“Se empieza a hablar en Argentina de cosas de las que nunca se habló”
Leopoldo Brizuela tocaba el piano una noche de invierno de 1976 cuando entraron en su casa varios matones de la dictadura militar argentina. Vestían de forma muy elegante. Llamaron al timbre, no rompieron nada, pero portaban cada uno una especie de metralleta en el costado. Brizuela, que entonces tenía 12 años, siguió tocando el piano. La patota, el grupo de sicarios, llamó también en otra casa del barrio y secuestró a una vecina. Más de treinta años después la misma casa fue asaltada por varios policías ladrones. A Leopoldo Brizuela le sobrevino el clic de que todos los vecinos recibieron en su día la visita de los sicarios. Y cada uno calló o lo expresó de una forma distinta. Él nunca se había atrevido a contar nada a nadie sobre aquella noche, ni siquiera a sí mismo. Hasta que hace más de un año comenzó a escribir Una misma noche, novela con la que ganó ayer el Premio Alfaguara 2012.
“Decía Roberto Bolaño que la verdad literaria es la que sale de aquello que uno no le cuenta ni al psicoanalista”, comenta el autor. “Yo seguí tocando el piano y no me acordé nunca de eso. Pero eso nunca dejó de suceder. Sólo dejó de pasar cuando pude contarlo. Y solo he podido relatarlo a través de la escritura, que como ya le he dicho a mi psicoanalista, tiene un poder mucho más fuerte que la palabra hablada”.
En 2008, cuando volvieron a asaltar la vivienda donde un día secuestraron a una mujer, Brizuela le preguntó al dueño de la casa: “¿Usted sabía que aquí ya había entrado la policía en 1976?”. El vecino no sabía nada. “Y quise indagar sobre la responsabilidad que tuvimos cada uno, incluso un niño. En aquella época secuestraban a gente dos o tres años mayores que yo. Siempre se habló de la dictadura militar. Es ahora cuando se comienza a hablar de la dictadura cívico-militar, afrontando la responsabilidad civil”.
La novela fluctúa entre la dictadura y la Argentina de 2010. Brizuela trató de zambullirse en el lenguaje de entonces para rescatar los recuerdos. “¿Qué podían pensar y nombrar los vecinos de entonces, cuando no existía ni el concepto de desaparecido? Entonces se decía: ‘Se lo llevaron’. Sin sujeto. Eso no implicaba una inocencia sino un modo de saber distinto. Todo el mundo sabía algo. Además, mi barrio, que se llama Tolosa y está pegado a La Plata, es muy emblemático en Argentina porque de ahí salieron referentes de los derechos humanos. Hebe de Bonafini [fundadora de las Madres de Plaza de Mayo] vivía a una esquina de mi casa. Estela de Carlotto [presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo], unas cuadras más allá. Y la presidenta, Cristina Fernández, antes de irse a vivir al sur, también era del barrio”.
A Brizuela le tocó crecer en una época y un país en que “se podía hablar de muy pocas cosas”. “Eso puede sonar muy grandilocuente, pero es verdad. ¿Quién que fuera homosexual podía hablar de su condición abiertamente hace cuarenta años? Y como el lenguaje no servía para expresar ciertas cosas, lo hacíamos con el cuerpo. A nadie de mi edad se le ocurría pasar nunca por la acera del departamento de la policía. Y aún hoy, a la gente que tiene 49 años como yo no se le ocurre salir de casa sin documentos, porque sabes que sin ellos corres el peligro de no ser nadie”.
Como un claro ejemplo de las distintas formas con que la gente común puede afrontar un hecho siniestro, Brizuela recuerda la noche en que se encontraba en casa una tía que había llegado del campo. De pronto, empezaron a silbar las balas en la calle. “Nosotros seguimos viendo el televisor y mi madre lo único que dijo fue: ‘Ayúdenme a correr la mesa un poco’. Pero mi tía decía que, por lo menos, nos echáramos cuerpo a tierra. Nosotros, acostumbrados al ruido de las balas, habíamos optado por esa forma de defendernos ante la realidad. Creo que sobre una misma experiencia se pueden utilizar palabras de lo más opuestas: valentía, irresponsabilidad, colaboracionismo… Un chico que sigue tocando el piano cuando llegan dos hombres armados a casa puede ser un irresponsable, un valiente o un colaboracionista. Todo eso, pero también mucho más. Y para entenderlo escribí la novela”.
Cuando se le da la enhorabuena, Brizuela exclama: “¡Qué palabra más bonita, enhorabuena! Aquí la estamos perdiendo, solo se dice felicitaciones”. Brizuela es descendiente de emigrantes catalanes que llegaron a Argentina en el XIX. “Mi madre, que ahora tiene 90 años, siempre escuchaba coplas españolas y republicanas. Y yo, en 1986 viajé a Francia y a España un poco persiguiendo ese mito de que uno se tiene que formar en Europa. Viví en el Madrid maravilloso de Tierno Galván”.
El pseudónimo con el que presentó la novela es Picwick, personaje de Dickens. “Amo su escritura y, sobre todo, su alegría”.
Babelia
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