El fervor de Juan Gabriel Vásquez
Entre el 2004 y el 2007, el escritor colombiano afincado en Barcelona Juan Gabriel Vásquez publica dos novelas que se ganan inmediatamente el fervor (una palabra muy borgiana, por cierto) de la crítica. Se trata de Los informantes y Historia secreta de Costaguana. Hay libros que gustan y otros que despiertan en uno un casi inexplicable fervor. Sin desatender para nada el valor literario de la primera novela, con su estructura impecable y esa historia casi secreta de la autoridades colombianas persiguiendo nazis y por extensión a todo alemán (incluso judíos alemanes) que se pusiera a tiro durante la administración de Edurado Santos en connivencia con el Gobierno de Roosvelt durante la segunda guerra mundial, sabiendo el acierto de Vásquez al concebir de esta manera un tipo diferente de novela política en el contexto de las novelas políticas que se escriben en Latinoamérica, este crítico expresó su fervor por un libro de cuentos, probablemente el mejor libro de cuentos que se publicó en español el año 2008. Me refiero a Los amantes de Todos los Santos. Los siete relatos que lo componen son seda pura, lo son por el arte de imaginar sus historias y por el no menos difícil arte de plasmarlos mediante una escritura que termina siendo a la postre su carne y su alma.
Juan Gabriel Vásquez se ha declarado alguna vez admirador de dos novelas capitales de Philip Roth: Pastoral americana y La mancha humana. Le interesan estas novelas porque de alguna manera plantean algunos de los grandes enigmas de la vida contemporánea de Estados Unidos: enigmas privados que conducen irremediablemente al corazón de los problemas públicos americanos. Así se entiende el hecho de que acometiera Los informantes. Se cita a Hemingway, a Auster, a Borges, buscándole afinidades. Habría que sumar a Conrad, al que dedicó una biografía.
Vuelvo al libro de mi fervor por la literatura de Juan Gabriel Vásquez. Los amantes de Todos los Santos. Esos siete cuentos que nos ponen ante la culpa y el sentimiento de extrema soledad. Me importa ahora recordar la experiencia de intensidad narrativa que experimenté con su lectura. Y la sensación de eso que se suele llamar madurez artística. Un tópico seguramente, pero que como los buenos tópicos nos allana el camino de la admiración impostergable. Pocas veces leyendo un relato, como el que presta título al volumen, sentimos que nos introducen en la atmósfera de una novela corta. Con su misma exigencia sintética y ese misterioso tono para sugerirnos una dolorosa incertidumbre.
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