La década prodigiosa de Bill Gates
Esta entrevista se publicó originalmente en EL PAÍS SEMANAL el 13 de enero de 2002. Posteriormente se recuperó con motivo de la celebración del 35º aniversario de dicha publicación
Con su aire candoroso y tímido, podría ser el personaje de cualquier comedia norteamericana de los años cincuenta, de esas que narraban la vida plácida en un pueblo de provincia, en el que los jóvenes se daban el lote a bordo de un viejo Buick en cualquier rincón del motocine y luego acudían endomingados a los oficios de la parroquia para arrepentirse de sus pecados. Como la mayoría de sus compatriotas, Bill Gates parece sorprenderse de la imagen irremediable de prepotencia que su país despierta en las conciencias de más de medio mundo, y ha aprendido a describir su vida en una frase que, de tan sencilla, resume todo un entendimiento de la existencia, y hasta podría convertirse en una especie de ideario cosmogónico: es un hombre enamorado del software. He ahí todo el secreto. El software es el paradigma de nuestra civilización, la nueva fuente creadora de conocimiento y riqueza, que mueve el mundo casi sin que lo percibamos. El que lo domine enseñoreará la Tierra. A sus 14 años, William Gates III se quedó maravillado ante la gran cantidad de cosas que se podían hacer y desarrollar a base, simplemente, de combinar códigos binarios (ceros y unos, detrás de unos y ceros) y decidió poner manos a la obra. Desde entonces no ha parado, aunque, como él mismo reconoce, hay cosas que soñó en su adolescencia y todavía no ha podido conseguir. Eso le ayuda a mantenerse en forma, con lo que no cesa de anunciar que la primera década del nuevo milenio, ésta en la que ya estamos embarcados, acarreará grandes cambios en el comportamiento de la sociedad digital.
Este hombre, que pasa por ser el más rico del mundo, se inscribe cual ningún otro en lo mejor de la tradición cultural de los autodidactas que, desde Benjamín Franklin a Tomás Alva Edison, asocia la vida cotidiana de las gentes, las cometas y los graneros, los garajes y los desvanes, a los grandes inventos de la humanidad. Como todo buen millonario que se ha hecho a sí mismo, se muestra mucho más interesado por su trabajo que por su fortuna, que parece sólo consecuencia natural del triunfo y, de ninguna manera, condición del mismo. Basta con imaginar a cualquier chico listo de la clase media norteamericana para comprender cómo es el personaje, casado con una compañera de trabajo, feliz padre de dos hijos, fiel a su familia y a su patria chica, que ha construido un imperio desde su lejano rincón en el Estado de Washington. Su hogar -una singular residencia, edificada en madera, bronce y acero, a orillas de la bahía de Seattle- y su empresa -un verdadero campus similar al de las mejores universidades, que alberga ya a más de 30.000 empleados- apenas distan media hora de camino en automóvil. Aunque es un incansable viajero, cuya mano se mueren por estrechar los políticos y los empresarios de todo el mundo, y aunque su sistema operativo Windows constituye uno de los productos más universales que hoy en día existen, Gates no ha logrado desprenderse de ese aire sutilmente provinciano que tanto le diferencia de los yuppies neoyorquinos o de los burócratas del distrito federal. Por lo demás, todo en él rezuma optimismo, jovialidad, y sólo frunce el gesto cuando se le citan las acusaciones de monopolio de que es objeto o las maniobras de sus competidores -más o menos encabezados por Sun Microsystems- para aliarse en contra suya bajo un lema genérico de defensa de la libertad.
He tenido oportunidad de escuchar a Bill Gates, en seminarios y conferencias, decenas de veces, y la fortuna de poder hablar con él en repetidas ocasiones. Cada año, por la primavera, suele reunir en Seattle a un centenar de ejecutivos, empresarios, inversores y representantes del mundo académico para discutir problemas concretos de la sociedad de la información. Sus invitados, entre los que ya figuramos media docena de españoles, asisten durante tres días a un interesantísimo debate en el que él mismo hace de oficiante mayor. El evento se culmina con una cena en su propia casa, en la que puede visitarse no sólo el salón de cine particular, con sonido sensurround, sofás impresionantes y todo lo imaginable, sino, sobre todo, la espectacular biblioteca, en la que ha reunido una hermosa colección de cartas autógrafas de Napoleón a Josefina y de Beethoven a su editor, así como un ejemplar firmado por todos y cada uno de los presidentes norteamericanos que ha habido en la historia, desde Washington a nuestros días. También pude recibirle en la Real Academia Española hace un par de años, y fui testigo de su interés por rubricar acuerdos que permitieran la normalización y unificación del idioma castellano en la Red. Gates es un conversador nato, buen escuchador y buen hablador a la vez, alguien que aprende rápidamente de sus interlocutores y que es capaz de decir con toda la naturalidad del mundo cosas que a ellos les dejan los ojos como platos. A principios de diciembre de 2001 estuvo en Madrid para presentar la última versión de Windows. Durante casi hora y media mantuvimos un diálogo sobre cuestiones relacionadas con el futuro previsible en la Red, la sociedad de la información y el impacto social de las nuevas tecnologías, pero también sobre el poder de Microsoft y las acusaciones de monopolio a que tiene que hacer frente. He aquí el resultado.
Juan Luis Cebrián. Muchos teóricos, yo incluido, y en cierta medida usted mismo, hemos aventurado que la sociedad digital anuncia el nacimiento de una nueva civilización, una nueva cultura, en la medida en que nuestras costumbres, nuestros hábitos, nuestras formas de vida, se van a transformar sustancialmente. Recuerdo su opinión, reiterada muchas veces, en el sentido de que las consecuencias de la revolución digital serán comparables o mayores a las de la industrial. ¿Sigue pensando lo mismo ahora, después de todos los problemas surgidos en este sector y del escepticismo creciente frente a la nueva economía? ¿Sigue creyendo que nos encontramos ante una nueva civilización, que afectará al mundo tanto como, en su día, lo hizo la invención de la imprenta?
