Un país de mujeres
"Te estoy provocando, ¿verdad? Pues eso es exactamente lo que pretendo". El tipo al otro lado del teléfono se ha tomado muchas molestias para preservar su anonimato. E-mails de ida y vuelta. Negociaciones y contranegociaciones. Es el propietario y director de La Página del Machista. Un sitio de Internet cuyo nombre lo dice todo. La web es mala. Malísima. La típica colección de refranes, chistes y chascarrillos de pésimo gusto sobre la supuesta inferioridad de las mujeres. El celo de su creador a la hora de dar pistas sobre su identidad. Eso es lo nuevo. "No es que me dé vergüenza dar la cara, es que paso de que se me echen encima todas las feministas de España", se explica. Y añade: "Yo lo que soy es un antisistema. Digo que soy machista porque eso, ahora, es provocar".
Este veinteañero, universitario, propietario de una empresa on-line -únicos datos que tiene a bien proporcionar-, puede ser más o menos políticamente correcto. Pero, desde luego, está en el mundo. Es un hecho. Declararse abiertamente machista o efectuar declaraciones que lo denoten causa, aquí y ahora, alarma social. Y se paga. Que se lo pregunten a Fernando Trocóniz, el expresidente del Pacto de Toledo. Dijo que no sería mala idea que las mujeres cobraran menos pensión dado que viven más, y había que oírlo al día siguiente en todas las televisiones: "Me arrepiento, lo reconozco". Daba pena verlo, pero el acto de contrición no le valió de mucho. Al poco, él mismo presentó su cabeza a su partido, el PP, que se limitó a aceptar la ofrenda sin más comentarios.
Pero esta clase de deslices que tan caros salen ahora no son exclusivos de la derecha. Fernando Salinas, juez progresista del Consejo General del Poder Judicial, tuvo otro, glorioso, con motivo de la elección en febrero de la primera magistrada mujer del Tribunal Supremo. Irritado con la designación de Milagros Calvo, candidata del sector conservador, a Salinas se le fue la fuerza por la boca. "Esta señora será el florero del Supremo", soltó. Quizá expresaba la percepción de casi todos sus compañeros varones y de algunas realistas colegas femeninas, pero fue él quien cometió el error de decirlo en voz alta. Se le escapó, y tuvo que pedir disculpas públicas a la interesada nada más lanzar el exabrupto.
Es evidente. Tras décadas de campar a sus anchas, los machistas de este país han desaparecido del mapa. Literalmente. Ha sido imposible que ningún varón, nombre y apellidos mediante, se reconociera como tal y ofreciera sus razones. ¿Una victoria del movimiento feminista? Menos lobos. Más bien una mezcla de saludable progreso social, una parte de corrección política -¿dónde están, también, homófobos y racistas?- y una estricta aplicación del catálogo de buenas prácticas comerciales.
El cliente siempre tiene la razón, y las mujeres son hoy, más que nunca antes, excelentes parroquianas. Ya sea en el terreno político (son el 51% de la población, mayoría absoluta de electoras), en el social o en el puramente comercial (ellas deciden más del 50% de las compras familiares y el 100% de las individuales), las mujeres votan, compran, influyen, crean y destruyen tendencias, opinan, presionan. Cuentan. Mejor tenerlas contentas. Los publicitarios, oráculos de los cambios sociales y nada sospechosos de saltarse las leyes del mercado, hace tiempo que lo tienen claro. Las chicas se maquillan para ellas mismas y no para sus novios ("L'Oréal, porque yo lo valgo"); son mucho más listas que sus compañeros de piso (Páginas Amarillas) y no se casan con cualquiera (la conductora del Ford Focus y su NO grabado en la tierra).
"El anuncio de la típica tía buena y el deportivo está en desuso. Aparte de que está pasado de moda, es que ya no vende. Lo cual no quiere decir que no quede cierto machismo residual en publicidad. Pero existe otra razón; cada vez hay más mujeres en este negocio y a ninguna se le pasa por la cabeza proponer un anuncio machista, a no ser que sea en clave de humor. Ni se nos ocurren, ni el cliente nos los pide, ni nos gustan", arguye Marta Rico, socia de la agencia de publicidad Señora Rushmore, que, precisamente, ha sido la encargada de poner al día el legendario "Soberano es cosa de hombres", que ahora se anuncia con un cortometraje de Miguel Bardem titulado El rey canalla.
Aunque no se deja engañar por las apariencias, a Inés Alberdi, socióloga feminista, no le molesta tanta cortesía. "El patriarcado no ha desaparecido, pero está de capa caída. Hasta hace poco, las mujeres teníamos que aguantar los chistes, las expresiones, los anuncios ofensivos poniendo cara de póquer. Ahora, sabemos que hay machistas, pero por lo menos no pueden chulear de serlo. Si es sólo corrección política, bienvenida sea".
