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Bajo riesgo de tormenta

Barenboim dirige una titánica 'Quinta' de Beethoven entre 'adagios' de Mahler

A las diez en punto empezó a llover. Fue un chaparrón refrescante que, afortunadamente, no fue a más. El riesgo de tormenta era evidente, con los rayos amenazantes de fondo. Los que llevaron la peor parte fueron los músicos, pues las ráfagas de viento les venían de todas las direcciones y ya no sabían cómo colocar las pinzas para sujetar las partituras. A Daniel Barenboim este tipo de dificultades le estimulan y así planteó una Quinta, de Beethoven, a lo heróico, con una energía arrolladora y una fuerza a prueba de toda clase de obstáculos. Los dos últimos movimientos, en particular, desprendieron un magnetismo irresistible. Y también el primero, planteado conceptualmente con gran solidez. El público no aguantó en silencio hasta el final y fue aplaudiendo con espontaneidad cada movimiento por separado. Bien es verdad que al finalizar la sinfonía el entusiasmo se desbordó. Y además no habían caído más que unas gotas de agua. La tormenta había sido respetuosa con la convocatoria musical clásica más deseada en Madrid.

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Barenboim había planteado un programa con obras sinfónicas de comienzos de siglo. Del XIX con Beethoven, del XX con Mahler. Algo así, si me permiten la aproximación, como un principio y un final del romanticismo centroeuropeo. Con la particularidad de que Beethoven engancha con el clasicismo y Mahler anticipa algunas corrientes del siglo XX. Tal vez por haberse cumplido este año el centenario de la muerte del compositor, Barenboim escogió el andante-adagio de la inacabada Décima sinfonía, al ser un punto de llegada de la estética de Gustav Mahler. Es una página de extraordinaria serenidad que este año la frecuentan todos los grandes directores musicales, desde Claudio Abbado a Valeri Gergiev, pero tal vez por sus características complejas se preste menos que otras a una programación al aire libre y menos todavía abriendo el concierto.

Seguramente, por una política de compensaciones, Barenboim, después del éxito apoteósico con Beethoven, ofreció al público como propina el adagietto de la Quinta de Mahler, popularizado gracias a la película Muerte en Venecia e instalado por tanto en la memoria colectiva de una forma más contundente que el movimiento lento de la Décima. El respetable agradeció este gesto, pues en cierta medida redondeaba la propuesta intelectual del concierto.

La orquesta West-Eastern Divan, formada, como se sabe, por judíos, palestinos y españoles, y con sede en Andalucía, volvió a mostrar su empuje juvenil y su disposición voluntariosa. Funcionaron con coraje y rigor especialmente las secciones de cuerda, como se pudo apreciar en Beethoven y en el adagietto de la Quinta de Mahler. Es una orquesta cuya perspectiva social refuerza y da otro sentido a sus valores musicales. Barenboim mima a sus componentes tanto en sus intervenciones desde el punto de vista técnico como en el apartado de convivencia humanista. El tándem director-orquesta es así de una gran eficacia.

El concierto anual que ofrecen cada año en Madrid en agosto se ha convertido en la cita "clásica" del verano en la capital. La plaza Mayor se llena a cada convocatoria y el público recibe al maestro y sus músicos con un gran afecto. Barenboim no deja de saludar a los espectadores que se encuentran más alejados del escenario, lo que refuerza los lazos de comunicación. Lo que resulta más conmovedor de los conciertos de Barenboim en la plaza Mayor de Madrid es precisamente contemplar las caras de emoción del público que asiste, la expresión de gratitud en los rostros, los gestos de sensibilidad contenida. El acercamiento a la música clásica que estos actos provocan es más que evidente, y a ello contribuye de forma determinante una figura carismática como las de Barenboim, a lo que habría que añadir la simpatía que emana del lado solidario de esta orquesta de jóvenes.

Por todo ello, Madrid volvió a vibrar ayer de nuevo con esta experiencia anual. De una manera entusiasta en Beethoven, con un placer más reflexivo en Mahler. Vienen de Ronda y Sevilla y se van ahora al extremo Oriente, pero la parada y fonda en Madrid ha sido una estimulante inyección de conocimiento musical y proyección social. El año que viene volveremos a la cita.

Daniel Barenboim, en la Plaza Mayor de Madrid.
Daniel Barenboim, en la Plaza Mayor de Madrid.ALBERTO MARTÍN (EFE)

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