Muere el genio de la trompeta clásica Maurice André
El músico falleció en el País Vasco francés donde vivía retirado
El trompetista de música clásica Maurice André, figura cumbre de los grandes solistas del siglo XX, falleció anoche a los 78 años en Bayona. Las causas de su muerte no han sido todavía precisadas por su familia. Desde 2004, cansado ya la primera línea profesional, el músico no había vuelto a ofrecer conciertos.
Nacido en 1933 en Alès, André se vio obligado a trabajar en la mina durante su adolescencia, pero alternó esa labor con las lecciones de música que empezó recibiendo de su padre, un apasionado de la música clásica. A los 18 años, aquejado de una enfermedad pulmonar, cuentan algunas fuentes, consiguió ingresar en una banda militar y obtener una beca para estudiar en el Conservatorio de París. Con los años, y después de ganar los principales concursos musicales de su categoría, se convirtió en una figura imprescindible de la trompeta, quizá el más grande que haya dado el instrumento en el siglo XX y referencia para la mayoría de intérpretes que le seguirían después. Grabó con los mejores directores y orquestas del mundo más de 300 discos. En 1954 interpretó la banda sonora de La Strada, de Federico Fellini.
Uno de sus grandes logros fue dotar de gran relevancia al instrumento que tocaba introduciendo también la trompeta piccolo en el repertorio barroco y animando a muchos compositores a componer para el instrumento. "La trompeta es un instrumento difícil”, señalaba. “Suscita reacciones ambivalentes: ha tenido un uso guerrero, el sabor del triunfo y del desfile, sus orígenes bíblicos en la imagen del Apocalipsis. Pero además, sabe hacer bailar a las chicas en las fiestas populares”.
Uno de los hitos de André fue ganar en 1963 el prestigioso premio de la ARD de Múnich, nunca antes conseguido por nadie en esa categoría. Después de 48 años, el tercer trompetista de la historia en lograrlo ha sido el solista español de la ONE Manuel Blanco. A sus 26 años, es un ferviente admirador y discípulo de André, a quien visitó en su casa de San Juan de Luz hace tan solo un año. “Para mí ha sido el solista más grande del siglo XX. Tenía una gran humanidad y una humildad enorme. Fue una tarde increíble, toqué para él y, pese a que iba en silla de ruedas y estaba delicado, me corrigió con una energía impresionante”, recuerda Blanco. “La calidad del sonido y su musicalidad eran deslumbrantes. Ningún trompetista ha vuelto a grabar con ese sentimiento y sonoridad. Él convirtió la trompeta en un instrumento concertista. Si yo puedo dedicarme a esto hoy es gracias a él”, insiste Blanco.
A principios de los noventa el trompetista, padre de dos hijos, abandonó París y fijó su residencia en el País Vasco francés, donde se retiró casi por completo del mundo de la interpretación y se centró en otra de sus pasiones, la escultura en madera. “Mi éxito se lo debo en un 60% al talento y en un 40% al trabajo. Incluso trabajando como un loco y como se debe, ello no sirve de nada si no se tiene talento”, llegó a decir André, según recoge EFE, declarado reacio a la música contemporánea por considerarla “un ruido” que le recordaba demasiado a la mina.
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