Debut de un jornalero de la literatura
El escritor David Monteagudo, autor de 'Fin', relata cómo ha sido su primer fin de semana en la Feria del Libro
Para alguien que nunca antes había estado en la Feria del libro de Madrid, que hasta hace bien poco trabajaba en una fabrica y no tenía ninguna relación con el ambiente literario y editorial, para esa rara avis que además resulta que tiene que firmar libros todo lo que ha vivido estos días es una completa y absoluta novedad: el calor sahariano, la estrechez de las casetas, la proliferación de abanicos, la misterioso hilera de personas que esta mañana, muy temprano, empezaba junto a la estatua ecuestre de Alfonso XIII y acababa en una tienda -jaima me parece excesivo- solitaria, aislada, custodiada por policías a caballo en la que iba a firmar un famoso escritor que además es académico.
A veces me preguntan sobre el asunto, y siempre digo que es mucho más duro trabajar ocho horas seguidas en una cadena montaje que pasarse un día entero firmando libros, aunque haya que esforzarse en hacerse dedicatorias personalizadas o al menos originales; pero la verdad es que a las seis de la tarde cuando el calor ha legado al máximo, cuando el aire parece que se detiene de golpe y te quema en la cara, cuando el solo esfuerzo de mover el abanico ya te da calor, cuando las manos están sudorosas y el asiento de la silla -de plástico- ya es un mar; cuando en tu misma caseta -piadosamente separado de ti por unos cuantos metros- algún escritor mediático se harta a firmar y hasta necesita una barrera y un segurata; cuando estás harto de tropezar con las rodillas en unas cajas de cartón (como las que yo fabricaba) que contiene los libros de lso señores que firmarán después de ti, y por mucho que hayas leído y admires a Muñoz Molina y a Landero acabas odiándolos; cuando se acerca un curioso más y ojea tu libro y lee la contraportada y tampoco se decide; entonces, en ese momento, comprendes que aquellos también es un trabajo, que aquello es picar piedra y tu eres un jornalero de la literatura y piensas que te lo mereces, que te has ganado el billete del ave, el hotel, y hasta las dietas de las comidas.
Pero no es más un mal momento, un bajón de energías, probablemente relacionado con la copiosa comida -tal vez demasiado copiosa- que has hecho en un restaurante asturiano que lleva el nombre de un campo de fútbol. Después pasas por buenos momentos. La cosa se empieza a animar y dedicas unos cuantos libros a lectores simpáticos, entusiastas, que te devuelven las energías y te ponen de buen humor. Algunos no traen tu libro, ya lo ha leído y lo tiene en casa, pero se acercan para felicitarte o para decirte lo que les ha gustado. Mientras tanto, los que atienden en la caseta se desviven porque no te falte nada y hasta te dan conversación, y la gente que va pasando te detiene en la caseta y ojea algún volumen, curiosean, o pregunta por algún libro muy especial, una rareza que a menudo ya está descatalogada. Y la sensación, en general, es la de un ambiente festivo, civilizado, y agradablemente literario.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.