Bill Gates. No creo que yo haya sido nunca tan rotundo como para hablar de una nueva civilización. Son palabras excesivas, y no acostumbro a ir tan lejos. Desde luego, el impacto generado por el mundo digital es equivalente al de la revolución industrial; no mayor, pero sí equivalente. La diferencia, que magnifica la situación actual, es que el industrialismo se desarrolló durante muchas generaciones, mientras que el cambio digital se está llevando a cabo en sólo una generación y media o dos. El proceso está mucho más comprimido, de modo que la impronta laboral, los conocimientos adquiridos con que uno se inicia en los primeros estadios de la vida tendrán que cambiar durante el transcurso de su carrera profesional. Si las cosas se movieran más lentamente no sufriríamos ese tipo de impacto que, por lo demás, sigo creyendo que es muy grande. Entre los años 1988 y 2000 había una especie de manía, ya se sabe, un ambiente de locura parecido al de la fiebre del oro, respecto de las promesas digitales. Marzo de 2000 marcó un hito. En realidad, Microsoft no estaba de moda en aquel tiempo; nosotros seguíamos diciendo que la rentabilidad económica importaba, lo mismo que la investigación y el desarrollo a largo plazo. Por eso alguna de nuestra gente decidió marcharse a correr esas nuevas aventuras, pero ahora sabemos que es difícil hacerse ricos de la noche a la mañana, y una empresa que sólo se dedica a hacer un sitio web no genera una situación comercial sostenible. Nosotros -insisto- no creíamos que lo que pasaba fuera tuviera ningún sentido, y esperábamos que siguiera siendo importante contar con una perspectiva más tradicional sobre la investigación, el desarrollo a largo plazo y la rentabilidad. Por eso creo que los términos "nueva civilización" y "nueva cultura" son demasiado contundentes. Habría que matizarlos. Las herramientas digitales se configuran de acuerdo con los deseos de las personas sobre su uso, no comportan en sí mismas ninguna civilización.
J. L. C. Sin embargo, usted solía hablar de la existencia de un estilo de vida en la web: una nueva forma de hacer, de aprender, de producir, de entretenerse. Me pregunto si esa visión de las cosas sigue siendo válida.
B. G. Cuando hablo del estilo de vida en la web me refiero a un ambiente en el que damos por hecho el acceso a la información, y en el que las comunicaciones son más fáciles. No tiene que ver con los intereses fundamentales de las personas, que no han cambiado en absoluto, sino más bien con la idea de que demos por supuesto ese acceso a la información en la misma medida en que también lo hacemos respecto a la existencia de coches, o a que la electricidad funciona todos los días. Hoy organizamos nuestras vidas sabiendo que tenemos la capacidad de viajar a distintos lugares en automóvil, que podemos llamar por teléfono a la gente..., ese tipo de cosas. El problema, por el momento, es que la utilización de las herramientas de Internet de forma habitual sólo atañe todavía a un pequeño porcentaje de la población debido a que tenemos que lograr que sean más sencillas y baratas. Pero hay personas, en determinadas empresas o universidades, que se sitúan a la vanguardia en la adopción de estas perspectivas, y viven dando por supuesto que todo eso existe.
J. L. C. He visto un artículo suyo en donde predice que, más o menos en la próxima década, contaremos con el libro electrónico como algo de uso corriente. También asegura que desaparecerá la mayor parte del papel en la facturación y en la información interna de las empresas. ¿De verdad cree que el libro electrónico tendrá éxito? ¿Y qué pasará, entonces, con los periódicos, con el soporte papel en general? Usted adora los libros tradicionales, he visto la biblioteca que tiene en su casa, y es casi un fanático de ellos, pero empiezo a pensar que acabaremos comprándolos, primordialmente, en los anticuarios.
B. G. Los libros de ficción son los que menos afectados se verán por el ordenador personal, o lo que podemos llamar la perspectiva digital. En cambio, en las enciclopedias esta perspectiva aporta mucho. Podemos obtener con rapidez enlaces, artículos relacionados, efectuar búsquedas. Si hoy preguntáramos a los colegiales españoles qué tipo de enciclopedias utilizan, nueve de cada diez responderían que es una digital, frente a sólo uno que utilice otra en papel. Hace una década, las cosas eran muy distintas.
J. L. C. Estoy de acuerdo en que los libros de referencia y consulta, quizá los de texto también, serán los que primero se vean sustituidos.
