'Pathos' sobre zapatillas de puntas
Édouard Lock se apunta otro tanto a su brillante y siempre discutido catálogo
Tomando el tenebrismo como literalidad, en la plástica y en la fuga de la luz, Édouard Lock se apunta otro tanto a su brillante y siempre discutido catálogo. Componiendo cuadros abstractos de motivaciones veloces, enlazados virtualmente por las secuencias musicales, el vídeo o la simple consecución corporal, el trabajo avanza líquidamente en su oscuridad, aparentemente impenetrable y distante, pero envolvente y poderoso.
A veces cita expresamente el material académico (formato y fraseado) y en continuación lo desorbita, desde la célula del pas de deux a las figuras en tríptico, asociaciones paralelas y un fogueo constante de reto y recuperación de los ejes en liza, la docena de bailarines crea un imán, una tensión que acaso ya estaba en las óperas barrocas de argumentos mitológicos (el Cerbero aquí es bisagra) y aires evocadores que sirven de apoyatura, sutil cimiento a la coreografía, un todo complejo y teatral, donde se distancia y distingue el coro de los personajes, solidarizados en una desesperada lucha por llegar a la luz, a un baño espectral, satisfactorio y acaso de redención: se trata del respiro para seguir adelante sobre un destino escrito, y no por ello, menos sorprendente.
Así, hay en los bailarines un éxtasis como un chispazo mientras progresa el material bailable y exponen sus ciclos, un fraseo donde la repetición de algunos enlaces (a veces obsesiva y ritual) sustituye quizás al canto o a cualquier intento de linealidad. Es un ejercicio sumario de abstracción.
Ya la vez, es una inquietante ordenación de la noche de ballet contemporáneo, donde la topografía es marcada por las sombras y se acota a golpe de virtuosismo, de su intrínseca dificultad. Lock deja ver lo que quiere expresamente en cada instante. Un juego arriesgado, enervante y nada convencional que no siempre ayuda a percibir tan virtuoso despliegue de acción balletística, de construcción sobre la vertical.
La confluencia estética con William Forsythe es sólo aparente. A veces los focos cenitales o rasantes, agotadores, pueden llevar a confusión, a ver similitud formal donde lo que hay es decodificación del mismo sistema predecesor, pero asumida por camino diverso, diríase que antagónico. La inercia y su contrario debaten una gráfica exultante, extenuada y vuelta a contrarrestar en el dibujo con algo que puede entenderse como ejercicio barroco en sí mismo, los enlaces convexos culminan en una rápida pose del cóncavo frontal.
Y vuelta a empezar, es la dulce tiranía de un coreógrafo que sabe y expresa dominante que el fondo de los cuadros de entonces es impenetrable, como esa tiniebla donde hoy precipita a sus héroes y de donde los hace emergen a la espiral sofocada, al pálpito energético, a la abstracción perfeccionista de una danza tan estilizada como poética.
El vídeo puede desconcertar. Son dos pantallas verticales, como telones, que suben y bajan ocasionalmente. En uno gesticula una mujer joven; en el otro, una anciana. Van vestidas con sencillas camisas blancas. No hay maquillaje, no hay más que aquella meditación muda a través de la exposición y el gesto, a veces mínimo, otro inesperado. Pueden ser el ciclo de la vida, principio y fin de la propia heroína nominada y de la tragedia que no ha sido relatada, sino sobrevolada, sugerida en incesante da capo.
Babelia
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