"¿Que dónde están los machistas?". Enrique Gil Calvo, sociólogo, autor de El nuevo sexo débil. Los dilemas del varón posmoderno (Taurus), acepta divertido el envite. "En la clandestinidad, disfrazados, perfectamente mimetizados con el ambiente. Pero por todas partes". Lo que sucede, sostiene, es que el machista posmoderno es impecable en sus formas. Usa guantes y no deja huellas. Borra las pruebas. Es imposible de perseguir. "El misógino del siglo XXI practica un machismo condescendiente. Cede el paso a las mujeres. Les concede cuotas, les deja la mitad de todas las representaciones. Ahora sois más en todos sitios. El Estado va a ser pronto vuestro. Pero por debajo de esa realidad intachablemente igualitaria, verbal y jurídica, está la situación real. Y esa es que el verdadero poder está en guetos masculinos donde se manda y se influye de verdad, y allí no podéis entrar".
-Pero es un hecho que hay mujeres dirigiendo empresas e instituciones.
-Sí, pero cuando una mujer entra en esos clubes es porque los de dentro le han dejado. Es una mujer domesticada. Aquella que es capaz de estar en ámbitos exclusivamente masculinos sin molestar, sin rivalizar con ellos, aceptando sus reglas del juego, soportando los chistes machistas que, allí sí, se cuentan, y muchos, cuando ellos se relajan. Y es en esos entornos masculinos, secretos, clandestinos casi, donde se toman realmente las decisiones políticas o de negocios, lo importante de la vida. Y lo demás da igual que se lo queden las chicas. Porque es verdad, ellas tienen mas títulos y más matrículas de honor y son más empollonas y más brillantes que ellos.
Gil Calvo clava las estadísticas. Más de la mitad (53%) de los universitarios españoles son mujeres. Seis de cada 10 licenciados en 1998 fueron licenciadas. Pero sólo el 13,2% de las cátedras están ocupadas por catedráticas. Las chicas suspenden (27%) menos que los chicos (36%) en secundaria. Pero el paro femenino dobla al masculino, y, cuando trabajan, ellas cobran el 22% menos que ellos en todos los sectores laborales. En fin, que las españolas sólo ocupan el 31% de los puestos directivos de las empresas públicas y privadas, no llegan al 30% de los escaños de los parlamentos, sólo hay un 10% de alcaldesas y ninguna presidenta autónoma. Y recuerden cómo llamó a la única mujer magistrada del Supremo su colega Salinas.
¿No las dejan subir o es que ellas no quieren pagar el precio del ascenso? José Bono, presidente socialista de Castilla-La Mancha, lo decía: "Yo quería tener seis mujeres, pero tres me dijeron que no". Bono no se refiere a su casa, sino a la composición de su consejo de gobierno. Quería más consejeras que consejeros, pero las candidatas rechazaron, según él, su oferta con un argumento irrebatible: "No vamos a tener tiempo".
¿Tiempo para qué? ¿Qué cosas distintas, además del trabajo, tienen que hacer ellas que los candidatos varones al Gobierno de Bono ni se plantearon? Premio: la casa, los hijos, la vida privada. Ellas se tienen que plantear la disyuntiva. Ellos, no. El peaje, demasiado caro para algunas, determina el perfil de muchas triunfadoras: mujeres solteras, o divorciadas, o sin hijos, o con hijos que ya vuelan solos. Y las que no se ajustan a ese patrón son las reinas del trampeo, del equilibrismo, del salto de obstáculos y del vivir la vida no ya al día, sino al minuto, para salvar el pellejo en casa y en la oficina
Pero mientras la cima aún está lejos, la base se ensancha. Más mujeres se hacen visibles en todas partes. Hasta en la cárcel. Y otras muchas vienen de fuera, solas, a trabajar a este país para que quizá sus hijas no tengan que conformarse con el último peldaño de la pirámide. Porque no pocas de las que suben escalones lo pueden hacer gracias a que una legión silenciosa de inmigrantes cuidan de sus casas y de sus hijos mientras tanto. La periodista Montserrat Domínguez, 38 años, dos niños, directora de La mirada crítica en Tele 5, lo expone gráficamente: "Yo trabajo porque tengo una mujer en casa que cuida de mis hijos y que, a su vez, tiene en su país a una madre-abuela que cuida de los suyos. Benditas sean las dominicanas, las ecuatorianas... Las madres que trabajamos deberíamos manifestarnos en masa para flexibilizar la Ley de Extranjería".
Montserrat es una 'baby-boomer'. La copiosa generación de mujeres que nació en los 60. Las hijas de las pioneras del feminismo cada una a su manera, las que estrenaron la píldora, mujeres que ahora tienen 55 años, que impulsaron a sus hijas a prepararse y lograr lo que se propusieran; las que aún, como la madre de Montserrat, les echan una mano con los niños y la casa si hace falta.
Las coetáneas de Domínguez son, también, las nietas de las mujeres más mayores de este país, las que andan por los 75-80 años, las que vivieron con la idea de sacar la familia adelante y tuvieron los hijos que Dios o sus renuncias quisieron. Y Montserrat y sus amigas son, ellas sí, las mujeres que han dado por descontada la igualdad.