B. G. Las enciclopedias digitales tendrán un precio razonable, se podrán actualizar, y se podrá acceder a ellas también razonablemente. Incluso ahora es algo evidente. ¿Qué desventajas tienen todavía? La principal es que se precisa un ordenador, y tenemos que saber cómo utilizarlo. Hay que conseguir que los ordenadores tengan un funcionamiento sencillo y sean más baratos. Desde luego, las enciclopedias son lo primero, y después vendrán los formularios, un impreso comercial que haya que rellenar constituirá el siguiente paso. Podría tratarse de un informe con las cifras de ventas de mi empresa: al tenerlas en pantalla puedo examinarlas y buscar más información, escribir anotaciones, y enviárselas a otra persona. Ser digital tiene el valor añadido de que podemos movernos, interactuar, como hacemos ahora con los periódicos. Si hablamos, en cambio, de las obras de ficción, yo las pondría al final del proceso porque no necesitamos efectuar búsquedas, ni hacer apuntes en ellas, ni tampoco tienen enlaces o cosas que se puedan señalar y ampliar, ni nada por el estilo. El valor añadido de lo digital para las obras de ficción es muy bajo, y los libros son hermosos, el papel es barato, portátil, no precisa baterías ni ningún otro artilugio. Por lo demás, no pretendo hacer ninguna predicción, pero podría asegurar que a finales de esta década habrá más personas que lean los periódicos en formato digital de los que lo hagan en papel. Si tomamos, por ejemplo, un diario de información financiera, nos moveremos un poco hacia la izquierda del espectro, en el sentido de que se transformará antes, porque nos gusta pulsar sobre el nombre de una empresa y ver cuál es su cotización actual, o sus bonos, o cuestiones de ese género. La necesidad de que esa información se entregue puntualmente es mayor que en ningún otro caso. También los anuncios por palabras pasarán a ser básicamente digitales. Las obras de ficción, en cambio, sólo adoptarán ese formato si, por ejemplo, alguien compra los nuevos blocs digitales como soporte de otros documentos y, por comodidad, opta ocasionalmente por leer obras de ficción en ese formato. Pero sería lo último, y no nos aportaría mucho esa experiencia.
J. L. C. Ha mencionado los blocs digitales, a los que yo miro como el terminal que acabará por transformar las relaciones del usuario con la sociedad digital. Ahora imagino que podrían servir como soporte a las colecciones de bolsillo. ¿Piensa lanzar esos nuevos blocs pronto?
B. G. Para el próximo otoño.
J. L. C. O sea, que en dos años, por decir algo, en lugar de tener esta libreta en la que tomo notas de nuestra conversación, o cuando esté en una reunión o en un consejo, acudiré con un bloc digital.
B. G. Efectivamente, así es.
J. L. C. ¿Seguro?
B. G. Me estoy gastando cientos de millones de dólares para hacer que suceda. Evidentemente no soy objetivo en esto, pero no creo estar cometiendo ninguna locura, y me juego mi credibilidad. Sí, estamos consiguiendo que el bloc electrónico sea una realidad. Tenemos socios que se ocupan del hardware y nosotros producimos el software. Es un cambio bastante radical porque supone poder tener algo en la mano y moverlo, no mantenerlo fijo, cambiar de punto de vista. O sea, que podremos leerlo casi en cualquier postura, con cualquier perspectiva, hacer lo que se denomina lectura de inmersión, y olvidarnos de todo lo demás, centrándonos exclusivamente en el contenido. Eso no puede hacerse en una posición fija. Hemos realizado múltiples pruebas con pantallas maravillosas, de increíble resolución, a las que colocamos en una posición concreta y pedimos entonces a la gente que lea en ellas. Pues bien, por mucho que sea la pantalla más bonita del mundo, el usuario piensa que no es tan buena. Sin embargo, si le damos algo que pueda tener en sus manos, con lo que pueda cambiar de punto de vista inconscientemente, sin que se fatiguen los músculos del cuello, sin cansancio ocular, la gente podrá sumergirse por completo en la lectura, y eso es lo importante. El bloc digital es un milagro de la miniaturización, de los microprocesadores de bajo consumo, de las baterías, de las pantallas de cristal líquido... Los últimos cinco o seis años han traído consigo grandes avances en este campo. De modo que no se trata ahora de si es algo que ha de suceder o no, sino solamente de cuándo sucederá. Ese cuándo será aproximadamente dentro de un año.
J. L. C. A mí me bastaría saber que dentro de cinco funcionará.
B. G. Si me da ese margen de tiempo, los blocs digitales serán verdaderamente planos, pequeños y baratos. Después necesitaremos otro lustro para contar con pantallas y baterías mejores, para que el consumo sea más bajo y se pueda enlazar con una red más inalámbrica y de bajo coste.
J. L. C. Otra cuestión trascendente es el futuro de la música. Estamos de acuerdo en que Internet y las redes digitales serán el primer mecanismo para su distribución. ¿Qué va a pasar con los discos compactos, los equipos sofisticados, hermosos y carísimos que tenemos en casa?
B. G. En este caso, mis argumentos son de lo más sólido, y están a favor de que nos moveremos rápidamente hacia una perspectiva puramente digital. Me gustan los libros, tienen belleza y tradición. Los discos de plástico no incorporan, en cambio, ese tipo de valor que pueda redimirlos. Me entusiasma el hecho de que uno pueda coger sus canciones y organizarlas sin tener que escucharlas en el orden que la compañía discográfica quiere, y que no tengamos después que levantarnos, y sacar el disco, e intentar no estropearlo, y colocarlo en su cajita. Además, si nos trasladamos no podemos llevarnos nuestros discos con nosotros, ¿y qué hacemos?, ¿nos los llevamos a pesar de todo?, ¿compramos otro equipo?, ¿los dejamos en el coche para que se reblandezcan con el sol? Los discos son artefactos absolutamente incómodos, pero si contáramos con un pequeño disco digital que pudiéramos llevar en el bolsillo y enchufarlo al coche, o a un reproductor portátil, o...
J. L. C. ¿Está listo ese prototipo?
B. G. ¡Desde luego! En el caso de la música contamos ya con dispositivos muy buenos que podemos transportar con nosotros. ¿Qué es lo que obstaculiza los avances? En cierta medida, las compañías discográficas, que intentan averiguar la forma de conceder los derechos en el nuevo formato, porque gran parte de la actividad digital en la música consiste en el pirateo. Ahora, finalmente, las discográficas están comenzando a otorgar algunos derechos, y eso es un gran paso adelante. El tamaño de los discos de esos reproductores portátiles, así como la calidad con que almacenan la música, ha mejorado muchísimo. El avance en este terreno lo veremos muy pronto.
