La canción más tierna del mundo
EL PAÍS regala el domingo 'Desayuno con Diamantes', con Audrey Hepburn
Es una mujer con ambiciones, una belleza que magnetiza. Es alguien también que aparenta tener un dinero que no posee, viaja en taxi, va a fiestas elegantes, pero siempre lleva el mismo vestido negro aunque con distintos accesorios. Holly Golightly, una chica de compañía, quiere ser subir en la escala social, y sin embargo no prospera. Ni habiendo dejado atrás su nombre: Lullamae, que ha cambiado por el más sencillo de Holly. Para Truman Capote, el creador de esta sirena varada en mitad de Nueva York y cuya cola empieza a oler a podrido, Golightly, la protagonista de Desayuno con diamantes, tenía el rostro de Marilyn Monroe, y en su adaptación al cine lo vio clarísimo: Marilyn era la actriz a contratar.
Por su parte, Lee Strasberg avisó a su protegida del peligro que entrañaba encarnar a una chica acompañante. Los productores del drama dudaron y finalmente, tras descartar a Jean Seberg, a Kim Novak y a Marilyn, volaron a Suiza a por Audrey Hepburn. Aceptó el papel, pero pidió un cambio de director: no conocía a John Frankenheimer. Adiós a Frankenheimer, hola a Blake Edwards.
Desayuno con diamantes era una novela, estupenda, de Truman Capote; después fue una excepcional película, un regalo para el cinéfilo, una oda a la belleza de Audrey Hepburn y a su talento. Porque con un bonito rostro, y ella lo tenía, no se puede componer un personaje tan complejo, tan rico en matices y dolor como el de Holly, que empieza a enamorarse de su nuevo vecino, encarnado por George Peppard, un escritor que, desde luego, no le servirá para ascender. La novela se desarrollaba en 1943, la versión cinematográfica en los años sesenta, y quien tomara esa decisión para acercar la historia a un tiempo más liberal acertó... aunque el flirteo de Holly con la bisexualidad se borró del guion para que Hepburn no se sintiera incómoda con el personaje.
Hepburn es uno de los rostros más famosos del cine, y Desayuno con diamantes, uno de sus trabajos determinantes. Curiosamente, años después, la actriz confesaría que nunca se sintió cómoda con el personaje, que creía no haber sido la adecuada para dar vida a Holly, y que lo más horrendo que tuvo que hacer jamás en un rodaje le pasó en esta tragicomedia: arrojar a un gatito a la calle, donde una lluvia mojaba sin compasión al minino. Chica sensible.
Hoy en día, en la memoria colectiva occidental, además del inicio ante el escaparate de Tiffany’s, resuenan los ecos tiernos de Moon river, la canción que Henry Mancini escribió ex profeso para Hepburn en la película: una mujer con una guitarra y el pelo recién lavado en una ventana. Pocas imágenes describen también el desamparo, la soledad y, a la vez, el afán por sobrevivir.
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