'Incendis': todos los fuegos / el fuego
Oriol Broggi ya es uno de los grandes: la joya de su corona es la extraordinaria pieza de Wadji Mouawad, que arrasa en el Romea, con un elenco superlativo en el que relumbran Clara Segura y Julio Manrique
Vamos de incandescencia en incandescencia: en Madrid, Follies; en Barcelona, Incendis. Vuelen al Español, vuelen al Romea. Ese es el gran puente aéreo teatral del momento (y de mucho más que el momento). Enormes funciones, palabras mayores, intensas sacudidas emocionales y estéticas. Obras que son actos de afirmación de la vida, humildes y grandiosos; obras necesarias porque buscan y crean belleza. Tras Luces de bohemia, Oriol Broggi y la banda de La Perla han abordado el montaje de la gigantesca pieza de Wadji Mouawad, que el propio autor dirigió en el Matadero en 2008 y repuso en 2010. Sensación de poderío exultante, absoluto y múltiple. Poder del espacio, nada más entrar. El Romea nunca había estado así, que yo recuerde. Un círculo de arena se desborda sobre las primeras filas: Broggi y Sebastià Brosa se han traído su tierra y su perfume de la cripta de la Biblioteca de Cataluña, sede habitual, y el Romea parece ahora la respuesta catalana a Bouffes du Nord. Paredes cubiertas de púrpura carbonizada, como si el teatro hubiera ardido. Mínimos elementos: una mesa, unas pocas sillas. Una sábana para cuando se requiere proyección; sábana que puede ser telón bajo, de cómicos de la legua, o pincelada de jaima. Todo apunta en una misma dirección: el texto y los actores son los protagonistas absolutos. Espectadores en platea y en la trasera del escenario, para acrecentar la cercanía. Poder de la narración, en vibrante versión catalana de Cristina Genebat: Incendis (Incendies, 2003) es un gran relato, con la fuerza y el vuelo mítico de una leyenda inmemorial, de anteayer y del principio de los tiempos; y una saga, una indagación, una tragedia salvaje. Tres historias troncales. La historia de Nawal Marwan, desde su adolescencia hasta su muerte y más allá; la muchacha libanesa que aprende a leer y escribir para salir de la miseria; la mujer que vive el horror y busca a su hijo perdido y quiere vengar a los suyos; la Mujer Que Canta (esa es la doble cifra de su leyenda); la mujer que decide guardar silencio para siempre. Tras su muerte, un mandato para los hijos: buscar a un padre y un hermano ignorados. El viaje de ambos es la segunda historia; lo que descubren es la tercera. En el centro de las tres, la guerra del Líbano, sin que nunca se pronuncien los nombres de los contendientes: la guerra, a secas. Mouawad, canadiense adoptivo, imagina y construye como su paisano Lepage: múltiples afluentes para un solo río de dolor y redención; piezas misteriosas que poco a poco van encajando en el rompecabezas: la chaqueta de tela verde con el número 72 a la espalda; la lápida sin nombre ni epitafio; el cuaderno rojo. Poder de la puesta: Oriol Broggi ya es uno de los grandes. Tres horas y cuarto que se siguen sin perder comba. Ni una escena de relleno, ni una bajada de tensión: aquí todo quema, y cada llama genera la siguiente. El autor pasa de lo cotidiano a lo épico, levanta escenas simultáneas en tiempos distintos, y Broggi nos lo hace ver con la clara magia y la fluidez del primer Théâtre de Complicité: La calle de los cocodrilos, Las tres vidas de Lucie Cabrol. Un giro, un gesto, y los personajes pasan de la vejez a la juventud y viceversa; una salpicadura de agua tumba en la lona al boxeador Simon; un breve surtidor de sangre empapa la arena tras una matanza. E incluso se permite la pirueta de salir por un instante de la ficción (teatro dentro del teatro) para presentar a un personaje, ya verán quién y cuándo. Poder de los actores: energía constante y proteica para sostener el torrente de emociones del texto, para triplicar y cuadruplicar personajes. La extraordinaria Clara Segura es Nawal, joven y enamorada y madura y doliente, y su hija Jeanne, que abandona su mundo profesoral para seguir sus pasos; Clara Segura que nos estremece cuando a Nawal le arrancan al hijo, y en el relato de la masacre del autobús, y en la portentosa escena de la despedida a Sawda, y en el careo con su violador y torturador. Impresionante, arrasador también Julio Manrique: es Simon, el gemelo de Jeanne, un boxeador furioso que parece salido de una película de Jacques Audiard, y es Wahab, el gran amor de Nawal, y el muy lepagiano personaje del enfermero Antoine, que grabó 500 horas de silencio y ayudará a Jeanne a reconstruir la peripecia de su madre, y el terrible Nihad, el guerrillero psicópata, a caballo entre Dennis Hopper en Apocalypse Now y Michael Keaton en Bitelchus. Hacía tiempo que queríamos ver a Marcia Cisterò desplegando sus plenos poderes y llegó el momento: es Jihane, la madre de Nawal, y su abuela Nazira, y Sawda, su amiga del alma. Grandes momentos: la escena de la promesa; la atroz evocación de las muertes en la escuela de Kfar Rayat y el miliciano exigiendo a una mujer que salve a uno solo de sus tres hijos. ¡Y qué bien canta esta actriz, qué pureza en su tono! Claudia Font es el fantasma de Nawal, tan luminosa y evanescente como los jóvenes espectros de las coristas en Follies. Xavier Boada compone de maravilla el precioso personaje de Hermile Lebel, un notario casi balzaquiano cuyo coraje y obstinación se convertirán en el motor de la aventura de Nawal y Simon. De Xavier Ricart retendré dos encarnaciones estremecedoras: el soldado que cuenta cómo se saca un cuchillo clavado en un cráneo y el monólogo culpable de Fahim, asesino de niños transmutado en conserje. Hacía tiempo (culpa mía) que no veía a Xavier Ruano y lo he reencontrado con una mirada más sabia y adensada que nunca, y con una precisión gestual que lo emparenta con los actores de Brook: ahí quedan sus perfiles de Ralph, el entrenador de Simon; del viejo Abdessamad, que conoce todas las historias, y de Chamseddine, el jefe de la Resistencia. Cuando llega el final y escuchamos las últimas cartas del cuaderno rojo, un silencio atronador y conmovido cubre el teatro como una lona. Luego comienza la lluvia: acaba Incendis y comienza su recuerdo. Hay que celebrar por todo lo alto que la compañía de Broggi haya abordado y producido esta gran aventura, y que un teatro privado les haya abierto sus puertas. Triple brindis, pues, para La Perla 29, para Julio Manrique, director del Romea, y para la empresa Focus: pueden sentirse muy orgullosos.
Tres horas y cuarto que se siguen sin perder comba. Ni una escena de relleno, ni una bajada de tensión: aquí todo quema, y cada llama genera la siguiente
Incendis, de Wajdi Mouawad. Traducción de Cristina Genebat. Dirección de Oriol Broggi. Teatre Romea. Barcelona. Hasta el 22 de abril. www.teatreromea.com.
Follies. Libreto de James Goldman. Música y letras de Stephen Sondheim. Traducción de Roser Batalla y Roger Peña. Dirección de Mario Gas. Dirección musical de Pep Pladellorens. Teatro Español. Madrid. Hasta el 8 de abril. www.teatroespanol.es.
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