J. L. C. El problema es que con toda esta abundancia de herramientas y capacidades nuevas, con la extensión de las redes y el dominio de Microsoft en el software, hay mucha gente que le mira a usted como al Gran Hermano; al de Orwell, me refiero, no al de ese horrible programa televisivo. Dicen: ¡bueno, este hombre va a controlar absolutamente mi capacidad de acción en la Red, porque con todas las posibilidades nuevas, a base de la mejora permanente del software de Microsoft, finalmente todo el mundo estará en sus manos! ¿Cómo lo ve usted? ¿No se siente como el nuevo Gran Hermano de la nueva situación, si no vamos a llamarla, ya, nueva civilización?
B. G. Más bien justo como lo contrario. Nosotros ofrecemos a los usuarios herramientas para que puedan ser creativos. Las personas pueden dar a esas herramientas la forma que quieran. Cuando proporcionamos un procesador de textos no controlamos lo que escriben. Usted puede poner lo que desee, nosotros no lo vemos. Los ordenadores han pasado de ser algo enorme y caro, que sólo podían tener los Gobiernos y las grandes empresas, a convertirse en un instrumento popular. Mi propósito es que existan ordenadores baratos con montones de buen software, que se conviertan en herramientas capaces de otorgar poder a las personas. Ha habido regímenes políticos que han intentado reprimir y evitar que se comparta la información. El hecho de que dispusiéramos de ordenadores personales, de correo electrónico y de sitios web ha vuelto esa ambición en algo prácticamente imposible, porque cualquiera que tenga acceso a un PC puede publicar, establecer su sitio web, y los Gobiernos represivos, que podían secuestrar periódicos y censurar cadenas de televisión y emisoras de radio, se topan con muchas más dificultades a la hora de controlar todos los ordenadores personales que existen. Por lo demás, si lo hicieran, reducirían la eficacia de ese país. El PC podemos usarlo como prefiramos. Yo no obligo a nadie a navegar por ningún sitio; puede hacerlo por donde le pete, sólo tiene que escribir una dirección y llegará hasta ella. Lo que nosotros damos son herramientas neutras y en blanco, y hemos optado por no ser una empresa de medios de comunicación. Aunque hemos hecho algunas cosas en ese campo, como la enciclopedia o el servicio de noticias, sabemos que es algo que no dominamos. Sólo damos a la gente sistemas de comunicación y herramientas de software. Una empresa de nuestra competencia, AOL, adoptó una estrategia distinta al fusionarse con Time Warner. Tiene un estudio cinematográfico y otro de grabación, posee sus contenidos e intenta promocionarlos; es decir, que no es neutral. Un buen ejemplo de lo diferente de nuestra actitud lo encontramos en nuestra idea del servicio Passport. Con él podemos registrarnos y funcionar en todos los sitios web. De esta forma, si uno no tiene Passport y acude a algún sitio que tenga un pequeño boletín, le pedirán un nombre de usuario y contraseña, y tendrá que escribir toda esa información. Es tan incómodo que jamás se regresa a ese lugar, con lo que siempre acabamos por acudir a unas pocas páginas web que sean buenas. Pero si podemos ir a diferentes sitios sabiendo que no tenemos que volver a registrarnos ni adoptar un nuevo nombre de usuario, o si queremos compartir información sin esos requisitos, se creará una auténtica apertura, que es de lo que se trataba con Internet. A eso responde el Passport: la idea consiste en que se pueda acceder fácilmente a cualquier sitio web sin tener que ceñirse exclusivamente a los grandes. El Passport pretende hacer realidad ese sueño, que sólo puede conseguirse si no precisamos recordar cincuenta contraseñas distintas para usarlas en según qué ocasión.
J. L. C. Pero gracias al registro del sistema usted podrá crear una especie de base de datos universal de consumidores y usuarios. La amenaza del Gran Hermano aparece otra vez.
B. G. El Passport está sometido a férreos controles sobre la utilización de esa información. Contamos con las directrices sobre la intimidad de la Comisión Federal de Comercio y el protocolo europeo sobre protección de datos, hemos creado grupos de trabajo con estas entidades para elaborar directivas en materia de privacidad y para asegurarnos de que sean verdaderamente completas y se puedan llevar a la práctica. Passport mantendrá el más alto estándar en esta materia. Toda la información quedará sometida al control del usuario. Piense en su tarjeta de crédito: si es digital, usted puede decidir dónde da su información, y Microsoft no la vende ni la entrega sin que usted decida expresamente dónde quiere que vaya. También ahora nos hacemos cargo de los mensajes de correo electrónico, que, en cierto sentido, son algo mucho más privado, pero somos muy claros en cuanto a la forma de gestionarlos, y la gente está satisfecha. Algunas empresas han decidido manejar todo esto dentro de la propia organización, y Passport podría tener su propia versión dentro de la compañía si quisieran, de la misma forma que tienen su correo electrónico si lo deciden. Todo esto es opcional, pero estamos trabajando para asegurarnos de que las preocupaciones sobre la privacidad en Internet no eviten que la gente saque provecho de ésta. Cuando se le pregunta al público qué es lo que le da reparo a la hora de usar la Red, las cuestiones sobre la intimidad figuran por encima de la facilidad o no de su uso. Tenemos que dedicar tiempo a explicar lo que estamos haciendo para garantizar esa protección, y que el usuario confíe.
J. L. C. Con todo, y perdone que sea tan insistente, cuando el 90% de los ordenadores personales del planeta están equipados con Windows y el 70% de los navegadores son Explorer, podrá aceptar, como mínimo, que Microsoft es un monopolio, tanto si le gusta reconocerlo como si no, o incluso aunque los monopolios a veces puedan no ser tan malos como los pintan. En pocas palabras, tendrá que aceptar que la gente diga que Microsoft tiene el monopolio mundial de los lenguajes o de las herramientas informáticas.