Un equipamiento de serie "hasta que empiezan a trabajar o tienen un hijo", dice Inés Alberdi, autora del retrato de abuelas, hijas y nietas. "Entonces es cuando se sorprenden de que las cosas quizá no han cambiado tanto y se enfurecen de que les apliquen, a ellas, criterios tradicionales. Como tienen poca preparación e interés para lo doméstico y sus parejas tampoco, las soluciones a los problemas suelen ser negociadas, pero el conflicto está latente. Además, tienen expectativas muy altas respecto a la sexualidad y a la relación de pareja. No aguantan porque sí, como sus madres y sus abuelas, y el riesgo de quiebra en la relación es constante".
Ellos y ellas están, pues, en esa edad crítica en que coinciden el mayor grado de exigencia profesional y la absorbente crianza de los hijos, en estado de negociación permanente. Ella y él tienen, para los espectadores de Telemadrid, TV-3 y Canal 9, los rostros de los actores Cristina Solá y Pep Julien. Son los protagonistas de Él y ella, una miniserie -siete minutos- que no bate récords de audiencia, pero que se ha convertido en espacio de culto para miles de parejas que se ven reflejadas en los rifirrafes románticos, económicos, sexuales, laborales, sociales y domésticos de esta pareja de treintañeros estresados.
"Es un choque de trenes", explica Alberto Rull, director de Trimagen, la productora de la serie. "Cristina ha sido educada para ser la perfecta burguesa, esposa y madre, y a la vez comerse el mundo en el trabajo. Todo ha ido bien hasta que ahora, con el reloj biológico metiéndole prisa, no sabe por dónde tirar y ha de diseñar su propia vida. Pepe, por su parte, con una educación machista tradicional, está enamorado hasta las cejas de esta nueva mujer y se debate entre sus reacciones más primarias y la necesidad de aflorar sus sentimientos. Ambos son pioneros, no tienen referentes, están investigando, y de sus avances y retrocesos salen las claves para llevar bien una relación nueva". Y de paso unos diálogos desternillantes que han enganchado, insólitamente en una serie sin niños, a muchos críos entre 4 y 10 años, "quizá porque ven retratados a los marcianos de sus padres", sostiene Rull, clónico él mismo -36 años, casado, una hija de 1 año- del varón de la pareja protagonista.
Son los tipos como Pepe, o como Rull, o como los compañeros de Montserrat Domínguez, "que a las siete de la tarde se ponen a mirar el reloj porque quieren llegar a casa a tiempo para bañar a su bebé"; los que, en palabras de la demógrafa Anna Cabré, están haciendo una revolución de uno en uno. "Me interesa mucho lo que ocurre con los hombres", decía ya en 2000 esta profesional que "aún" se declara feminista. "Ellos no lo hablan. He llegado a la conclusión de que no hablar de lo que les pasa forma parte de la condición masculina. Por ello, el cambio que se está dando en los hombres es discreto, silencioso e incluso algo vergonzante. El camino de las mujeres hacia la igualdad se ha hecho bajo los focos, y las ha llevado a la esfera pública, pero el de ellos se dirige hacia lo privado, que es íntimo, sin estadísticas. Pero se está haciendo".
Enrique Gil Calvo es más directo. "Las chicas buscan ahora la cuadratura del círculo. El tipo igualitario, que se relacione con ellas con sensibilidad. Pero el enamoramiento apasionado parece que exige admiración, que el otro te supere, y ahora no hay chicos que las superen porque al menos formalmente son iguales. Por otra parte, pocos chicos se atreven a emparejarse con chicas listas, que deciden; que tienen, digamos, poder ejecutivo; porque eso inhibe mucho, intimida y no funciona sexualmente. Y si resulta que ahora, además, las tías te dejan, los tíos ya no están tranquilos. La pareja está en redefinición, y cada unión es un experimento".
En fin, se acabó la expedición a la caza del último machista confeso. No se ha dejado atrapar. En el taxi de vuelta, la radio exhala una lánguida canción de Bjork desde el programa Siglo XXI, de Radio 3, la emisora alternativa de RNE. La banda sonora es insólita porque aquí, en Madrid, es difícil imaginar un espacio menos proclive a la modernidad que el habitáculo de un taxi. El taxista sigue negando el tópico. Jovencísimo, melena vagamente rasta y (se vuelve a preguntar la dirección)... ¡pearcing en el labio! Éste es mi hombre. "¿Que si mis colegas del taxi suelen ser machistas? No sé, como todos".
-No me dirás que tú eres machista.
-Pues un poco sí, para qué negarlo. Yo en casa no hago nada, lo hace todo mi hermana; pero es porque ella quiere, yo no la obligo. Si mi madre me hace la comida y la cama y me plancha y todo eso, ese es su trabajo. Cada uno tenemos el nuestro.
-¿Y tú tienes novia?
-Sí.
-¿Y qué piensa ella de todo esto?
-Ella no me consiente nada, claro. Cuando vivamos juntos ya espabilaré. Las cosas no se cambian porque lo diga una ministra. Las cosas hay que cambiarlas en cada casa.
Babelia
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