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La gran cita de la música avanzada

Sónar arranca con fiesta y robots

El festival de música avanzada y arte multimedia inaugura su 17ª edición

Jacinto Antón

A poca distancia de donde la chica de aquel británico perjudicado trataba de reanimarlo recubriéndolo de hielo de su bebida, besándolo y retorciéndole, ¡ay!, los pezones, una veintena de personas observaban el regreso de una silla de entre los muertos. Como lo oyen. La joven logró que su amigo se recuperara y se alzara del césped artificial entre la multitud que se balanceaba con el masaje sonoro de Pete Tong, a la sazón pinchando en el SonarVillage. La silla, que se había hecho pedazos sola en el ámbito robótico de SonarMàtica, juntó ella misma sus trozos y se puso en pie como un Lázaro en versión Ikea (oído barra: ¡muebles que se automontan sin ayuda!).

Es lo que tiene el Sónar, que arrancó ayer en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB): por un lado el disfrute y el hedonismo hasta el trance y, por el otro, la experimentación, la sorpresa y el asombro hasta la estupefacción. Todo ello espolvoreado de gamberrismo y guiños.

Loud Objects arranca sonidos torturando microcircuitos
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Regresar al Sónar es como volver a casa, una casa pulsátil, estridente, extravagante y con algunos inquilinos marcianos, pero casa al fin. Estar sobre la hierba artificial de nuevo, arrullado por el techno, pensando que has vuelto a equivocarte de camiseta -y van 17 ediciones- y aspirando el verano tan próximo entremezclado con transpiración alemana y maría holandesa, es un gusto. Es como si las preocupaciones se te fueran por un desagüe, sustituidas por un ritmo de graves anestesiante.

Es un mundo de mestizaje extraterrestre: tatuajes, sombreros a lo Joyce, mucha gafa oscura, vestidos delicuescentes; incluso había una jovencita con un Lacoste. Este año se lleva la caipiriña, la sangría y la empanada de atún, cosas todas que proporcionan las barras, muy nutridas ayer por la tarde en el Sónar de Día. El líquido había corrido mucho en todas sus variantes. Había largas colas mixtas en los lavabos.En la carpa del SonarDome, adonde huyó parte del respetable al sacar la rapera Speech Debelle al escenario ¡un contrabajo! ("¿qué es eso?", preguntó un bromista), pinchaba un tipo con gorro de leñador ante un público apretujado en el que destacaban tres individuos tocados con kefias árabes y un grupo de inglesas en plan despedida de soltera que hacían parecer un vecindario de Kean Loach un decorado de Visconti. Luego Caribou envolvió en una pelota de sonido sus perfiles melódicos.

SonarMàtica va de robots, bajo la advocación de Kraftwerk, viejos amigos del festival. Es como entrar en otro mundo, sobre todo si has tomado muchas caipiriñas y te topas en un panel con el texto de introducción que reza: "El futuro pasa de pronto de ser leído en clave de instrumento-mecanismo a convertirse en contexto relacional".

Entre las propuestas más singulares de este abanico de "los proyectos de investigación robótica más destacables del panorama internacional", una simpática cabeza mecánica que te sigue y hasta parece coquetear contigo, un gato robot que acecha a un pececito que nada en una pantalla ("¿sueñan los androides felinos con peces eléctricos?") y la susodicha silla del principio de esta crónica. "Suscita compasión, empatía y esperanza", reza un cartel, que, si bien se piensa, se podría referir tanto a la silla como a alguna de las chicas que bailaban fuera.

La silla se desmonta y remonta cada hora. Así que puedes entretenerte (?) con el display vecino de, leo, "seis píxeles robóticos que funcionan como unidades independientes en un sistema de visualización integrada". En realidad, parecen cajas de zapatos y no se mueven, al menos mientras yo miraba. "¡Hostia, la silla!", exclama alguien y todos nos precipitamos hacia allí. Ni las sillas de Cabaret han despertado nunca tanta expectación. La silla literalmente explota y queda en trozos en el suelo. Poco a poco, como en una película de zombies, los elementos vuelven a reagruparse, lenta, inexorablemente. El asiento recupera las patas, luego el respaldo y, para acabar la silla, toda se pone de pie. Sobrenatural. Puro Re-animator. La resurrección provocó una espontánea ovación y gritos, a la silla, de "¡guapa!".

Cuando crees que lo has visto todo resulta que también hay ocho hámsters robóticos, una dentadura que ríe cuando te acercas, y el único zapato de tacón guitarra wireless del mundo (e-shoe) diseñado -leo- por el insigne zapatero siberiano Mav Kibardin. La guinda la ponen unos robots de vigilancia que recuerdan los de los desactivadores de explosivos de The hurt locker.

Uno vuelve a las masas de público replicante de los conciertos casi con alivio. Pero hay que pasar por el Sonarhall, en el vestíbulo subterráneo del CCCB y allí espera otro sobresalto: Loud Objects, con un grupo de lo que parecen microcirujanos de chips de Chiba City salidos de una novela de William Gibson, arrancando gemidos estridentes de un circuito electrónico. El sonido sugería el de una fresa de dentista amplificada hasta la demencia.

En el patio del CCCB me encuentro a Sergio Caballero, uno de los tres directores del festival. Está de un humor extrañamente melancólico, será porque se le ha pegado algo de las brumas gallegas de los fantasmas de su película Finisterre, iconos del Sónar de este año. Recordamos pasadas ediciones, sus inicios artísticos pintando contenedores con aerosol y haciendo instalaciones con cerdos disecados. Suspira. Este año, con permiso de The Sugarhill Gang (Rapper's delight, 1979, ¡oh cielos!, "the rock it to the bang bang boogie say up jumped the boogie", ¡cómo lo bailaba aquel tipo hace 30 años en el Chapa!), la nostalgia se llama Brian Ferry, que actúa mañana. Con Sergio recordamos el concierto de Roxy Music en doblete con King Crimson en Badalona en 1982, aquella gran ocasión en que la mayoría del público iba (mos) de tripi. Vistos algunos de los visitantes del Sónar que pasan por nuestro lado mientras rememoramos parece que el viaje continúe. Y que no decaiga. ¡Sónar vive!

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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