B. G. No, y permítame darle muchos motivos por los que ese término no es adecuado en este caso. Pongamos que usted se compró hace dos años un ejemplar de Windows y Office. ¿Qué ingresos me aporta usted este año? Si no hago algo que sea muy innovador, una nueva versión muchísimo mejor, usted podrá seguir utilizando el mismo software toda su vida. La única posibilidad que tengo de obtener dinero, necesario entre otras cosas para pagar el sueldo de mis empleados y remunerar a mis accionistas, es haciendo algo que sea infinitamente mejor que el Windows de hoy. Si no, los ingresos que obtengo son cero, nada de nada. Éste es uno de los mercados más exigentes que haya habido jamás. Mi mayor competencia es mi cartera de clientes, porque no me pagan una renta de alquiler, y tenemos que seguir innovando para poder obtener ingresos. Por eso hemos incrementado el presupuesto de investigación y desarrollo, nos gastamos 5.000 millones de dólares al año y los dedicamos fundamentalmente a investigar el reconocimiento de voz o de escritura. En resumen, esta situación es exactamente la contraria de un monopolio.
J. L. C. Me parece discutible. Lo curioso es que cuanto más mejore su software, durante mayor tiempo mantendrá a sus clientes, y se quedará así con la porción más grande del pastel.
B. G. Sólo mientras la gente quiera.
J. L. C. Usted explota su propio talento. En este caso no se trata de petróleo que esté bajo tierra, no se trata de una materia prima. La materia prima que usted usa es su talento. Pero lo cierto es que el 90% de la humanidad utiliza el talento de Bill Gates en sus ordenadores personales.
B. G. Sólo seguirá siendo así mientras hagamos un buen trabajo. En los mercados típicos existe una cierta limitación de recursos que hace temibles los monopolios. En nuestro sector, si alguien hace un sistema operativo que mejore el nuestro, todo el mundo puede cambiarse a él de un día para otro. Yo no tengo contratados a todos los genios de este mundo; he contratado a los que he podido, pero hay miles y miles de personas con mucho talento ahí fuera. El hecho de que durante algún tiempo tengamos una cuota de mercado significativa es natural, porque en cualquier periodo, si alguien efectivamente crea el mejor software, obtiene su correspondiente rédito. Pero eso no garantiza una posición en el futuro. IBM era predominante en el mercado de sistemas operativos, y, con todo, en esta nueva era se está viendo relegada a un papel bastante modesto.
J. L. C. Pero hay empresas como AOL, Fidelity..., empresas muy grandes e importantes que han creado un grupo que se presenta como una alianza, y aunque digan que no están en contra de Microsoft...
B. G. ¿Qué alianza?
J. L. C. La Alianza de la Libertad, creo que se llama.
B. G. Conozco la iniciativa, y mi pregunta es si se trata de un esfuerzo bienintencionado y serio por parte de la industria, basado en una solución tecnológica viable. Porque si es así, puede constituir una propuesta útil y beneficiosa para los clientes. Pero tampoco sé si es sólo una iniciativa de Sun para perjudicar a Microsoft, lo que difícilmente aportaría beneficio alguno a los consumidores.
J. L. C. ¿Se refiere a Sun Microsystems?
B. G. Sí, aunque, por lo demás, al hecho de que ocurran estas cosas se denomina competencia. Nuestra postura, por el momento, es la de esperar y ver. Las iniciativas de esta Alianza por la Libertad y el Passport de Microsoft no son excluyentes. Ya hace meses que propusimos la creación de un sistema universal de identificación de los usuarios en Internet, que podrían utilizar así el servicio ofrecido por Microsoft o por cualquier otro proveedor.
J. L. C. En definitiva, la Alianza puede no ser tan mala...
B. G. Ya le he explicado. Si no hubiera nadie realizando esas o parecidas actividades, entonces podrían decirme: ¡ajá!, nadie ha anunciado que vaya a competir con ustedes, ahora empezamos a sospechar. Bueno, pues nuestra competencia ya ha dicho que está contra nosotros. No somos la única empresa que se dedica a este negocio. IBM sigue teniendo cuatro veces nuestro tamaño en cuanto a ventas, empleados, etcétera, pero gracias a que nosotros adoptamos una política de precios bajos logramos una rentabilidad en resultados absolutamente desproporcionada respecto al número de trabajadores que tenemos. Estos mercados son muy diversos. ¡Hay tantas empresas! Dell es muy grande, IBM es grande, los japoneses... ¡Hay muchísima gente que se dedica a esto!
J. L. C. Permítame darle un punto de vista europeo sobre la cuestión. Todas o la mayoría de esas grandes empresas son estadounidenses. De donde se deduce que la globalización es, en realidad, la americanización del mundo a través del poder de las empresas, no de las fuerzas militares o el Gobierno de Estados Unidos.
B. G. Siempre hay que pensar en todo esto desde el punto de vista de los consumidores. Cuando los americanos supimos que los japoneses fabricaban por fin coches fiables fue una buena noticia, porque nos gustan los automóviles buenos y los compramos. Algunos políticos se confundieron e intentaron detener la entrada de esos magníficos autos, pero en realidad todo ello sirvió para crear una dinámica muy positiva ante la que las compañías americanas tuvieron que responder. El mercado funciona, y no tiene ninguna inclinación hacia ningún país en concreto, sino hacia el lugar donde se encuentre el producto más eficaz. La eficacia de Windows reside en que se puede aprender a utilizar fácilmente, y la cantidad de dinero que se ha ahorrado el usuario al tener sólo un sistema y no veinte distintos es sencillamente descomunal.
