Una sátira sobre la casualidad
Ricardo Darín interpreta a un ferretero cascarrabias al que el destino obliga a convivir con un chino que no habla castellano en 'Un cuento chino', la última película de Sebastián Borensztein sobre la convivencia entre culturas
Uno a uno, Roberto cuenta los clavos de una caja. Por cada alcayata que suma, su tono se endurece, su gesto se agrava y su conteo se convierte en una ristra de calificativos poco acordes con las propiedades de estos objetos. A Roberto, ferretero en un barrio de Buenos Aires, no le salen las cuentas, una vez más. "Estamos habilitados a suponer que alguien que está enojado, puede tener sus motivos. Alguien que está dolorido, seguramente tiene una causa", excusa a su personaje, Ricardo Darín, de visita promocional en Madrid para presentar Un cuento chino, la última película del director argentino Sebastián Borensztein, que se estrena hoy en España.
Esta "sátira", como la denomina el intérprete argentino, con algo de cuento y un poco de fábula -por la aparición fortuita de una vaca que cae del cielo- rompe con el sinsentido en el que vive el personaje de Darín, cuando un ciudadano chino aparece de manera fortuita en la vida de este ermitaño huraño. Es entonces cuando el filme se convierte en "una historia sobre el enfrentamiento entre conceptos que se entienden de manera diferente en dos culturas, la oriental y la occidental".
La idea oriental de dotar a cada circunstancia de un significado la encarna el actor Huang Sheng Huang, perdido en la capital argentina. La indignación constante con cada piedra en el camino es patrimonio de Roberto. Lo que descubren protagonista y espectador es que, después de chocar frontalmente contra su soledad y ser capaz de solidarizarse con un hombre sin mas rumbo que un tatuaje con la dirección de un familiar, "el tipo está hecho de una materia noble".
"Roberto sigue atrincherado como excombatiente de Malvinas", explica Darín. Borensztein encontró a su protagonista en un hombre argentino que luchó en la guerra que enfrentó a Argentina e Inglaterra en las postrimerías de la dictadura militar que asoló el país del Cono Sur en los ochenta. "Un auténtico héroe", apostilla el actor, "solo, subido en una piedra, y con la única ayuda de una ametralladora, se enfrentó a un helicóptero y consiguió que su batallón pudiera escapar". El combatiente anónimo es poseedor de una medalla honorífica que tienen, solamente, los próceres argentinos San Martín y Belgrano. Pese a lo magno de su obra y condecoración, los avatares de estos soldados se unen todos en el personaje de Roberto.
Unos metros más abajo del hotel Emperador, donde Darín desvela los pormenores de este cuento chino, otra trinchera trata de sobrevivir a los embistes del tiempo. Los indignados del 15-M se cuelan en la conversación. "Esta juventud reclama cosas justas, muy justas", dice con la misma convicción que defiende a su personaje. "Lo único que pido es que lo cuiden. Cuando uno tiene algo precioso entre manos no puede desenfocarse. A veces las reuniones se vuelven multitudinarias y corren el riesgo de desvirtuarse. En honor a lo que pienso, a mis hijos, a la juventud que está tan desengañada en muchos aspectos, que no se desenfoquen, que no permitan la intromisión de otros que puedan llevar las cosas a otro lado".
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