Dos estrellas, dos mundos
La rivalidad entre Magic Johnson y Larry Bird puso en órbita a la NBA en la década de los ochenta
Larry Bird y Magic Johnson protagonizaron entre 1979 y 1992 una rivalidad que ha pasado a la posteridad, un pulso que trascendió lo estrictamente deportivo. Los duelos entre las dos figuras del baloncesto simbolizó la pugna socio-cultural de dos maneras de ver la vida en la sociedad estadounidense. Encarnaron las dos caras de la moneda: Boston y Los Ángeles, el Este y el Oeste, el blanco y el negro, la austeridad por bandera y la imagen glamurosa, el verde y el amarillo, el frío y el calor, una rivalidad universal al estilo de los Yankees contra los Red Sox en el béisbol, o de Muhammad Ali y Joe Frazier en el boxeo.
La pugna entre aquel muchacho de la sonrisa permanente y el rubio de modales austeros se engendró en la final universitaria de 1979, entre Michigan State e Indiana Sate, la más vista en la historia del baloncesto. Aquél día ganó Magic, pero fue solo el preludio de un pulso. Magic emprendió rumbo a Los Ángeles para enrolarse con los Lakers y Bird se fue a Boston para vestir el uniforme verde de los Celtics.
Era el escenario ideal, soñado probablemente por David Stern, el abogado de Nueva York, de origen judío, que ese mismo año ascendió al cargo de vicepresidente ejecutivo de la NBA y que en 1984 se convirtió en el comisionado, es decir en el mandamás de la Liga. Durante 14 años, los Celtics de Bird y los Lakers de Magic, se enfrentaron de manera directa en 18 ocasiones en la fase regular de la Liga y 19 veces más en los playoffs.
No ocupaban la misma posición en la cancha y de hecho pocas veces tuvieron que marcarse de manera directa. Medían lo mismo, 2,06 metros, pero Magic era un rara avis porque a pesar de su altura era el base, el jugador eléctrico, imaginativo, versátil también, el impulsor de lo que se dio en llamar showtime. Y además, mediático. Bird, en cambio, era un tipo de pocas palabras, poco dado a explayarse ante los periodistas. Jugaba de alero y era un tirador superlativo con un estilo atípico.
No mucho más tarde, en 1984, Michael Jordan se incorporó a la NBA. Pero lo de Jordan fue otra cosa, el reinado indiscutible de un jugador por encima de todos los demás, sin discusión, el monólogo de un rey único. En cambio, Magic y Bird, Bird y Magic, no se entienden el uno sin el otro. Bird reconoce que no conocía a la mayoría de sus rivales más que por el nombre que llevaban bordado en la parte posterior de la camiseta, con la excepción de Magic. Una de las cosas que hacía nada más levantarse era informarse de las estadísticas de su rival en el partido de la noche anterior. Y Magic, por su parte, suele explicar que el único rival que le provocaba insomnio los días previos a sus partidos, era Bird.
Su rivalidad avivó el interés de millones de aficionados de todo el mundo y aceleró el tirón del baloncesto y de la NBA, que antes de sus llegadas estaba atravesando una importante crisis. Bird ganó tres anillos con los Celtics y Magic, cinco con los Lakers. En 1992, en los Juegos Olímpicos de Barcelona, se constituyeron en compañeros en el mejor equipo de baloncesto de la historia, el Dream Team, la selección de Estados Unidos.
Ambos mostraron que el tipo de juego individualista que imperó en los setenta, podía ser sustituido por un estilo colectivo, explosivo y mucho más cautivador para los aficionados. Como escribió Bird: “Teníamos la misma locura por llegar a la excelencia. Muchos tipos podían anotar, rebotear, hacer jugadas espectaculares… nosotros dos podíamos hacerlo todo”. Su calidad y al mismo tiempo su rivalidad elevó el juego a otra dimensión, una estela en la que se miran todas la estrellas de la NBA.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.