J. L. C. Pero de hecho existe una transferencia del poder de los Gobiernos al poder de las grandes empresas. Hay muchos países del mundo desarrollado, no me estoy refiriendo sólo a los emergentes, que consideran que el poder de Microsoft es tan grande que los políticos necesitan fotografiarse con usted simplemente para demostrar a los electores que gozan de su favor...
B. G. No, no.
J. L. C. ... es usted el que da poder a los políticos, en lugar de ser los gobernantes quienes le otorgan el suyo.
B. G. No diga poder, aquí no se trata de poder. Esos políticos se interesan por la forma de impulsar cambios que generen el bienestar de la sociedad. Dialogar con ellos no tiene nada que ver con el poder. En los años veinte estaba bien visto que se reunieran con representantes de las compañías automovilísticas para que les explicaran que estaban haciendo algo que iba a transformar el mundo. Siempre que haya un cambio de ese género es magnífico que los políticos escuchen.
J. L. C. Pero usted se ha quejado en diversas ocasiones, y yo estoy de acuerdo, en que la velocidad en la actualización de las nuevas técnicas, del software nuevo, de las herramientas nuevas, incluso del nuevo hardware, es bastante buena, pero la implantación de la banda ancha es muy lenta. Eso depende en gran medida de los Gobiernos, esos que dicen estar tan interesados por los cambios venideros. ¿Quién si no debería estar a cargo de crear un nuevo entorno en el que la banda ancha pueda difundirse y distribuirse por todo el mundo sin los problemas que tenemos ahora?
B. G. Existen diversas razones para esta situación. Por un lado están los costes reales de las redes, que no podemos ignorar. Si hubiera algún gran invento, o el lanzamiento de un satélite mágico, o... una amplitud de banda infinita e inalámbrica, el problema podría solucionarse rápidamente. Todos queremos que aparezca alguien y nos diga que lo va a conseguir, pero no conozco nada creíble que vaya a cambiar efectivamente la situación. No en la próxima década. Ahora tenemos a las compañías telefónicas tendiendo líneas ADSL, o a compañías de cable con sus modem; pero en parte por cuestiones normativas o porque la competencia es limitada, y en parte por los costes, la banda ancha está llegando muy lentamente a los hogares. Es diferente en lo que se refiere a la distribución a las empresas. Si usted tiene una oficina en el centro de Madrid o Barcelona puede llamar a varias compañías capaces de proporcionarle la necesaria amplitud de banda. Eso explica que ahora mismo las empresas estén obteniendo más beneficio que los consumidores en lo que se refiere a los costes de comunicación.
J. L. C. Los Estados o las autoridades públicas tienen un importante papel en esta cuestión. El mercado como tal, por sí solo, parece incapaz de ofrecer estructuras y redes de banda ancha de forma generalizada. Necesitamos políticas públicas.
B. G. Desde luego, hacen falta políticas públicas en este tema. Lo mismo que se precisa construir las redes de distribución de electricidad, de agua..., se necesitan redes de distribución de datos por banda ancha. Muchas veces no resulta económico duplicar redes, por lo que los Gobiernos tienen que entrar en escena y crear un método de regulación de precios. Los economistas discrepan sobre cuál es la mejor forma de hacerlo. Hay muchas áreas del comercio que no están sometidas a regulación, y quedan a merced de la libre competencia; pero éste no puede ser el caso respecto a esos sistemas de distribución, por los costes fijos que conlleva construir una red física. En el futuro previsible de las redes de datos, los Gobiernos tendrán que desempeñar su papel. J. L. C. ¿Está de acuerdo en que los países o las áreas que cuentan con acceso de alta velocidad serán más ricos, y tendrán más acceso al conocimiento y más capacidad de desarrollo, que las áreas que no lo tienen? De ser así, la sociedad de la información estaría creando, de hecho, un abismo cada vez mayor entre los países en vías de desarrollo y los avanzados. La diferencia entre pobres y ricos aumenta porque las políticas públicas no distribuyen suficientemente la nueva riqueza, ligada al conocimiento.
B. G. Si sopesamos todos los elementos, creo que la nueva tecnología de la información ha sido más un factor igualador que promotor de disparidades. En la India, ocho millones de personas están creando software y producen 8.000 millones de dólares anuales en exportaciones. Hay trabajos muy bien pagados allí gracias a Internet, porque pueden contar con clientes en lugares lejanos, fundamentalmente en Estados Unidos. Se están generando empleos similares en muchas otras partes del mundo. Si va a los hospitales de África verá en ellos con frecuencia un ordenador personal que mantiene un expediente de vacunaciones que permite a los médicos mantenerse en contacto con la información más novedosa, con las revistas médicas...
J. L. C. Pero eso es porque están conectados. Hace falta estar conectado para disfrutar de esa nueva realidad.
B. G. Todos los países del mundo lo están. No es necesario que estemos conectados en casa. Cuando se inauguran bibliotecas, nadie aspira a que tengamos una en cada hogar. Obtendremos la mayor parte del beneficio digital siempre y cuando nuestros Gobiernos, en primer lugar, y nuestras universidades y empresas, inmediatamente después, estén conectados. Si además podemos conectar nuestros hogares obtendremos ventajas adicionales, claro. Pero en Estados Unidos sólo el 10% de las casas tiene acceso a la banda ancha, y, a pesar de ello, somos líderes en cuanto al beneficio empresarial derivado del uso de las perspectivas digitales.
J. L. C. Hay otro papel tradicional de los Gobiernos que también se aplica a la Red. En estos días se está debatiendo en la Comisión Europea la legislación sobre Internet. ¿Se imagina una ley que sea capaz de controlar la Red, de limitarla?
