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Reportaje:

Grandes maestros ocultos

Piezas perdidas, escondidas o atribuidas erróneamente se añaden a la obra de destacados autores a la vez que otras caen de sus catálogos gracias al trabajo de los expertos y a la casualidad

No todos los días se descubre un velázquez. Pero La educación de la Virgen, hallada recientemente en un sótano de la Universidad de Yale, no es la única obra de un gran maestro que aparece en los últimos años. Piezas perdidas, escondidas, atribuidas erróneamente, se añaden a la obra de autores a la vez que otras caen de sus catálogos, gracias al trabajo de los expertos.

El propio Velázquez ha protagonizado algunas de las noticias recientes más destacadas en el mundo del arte. En septiembre pasado, se confirmó, gracias a una restauración, que Retrato de un hombre, del Metropolitan de Nueva York, era obra del maestro y no de uno de sus discípulos, como se creía. La autenticidad de Santa Rufina fue certificada por la fundación Focus Abengoa, que la compró en julio de 2007, pese a las dudas que ha suscitado sobre ella Jonathan Brown, una autoridad en la obra del pintor sevillano.

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En los hallazgos artísticos, juega un importante papel la casualidad. "Muchas veces, sólo se encuentra aquello que se busca", opina Joan Sureda, catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Barcelona. "Uno está obsesionado por un tema, y entonces mira la realidad de forma distinta, mira un objeto que muchos otros han visto pero que no habían asociado con un autor", dice.

Un ejemplo es el descubrimiento del Aníbal vencedor, un cuadro de Goya perdido durante más de dos siglos, hallado en 1994 gracias al buen ojo de Jesús Urrea, entonces director adjunto del Prado. La pintura se hallaba en la Fundación Selgás-Fagalde, en Cudillero, y estaba mal atribuida. "Estaba a la vista, y la habían visto incluso expertos en Goya, pero no se asociaba al pintor", dice Sureda.

El pintor de Fuendetodos es uno de los más mencionados, para bien y para mal. Sin duda, lo más sonado es la caída de El coloso, que ahora el Museo del Prado cree que pintó su discípulo Asensio Julià, y cuyo cambio de autoría genera una viva polémica. También despierta dudas La lechera de Burdeos. Pero también es objeto de frecuentes atribuciones.

Entre 1984 y 1985, distintos expertos anunciaron la posible autoría de Goya en tres obras, una Inmaculada Concepción de una iglesia de Écija, la Alegoría de San Luis Gonzaga, en una ermita de la localidad zaragozana de Jaraba, y un lienzo de juventud que se hallaba en la iglesia de San Gregorio de Esquedas (Huesca). En casos así, de obras sin fecha, firma ni documentación histórica, "nadie puede certificar la autoría", afirma Santiago Alcolea, director del Instituto Amatller de Arte Hispánico, en Barcelona. Como mucho, "se puede estar convencido", con los conocimientos de uno como experto, de que una obra es de un autor.

"Es un tema especialmente delicado", dice Alcolea, que explica que para realizar la atribución, se utilizan como base comparativa "piezas ciertas", de las que no existen dudas, como el retrato de la familia de Carlos IV. La ciencia puede contribuir a confirmar el "ojo del experto", pero siguen produciéndose errores. Hay que tener en cuenta que "los cuadros no están como los dejó el pintor, hay retoques, repintes".

El historiador Sureda destaca otros ejemplos llamativos de descubrimientos, como una escultura de Cupido de la época florentina de Miguel Ángel, de la que sólo se tenía noticia escrita a través de Vasari. La obra, presentada en 1999 en una exposición en Florencia, había estado expuesta en un patio durante décadas en la legación cultural francesa en Nueva York, sin que nadie se diera cuenta de su autoría. Hasta que unos estudiosos estadounidenses la vieron.

O un cuadro de San Jerónimo de Leonardo da Vinci, del que se tenía también conocimiento escrito, el último a finales del siglo XVIII, cuando se incluyó en el testamento de una pintora. La pintura fue a parar a un zapatero, cuenta Sureda, que le recortó la cabeza para acolchar su asiento, hasta que un entendido en arte lo vio en los años treinta del siglo XIX. Actualmente, el cuadro, recompuesto, está expuesto en los Museos Vaticanos.

La obra de Rembrandt también ha sido objeto de numerosos vaivenes. En 2003, la casa museo de Rembrandt en Ámsterdam presentó, tras seis años de restauración, un nuevo autorretrato del maestro holandés fechado en 1634, y atribuido hasta entonces a su taller.

Sin embargo, los títulos atribuidos al pintor sufrieron una importante limpia en 1989, cuando la Comisión Rembrandt, un grupo de científicos subvencionado por el Gobierno holandés para analizar la autenticidad de su obra, certificó que cerca de 40 lienzos fueron pintados por sus discípulos. Entre ellos, figuraban pinturas colgadas en el Louvre (Sagrada Familia con Santa Ana); el Ermitage (David despiéndose de Jonatán), y el londinense Victoria y Alberto (El hombre del gorro de plumas). En total, según la comisión, de las 966 piezas catalogadas en los siglos XIX y XX como obras del maestro del Siglo de Oro, sólo algo más de 300 lo eran en realidad.

Otra obra emblemática descubierta es La Virgen de los claveles, de Rafael, de la que se conocían sólo copias hasta 1991, cuando se halló una pintura en el castillo Alnwick (el escenario de las películas de Harry Potter). Tras un minucioso análisis, que incluye los infrarrojos, se ha determinado que se trata del original, y así aparece expuesto en una muestra inaugurada ayer en la National Gallery londinense. El museo da a conocer el trabajo constante de historiadores y expertos en una exposición que, en seis salas, presenta las falsificaciones, errores, descubrimientos y enigmas que alberga el museo.

La célebre pintura del gigante, atribuida a Goya, es considerada obra probable de su discípulo Asensio Juliá, desde finales de enero de 2009. Una de las pinturas goyescas más admiradas durante décadas luce ahora en el Prado con un rótulo que desmiente la autoría del aragonés.
La célebre pintura del gigante, atribuida a Goya, es considerada obra probable de su discípulo Asensio Juliá, desde finales de enero de 2009. Una de las pinturas goyescas más admiradas durante décadas luce ahora en el Prado con un rótulo que desmiente la autoría del aragonés.MUSEO DEL PRADO

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