). En 1904 se publicó la famosa obra teatral y, en 1911, la novela Peter and Wendy. Para Alison Lurie, pocos personajes han sufrido tanto el “secuestro” de escritores, dramaturgos y cineastas como él. “Hasta cambiarle la edad, la apariencia e incluso su significado”. Es en ese proceso de mutación por el que discurre el ciclo de La Casa Encedida, comisariado por el crítico Jordi Costa.

En un programa doble que pretende hacer un guiño a una experiencia infantil ya perdida, se propone un recorrido por uno de los grandes temas de nuestro tiempo y por los diferentes tipos en los que ha degenerado. Del Ferdydurke de Witold Gombrowicz (“Frente a la juventud, los adultos son cobardes, serviles, sin energía”, dijo en una ocasión el escritor polaco) a la provocadora Los idiotas, de Lars von Trier, ejercicio agresivo de la inmadurez, o al “tonto” Jerry Lewis de Cómicos en París. Del sueño de Nunca Jamás a las puertas de Disneylandia o a la crepuscular casa deshabitada de Michael Jackson. “Hablamos de la inmadurez como resistencia pero también como patología”, explica Costa, que ilustra esa enfermedad del niño que se niega a crecer con una imagen de la casa del rey del pop muerto: “Con esas estanterías repletas de juguetes junto a otras llenas de fármacos”.

La inmadurez, como tema literario, cinematográfico o artístico tiene para el filósofo José Luis Pardo un nombre propio: “Creo que uno de los que mejor retrató este tema en la cultura contemporánea, y ha dejado profundas huellas en la tradición artística actual, fue F. Scott Fitzgerald, él mismo incapaz de alcanzar la madurez, prematuro en todas las cosas, incluso en el éxito literario, en el fracaso personal y en la muerte. Sus personajes suelen estar atravesados por una extraña herida, por una debilidad que les impide alcanzar una personalidad de una pieza y llegar a hacerse cargo de sí mismos”. Para Pardo, “Fitzgerald alcanzó a dibujar un rasgo de la subjetividad contemporánea —la fragilidad no de tal o cual sujeto, sino de la subjetividad en cuanto tal— que todavía describe nuestra situación”.

Costa sitúa a su primer “polimorfo perverso” en 1927, dos años después de la publicación de El gran Gatsby. Está encarnado en la primera película de Frank Capra, Sus primeros pantalones, en la figura del cómico Harry Langdon. El personaje (un niño grande al que sus padres regalan unos pantalones largos y que en su negación de la madurez intenta matar a su novia) fascinó a la Generación del 27. Su reencarnación en clave pop, apunta el comisario, sería Pee Wee Herman, niño eterno que acabó detenido en un cine porno de Florida.

“Soy circo, lirismo, poesía, horror, alboroto, juego...”, decía Gombrowicz. En 1991 Jerzy Skolimowsky realizó la versión cinematográfica imposible de Ferdydurke. Según Costa, esta obra es la “fuente transgresora de la que surgió uno de los temas arquetípicos de la comedia americana: la vuelta a la escuela”. Billy madison, con un Adam Sandler “cruzando las últimas fronteras de lo irritante”, demuestra que “el cine palomitero quizá no ha leído a Gombrowicz pero, en el fondo, ha asimilado parte de su lección magistral”.

“Siempre me acuerdo de esa serie televisiva que se llama Smallville, en donde Superman ha dejado de ser adulto para devenir adolescente inmaduro”, continúa José Luis Pardo. “La idea de estar constantemente en fase de reciclaje, transición y reestructuración (como lo está el dinero) es la idea-fuerza de nuestro tiempo, para las personas como para las cosas, y ay de aquel que llegue a la madurez (o sea, que no sea capaz de reciclarse, de cambiar de trabajo, de país, de pareja o incluso de sexo si es preciso) porque se habrá convertido en obsoleto”.

Como patología, la inmadurez es eminentemente masculina. Solo Pipi Calzalargas podría formar parte de la pandilla. “En la screwball comedy, donde hay una figura masculina anclada en la inmadurez, surge el lado femenino de la inmadurez”, explica Costa. “Ella llega no para dominar al hombre sino para jugar con él. Son Cary Grant y Katherine Hepburn. Pero el drama surge, siempre llega ese día en el que ella ya no quiere seguir jugando”.

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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