Bebe: el toro y el minino
La artista alterna lujuria y recato en su esperado encuentro con los madrileños para presentar su álbum 'Y.'
Le tenían ganas. Vaya que sí. 20 minutos pasaban de las diez de la noche cuando Bebe avanzó al reencuentro con sus admiradores madrileños después de cuatro años largos de poca tocata y mucha fuga. "Estoy como un flan", confesaría ella poco después, ataviada con un mono azul y negro, el pelo desmelenado y más recatada de lo que imaginábamos, algo rígida frente al micrófono. Esta noche, en Puerta del Ángel, no tocaba presumir de piernas guapas y larguísimas. La ciudad, al acecho en la anochecida; la artista, en la encrucijada donde confluyen la responsabilidad y la emoción.
El columpio, en el centro del escenario, tardó más de diez canciones en recibir mínimo uso. Sonaba Pa una isla y la extremeña alternó el balancín con los primeros revolcones por la alfombra ("dime cómo es que era que tú querías que te hiciera").
Desde el suelo se ven un montón de cosas, razona ella, siempre entre pícara y arisca. Parecía llegar con ánimo exculpatorio, pero no arrepentido: le repitió a quien quiso escucharla que no conviene verse en exceso "para seguir en sintonía". Y presumió de consumir solo agüita fresca: "todavía estoy obsesionada con mi mochuelito y la teta", anotó en alusión a su maternidad reciente.
Bebe es, como buena creadora, una mujer inmersa en sus propias contradicciones. No le gusta revelar su nombre de pila, siente alergia por las entrevistas y hasta puede que le sobre el roce con el prójimo, pero ha elegido dos profesiones tan poco discretas como las de actriz y cantante para poder pagar las facturas a fin de mes.
Eso que salimos ganando; igual también habría resuelto los asuntos de la subsistencia con su antiguo empleo en el Cañas y Tapas, pero en ese caso nos habríamos perdido unas cuantas interpretaciones de interés. Y las que aún queden por llegar, si tiene a bien seguir ejerciendo.
Como a uno de esos toreros impredecibles, a Bebe también se le perdonan las espantás. Más de dos mil personas llenaron el recinto de la Casa de Campo después de muchos días con taquillas más bien anémicas. Y tras una primera media hora de tanteo, con un repertorio quizás demasiado modosito, acabó prendiendo la llama de la pasión. Piezas como La bicha o Qué mimporta facilitan que a todo el mundo le entren los calores.
Cuentan que en su casa de discos la temen como a un nublao. Tras el pelotazo de P'afuera telarañas, el debut soñado por cualquier artista novel, Bebe no solo repudió el tema que la había catapultado (Malo) sino que desapareció del mapa sin explicar si grabaría algún nuevo disco antes o después, o si se consagraría a la causa eremita en algún paraje lo bastante alejado de la civilización.
Al final resulta, por fortuna, que en la vida hay tiempo para casi todo. Y que el anhelado segundo álbum de la extremeña (Y.) es bastante más satisfactorio, en intención musical, singularidad y estatura poética, que su predecesor. Aunque venda menos ejemplares y nadie lo haya podido presentar como un cursillo acelerado de feminismo integrador ni banda sonora contra la tragedia de los malos tratos.
Así de dual, compleja y ambivalente es la naturaleza humana; no digamos ya la de una terrícola que frecuenta platós y escenarios como extraña forma de vida, que diría el viejo fado. Bebe puede mirar p'afuera, como en su primer disco, o enseñarnos hasta los higadillos. Sentir a carne viva el latigazo del desamor o exprimir los placeres de la carne hasta el borde mismo de la lujuria. Comportarse con la brutalidad del toro y suscitar la curiosidad irresistible de los mininos. Estos últimos, apostados en las primeras filas, ni pestañeaban. Prendaditos.
Babelia
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