B. G. Sí, Internet no está por encima de la ley. Pongamos que tenemos determinadas normas sociales sobre la pornografía, pues tendrán que hacerse cumplir tanto en la Red como en el papel o en cualquier otro soporte. Y si hay normas sobre la difamación, pues igualmente se aplican.
J. L. C. Pero nos haría falta una norma común, porque lo que para ustedes es pornografía en su país, aquí a lo mejor no lo es.
B. G. En realidad lo que hace falta es que podamos bloquear el tráfico, y tenemos que lograr que el mecanismo para hacerlo sea más eficaz. Hemos de ser capaces de decidir que determinados sitios web, con independencia de quién sea el que haga la conexión de Internet, puedan ser bloqueados.
J. L. C. ¿Quiénes tienen que ser capaces? ¿Las empresas? ¿Los Parlamentos? ¿Los Gobiernos?
B. G. Básicamente, el poder judicial puede exigir que los proveedores de Internet les concedan la capacidad de decidir que tal o cual sitio web pueda ser bloqueado. Digamos que hay un sitio que contiene difamaciones según el derecho de Estados Unidos, pero su servidor está en Finlandia...
J. L. C. ... Por ejemplo, y en virtud del derecho finlandés no se considera difamación.
B. G. Eso es. El juez dictará un auto ordenando el bloqueo de ese sitio web en Estados Unidos, y el mecanismo técnico para conseguirlo es perfectamente factible. Evidentemente, pueden intentar ocultarlo y cambiarlo de lugar, pero la decisión judicial es la medida más típica.
J. L. C. ¿El poder de control estaría en manos de los propietarios de los servidores o de las redes, de quien fuera capaz de detener la descarga...?
B. G. El control estará en manos de los jueces, pero tendrá que ser puesto en práctica por los proveedores. Cuando un magistrado dice que se puede pinchar la línea telefónica de fulano de tal porque es un terrorista, no va personalmente con los alicates y los cables para hacerlo él mismo, sino que ordena a la compañía telefónica que lo haga. De la misma forma, si un juez dice que quiere que se bloquee determinado sitio web que se alberga en Finlandia, hará que los responsables de las conexiones se reúnan para averiguar la forma de cumplir su orden.
J. L. C. De modo que se siente seguro, cómodo, con la idea de que somos capaces de limitar y controlar Internet, y de someterla a ley. ¿Qué ocurre entonces con los derechos de autor y la propiedad intelectual? Usted es una víctima de la piratería, igual que tantos.
B. G. Internet hace que sea más fácil compartir la propiedad intelectual, o sea, que siempre habrá alguien que intente distribuir o vender cosas ilícitamente. También hay contrabando de cigarrillos, o loterías falsas, de modo que es necesaria una cierta vigilancia permanente en ese tema. Con todo, creo en la honradez básica de las personas, e Internet no va a cambiar la idea fundamental de que un escritor, o un poeta, quien sea, debe ser pagado por el uso de su propiedad intelectual. La mayoría de los Estados han firmado ya un acuerdo para protegerla. El grado de comprensión de las normas por parte de los ciudadanos, así como el grado de cumplimiento, varía muchísimo de un país a otro; pero, como principio político, el valor de la creatividad no se rechaza en ningún país desarrollado. Hoy la situación no es perfecta, y no creo que jamás vaya a serlo, aunque habrá un equilibrio y se podrá controlar.
J. L. C. Cuando estuve en Seattle visité su casa, y me quedé maravillado con el nivel de informática que incorpora; es, desde luego, un lugar muy interesante, y ahora me dicen que en el centro de investigación de Microsoft usted ha construido la Casa del Futuro. ¿Esta casa del futuro es su propio hogar, y puede serlo para todas las personas, para el ciudadano común?
B. G. Mi casa está pasada de moda si la comparamos con otras. Quienes la construyeron están trabajando en el centro de investigación de Microsoft para conseguir un modelo más actualizado, que será más sencillo de instalar y estará dirigido a todo el mundo. Yo mismo sustituiré todos los sistemas de mi casa por los que ellos están desarrollando. Cuando la hice, por ejemplo, tuve que tender una red de cable que en el futuro será inalámbrica. También usamos muchos ordenadores personales, aproximadamente unos noventa, y ahora hemos averiguado la forma de conseguir los mismos resultados sin tener que utilizar tantos terminales.
J. L. C. ¿Serán portátiles?
B. G. Los ordenadores se proyectarán, a través de una red inalámbrica, sobre muchas pantallas distintas. En mi casa hay un ordenador por pantalla; no tenemos un PC que controle varias de ellas, pero ya hemos averiguado la forma de hacerlo, lo que reduce mucho los costes.
J. L. C. Por supuesto su casa es muy grande, es un lugar magnífico para vivir; pero, en términos prácticos, ¿cree que se utilizarán todas esas herramientas digitales en los hogares normales del futuro, los de la gente normal, de clase media? ¿En un plazo de 10 o 15 años, el microondas aceptará mis órdenes si le pido de viva voz que me cocine un huevo durante tres minutos?
B. G. En un plazo de 15 años, desde luego que sí. Ése es mucho tiempo. Para aquellas personas que aspiren a conseguir funciones de control del hogar, el coste tendrá que ser necesariamente bajísimo y la sencillez alta, porque los beneficios son, al cabo, modestos; para encender o apagar las luces, configurar el sistema de riego o gestionar la seguridad, todo eso ya funciona actualmente sin dificultades. Ahora lo que más atrae son los sistemas para organizar fotografías, música o vídeos; para ver un programa concreto de televisión cuando se quiera; para encontrarlos de manera fácil, y para jugar a los mejores videojuegos del mundo. Ésos son los campos en los que percibimos una mayor demanda. Por el contrario, son pocos los que anhelan tener una cámara en la puerta de entrada y, cuando estén de viaje, poder echar un vistazo para ver si todo va bien.
