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Espada y desidia

Hay soluciones visuales que las carga el diablo: cuando Steven Spielberg y Janusz Kaminsky tuvieron, en Salvar al soldado Ryan (1998), la oportuna epifanía de jugar con el obturador para dotar a su representación del desembarco de Normandía de la crudeza expositiva propia de un documental sobre el terreno, no sabían que su descendencia -o, simplemente, los cazadores de genio ajeno para domesticarlo en forma de cliché- iba a invertir no poco esfuerzo en devaluar su hallazgo. Con el tiempo, esa estética abrupta, que cineastas como Ridley Scott han usado hasta la extenuación, se ha convertido en un cliché: un recurso que parece eximir a los directores de plantearse pertinentes preguntas sobre la puesta en escena. Así, Jonathan English, en su tercer largometraje como director, no parece haber perdido el sueño al preguntarse cómo mostrar y describir, por ejemplo, el asedio a un castillo medieval: tenía la respuesta a mano y su particular aplicación de la misma parece toda una perversión de la astucia que invirtió Orson Welles en la representación de las batallas en Campanadas a medianoche (1965), porque aquí la técnica Kaminsky sirve para enmascarar (mal) el hecho de que no estamos precisamente ante una súper-producción. Templario, en tiempos más benignos, hubiese sido una de esa películas dignas del directo-a-vídeo.

Templario

Dirección: Jonathan English. Intérpretes: James Purefoy, Paul Giamatti, Brian Cox, Derek Jacobi, Kate Mara, Charles Dance. Género: Aventuras. Estados Unidos-Gran Bretaña-Alemania, 2011. Duración: 121 minutos.

James Purefoy -algo así como la segunda mejor opción cuando no hay presupuesto para pagar a Hugh Jackman- encarna al templario del título, héroe atormentado en una dilatada acción de resistencia contra las represalias de un rey Juan I que Paul Giamatti encarna como un sobreactuado villano de tebeo malo. Alrededor de ellos, actores tan sólidos como Derek Jacobi, Brian Cox y Charles Dance hacen lo que un gran intérprete suele hacer en estos casos: aguantar el tipo con dignidad. Con profusión de sangre digital, Templario ofrece un retrato de la Edad Media crudo y brutal, pero el espectador con memoria añorará una película como Los señores del acero (1985) de Paul Verhoeven, donde la misma vocación de sordidez servía a un sentido crepuscular de la aventura y a un planteamiento estético alejado de este apaño que no se preocupa demasiado en disimular su condición de borrador de última generación.

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