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Una noche de risa y diplomacia

La familia del cine español desterró viejos victimismos y luchas de egos

Jesús Ruiz Mantilla
El actor José Coronado tras recibir el Goya a la mejor interpretación masculina protagonista, por su papel en 'No habrá paz para los malvados'.
El actor José Coronado tras recibir el Goya a la mejor interpretación masculina protagonista, por su papel en 'No habrá paz para los malvados'.BALLESTEROS (EFE)

Quién los ha visto y quién los ve… Así ya tan talluditos, tan bien plantaos, tan guapos, antaño cañeros y hinchapelotas y ahora tan bien vestidos, tan educados, tan elegantes, tan diplomáticos.

A sus 26 años, los Premios Goya ya son un espectáculo más que digno, con pocos altibajos –la ausencia de publicidad en TVE ayuda al ritmo- y picos estelares tan solo empañados por algunos discursos interminables. Discursos que no cesaban ni ante el aviso primero de los propios encargados de la gala para que fueran al grano, en plan: apaguen sus teléfonos móviles.

Ni la crisis empañó anoche el glamour creciente que ha marcado las últimas ediciones y que parece ya asentado. Se la mencionó como a una amante revirada o una losa que machaca nuestras expectativas y nuestras conciencias. Pero no hizo decaer la moral y el buen rollo que imperaron gracias a la brillante manera de llevar el timón que mostró Eva Hache y a la intervención magistral –lo mejor de la gala- de Santiago Segura. Su cruda y desternillante descripción de la votación callada e íntima de un académico fue un hito de gran comediante.

Crecen los Goya en afinar el tiro, crecen en luminosidad y sentido profesional. Lejos quedan aquellos pañales en los que teníamos que soportar para la fiesta la ausencia de etiqueta y la falta de gracia y estilo en los guiones.

Pero si algo demostraron ayer los profesionales del cine es que crecen en sentido común hasta el punto de parecer haber cursado un máster en diplomacia vaticana. Mucho en eso tiene que ver el actual director del gremio, Enrique González Macho, que sabe de eso pero también de navegar por las procelosas aguas de un negocio siempre arriesgado. Quizás por eso, en su discurso, advirtió, zorro viejo, que si bien todos somos internautas, es decir, usuarios y potenciales piratas, el negocio no ha llegado a la red.

El mundo del cine se comportó. En ese gran escaparate que es su fiesta dejó atrás los ataques de infantilismo de hace años, cuando un director, sino era premiado como su ego medía los índices del merecimiento, se largaba. Por eso fue bueno encontrar a Pedro Almodóvar ayer en primera fila después de que firmara la paz el año pasado gracias a los méritos de Alex de la Iglesia. Las gafas negras que no se quitó, despistaban. Pero su encaje daba prueba de que en eso también vamos mejorando.

No es para menos. Y él, que viaja tanto por Hollywood, habrá aprendido muchas lecciones de los grandes. ¿Se imaginan una entrega de los oscars sin Steven Spielberg, Scorsese o Coppola, tantas veces despreciados cuando merecían todo el reconocimiento en pos de peliculillas que después han pasado al olvido? ¿Creen posible que esos maestros siempre dispuestos a acudir a cualquier sarao que les pidan se atreverían a despreciar a sus colegas con cortes de manga de pataleta mal digerida?

Hasta los egos del cine español parecen hoy ponerse al servicio de una causa común, a no despreciar a las instituciones por rabietas sin sentido. Ayudaría también que el ministro de Educación y Cultura cambiara el gesto. Tuvo mala suerte con la realización televisiva el debutante José Antonio Wert. Cada vez que le enfocaban parecía un candidato a actor revelación por un papel de malo. Daba la impresión de haber acudido de mala gana, dispuesto a lidiar con un colectivo belicoso y conflictivo con el poder. Pero el hecho de haberse topado con ese dechado de sonrisas diplomáticas bien le hubiera permitido mostrarse un poco más amable de lo habitual. La sonrisa es glamour, señor ministro, no la pierda. O si bien, usted que sabe tanto de catar la opinión pública busque buenos asesores.

Por lo demás, hubo reparto en los premios, como en la casa de los pobres. Ninguna de las películas finalistas era redonda y quizás por eso imperaba esa justicia equitativa. No habrá paz para los malvados se impuso al final con la dirección y la mejor película. Pero los premios para La piel que habito y La voz dormida no las dejaron en mucha desventaja. Así que a seguir sonriendo, queridos cineastas. A seguir portándose, que viene tormenta. Y al mal tiempo, buena cara.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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