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Esperando la noche

La primera jornada diurna del Sónar depara un discreto balance artístico

La noche sigue al día, y cuando las horas de sol no enseñan nada o bien lo que enseñan apenas merece una mirada fugaz, solo cabe contar lo que falta hasta que el sol se ponga. Primera jornada diurna del Sónar: esperando a la noche. Y eso que a priori había cosas que llevarse a los oídos, pero al final gran parte de lo intuido se frustró, exceptuando quizá a Broadcast, que ofreció un triunfal concierto casi cerrando la jornada.

La primera gran esperanza venía de Inglaterra con Speech Debelle, recitadora negra con camiseta blanca en la que afirmaba ser Elvis. Debió de ser porque llevaba un guitarrista acústico al que, por cierto, bien podría haber perdido con el equipaje. Nada que ver con su disco de debut: mostró arreglos de pop convencional sin filo ni interés. Antes Peter Tong, disc-jockey de onda ibicenca, pastó con ritmos playeros que hicieron pensar en Pachá. Sorprendente. Huyendo de Pachá parte del público se refugió en el Hall para dejarse acunar por Tristan Perich. Amplificación ambiental para 10 violines que, en silencio, propiciaban curiosos solos de máquina servidos por altavoces como de radio. Al menos se pudo pensar.

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Como con Cluster, dos venerables músicos alemanes alternando ritmo y ruido con el ambiente más sosegado y apacible. Dos caras de una misma moneda y pista que seguir para saber de dónde vienen buena parte de las cosas que pasan por ser lo más in. Y hablando de in, Caribou llenó su carpa para obsequiar a la parroquia con una pelota de sonido inexplicable. Dos bajos dando literalmente la tabarra y aplanando cualquier atisbo melódico. Eso sí, cuando la melodía amagaba, caso de Odessa, el público enloquecía. Lo dicho: a esperar la noche.

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