J. L. C. Cuando usted visita un país, España por ejemplo, se suele decir que "el hombre más rico del mundo ha llegado a Madrid o Barcelona", ésa es una idea que se tiene de usted...
B. G. [Risas].
J. L. C. ... y otra idea es: "el hombre que se enfrentó a Bill Clinton y al fiscal general por la ley antimonopolio" o "el hombre que inventó Windows y es un experto en tecnología, un científico...". Hay, en cambio, otras personas que le consideran un intelectual de la nueva cultura. ¿Usted cómo se ve? Es decir, evidentemente usted es un empresario, ¿pero cómo se considera o se sueña a sí mismo? ¿Como un hombre de negocios? ¿Como un experto en tecnología? ¿Como un visionario de la humanidad? ¿O quizá se contempla, al final, fundamentalmente como un típico padre de familia norteamericana?
B. G. Bueno, sin lugar a dudas, dedico una gran parte de mi tiempo a ser padre, y es de las cosas que me resultan más gratificantes. Todo el mundo tiene muchos perfiles distintos. Yo me veo más como un experto en tecnología que como un hombre de negocios. Alguien me dijo una vez: "Usted es un magnífico empresario. ¿Por qué no se dedica al pan, o a los coches, o algo por el estilo?". ¡Oiga!, contesté, pues porque esas cuestiones no me apasionan lo más mínimo. Cuando tenía entre 13 y 19 años me apasionaba averiguar qué dirección tomaría el mundo de los ordenadores y qué serían capaces de hacer, y me he pasado el resto de mi vida intentando hacer realidad los sueños que tenía entonces. Hay cosas que ideé a mis 14 años y que aún no he logrado terminar. Adoro el software, y en parte ése es el motivo por el que me empleo menos en cuestiones directivas, para poder dedicarme más a la elaboración de software. Entiendo el mundo de la empresa, no tengo falsas modestias en esto, y lo encuentro fascinante; leo biografías de empresarios, sigo el desarrollo de otras compañías, participo mucho en nuestros procesos empresariales, a pesar de que ahora mismo tengo a Steve * para que se ocupe más de todo eso. Pero lo que verdaderamente me pone en marcha, me motiva, es hacer buenos productos de software. En resumen, diría que mi primer interés es mi familia, tengo una familia magnífica y me siento muy afortunado por ello; en segundo lugar, me encanta trabajar con gente inteligente haciendo un software magnífico, y ahora, un poco como tercer foco de atención, tengo una fundación con la que exploro cuáles son las mayores necesidades de la humanidad, qué es lo que falta, y qué es lo que no se está haciendo para satisfacer esas necesidades.
J. L. C. Recuerdo una anécdota de lord Carrington, que le dijo al ex presidente del Gobierno español González lo siguiente: "Estos estadounidenses son muy raros. No sólo quieren que les teman, sino también que les quieran. Ustedes, los españoles, y nosotros, los británicos, hemos tenido un imperio, y sabemos lo que eso significa. Cuando uno tiene un imperio es imposible que la gente te quiera". Usted ha creado, desde luego, un imperio siendo un hombre joven todavía, y ahora hay muchísimos jóvenes manifestándose en las calles contra la globalización, contra la americanización, contra las grandes empresas, contra imperios como el suyo. ¿Usted se siente querido o piensa que su persona es demasiado controvertida? ¿No percibe que pueda convertirse en un símbolo de la globalización, de ésos que la gente repudia?
B. G. La verdad es que cuando uno va prácticamente a cualquier país y le pregunta a los jóvenes en qué empresa les gustaría trabajar, Microsoft suele ser el número uno de la lista. Nosotros acudimos a las universidades para hablar con los jóvenes de lo que está pasando, y es absolutamente increíble el nivel de entusiasmo que demuestran por adoptar el cambio, utilizar las herramientas digitales y hacerlas ascender a nuevas cimas que ni nosotros mismos habíamos imaginado jamás. Tenemos una formidable reputación entre los jóvenes, y eso forma parte de nuestro éxito: hay millones de usuarios, millones de personas que nos ayudan a hacer que nuestro producto sea mejor. Además estamos en un negocio en el que no se plantean problemas medioambientales, porque lo único que hacemos es enviar bits por líneas y cables. Y en realidad ayudamos a la gente a que vea que no tiene que utilizar tanto papel o tomar tantos aviones..., cosas así. Sentimos por eso un ambiente favorable. Lo que intentamos es conseguir bajos costes y gran volumen en nuestros productos. Nuestras licencias constituyen normalmente una parte muy pequeña del presupuesto de tecnología de la información de cualquier empresa. Al hacer que nuestro personal sea más eficaz conseguimos que la gente obtenga un extraordinario ahorro en términos de rentabilidad laboral y costes de consultoría. Por ello, en todo caso, me siento abrumado por el interés y la emoción que percibo respecto a mi persona. En los primeros años de Microsoft trabajábamos en solitario con la esperanza de estar haciendo lo correcto; ahora es como si el mundo nos hubiera dado la razón, reconociendo que, efectivamente, los ordenadores otorgan poder a las personas.
J. L. C. Es decir, finalmente se siente querido, más que nada.
B. G. Diría que sí. Mi padre y mi madre siempre me han querido... [risas de ambos]. Aunque, como en el caso de cualquier empresa que tenga éxito, también existe una cierta polémica en torno nuestro. Pero el balance final es que percibimos más cariño que otra cosa, porque somos una parte del futuro de la gente... del que la gente quiere formar parte.
Babelia
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