Un tipo aburrido llamado Mel Gibson
El actor y director reflexiona sobre su carrera mientras dibuja monigotes
Pone los ojos como platos, en gesto de falso desconcierto, mientras el traductor habla a los periodistas. A partir de entonces, Mel Gibson (Nueva York, 1956) se concentra en dibujar un monigote y contesta sin mirar, hasta que alguna pregunta le motiva. Entonces, mira directamente a los ojos, gesticula, hace movimientos enérgicos con las manos. Hasta sonríe. "La verdad es que no he visto Avatar. Lo he intentado dos veces, pero nunca conseguía dos butacas juntas. Es algo gracioso, quiero verla en condiciones. Tengo que hablar con [el director] James Cameron, es mi vecino. Le diré: Hey Jim, ¡haz algo!", dice, sobreactuando, y suelta una risotada.
En esta ocasión, dos de febrero en un hotel de la Castellana, en Madrid, se resigna a hacer su trabajo, que es promocionar Al límite, su última película tras ocho años sin actuar. La camisa azul oscura sobre una camisa de algodón y la cadenita de plata que lleva podrían haber salido del armario de Thomas Craven, el policía al que interpreta y que se impone la tarea de esclarecer el asesinato de su hija cuando ésta muere en sus brazos. Defiende el largometraje que presenta pero no parece muy entusiasmado; de hecho, su carrera como actor no le ilusiona demasiado. "Nunca reviso mis interpretaciones. Antes estaba en mejor forma física, lo único que se me ocurre al ver como era entonces es ¡Qué coño ha pasado!". Se toma mucho más a pecho su labor detrás de las cámaras; el actor y realizador de obras tan distintas como Arma Letal o La Pasión de Cristo adopta un aire algo más cercano cuando se le pregunta si se arrepiente de algo de lo que ha hecho. "Claro que sí, ¿y quién no? Nunca he reflexionado sobre mi carrera como actor pero sí como director".
Ocho años sin aceptar ningún papel. ¿Por qué volver precisamente con Al Límite? "Es un buena trama, una tragedia. No es que este proyecto me haya hecho volver, es que quería actuar de nuevo y esto fue lo primero que merecía la pena que me ofrecieron", señala el realizador de Braveheart (1995), la cinta que le valió dos oscars y un Globo de Oro. En este tiempo sin interpretar no ha estado parado. "He escrito guiones, cuentos para niños, he leído...y, claro, he dirigido", apunta, refiriéndose a La Pasión de Cristo (2004) y Apocalypto (2006). También se ha divorciado de su mujer y ha comenzado su noviazgo con la que era su amante, la rusa Oksana Pochepa, todo ello a pesar de que siempre se presentó como un católico conservador y poco dado a las medias tintas. Su vida personal incluye comentarios homófobos, una detención al volante en evidente estado de embriaguez e insultos antisemitas y salidas de tono en varias entrevistas. Pero de todo esto prefiere no hablar; "asshole!" (algo parecido a "gilipollas") , espetaría al día siguiente a un periodista que se atrevió a desviar la conversación de lo estrictamente profesional.
Nada por el estilo ocurre esta vez. Sin prisas, apura su café y se esmera con el dibujo. Parece que se anima un poco cuando habla de su admiración por los policías de Boston, con los que trató para poder interpretar su personaje. Se pone algo serio. "Fue muy gratificante. Esa gente hace un trabajo peligroso y estresante, se puede ver en sus caras... es una profesión que te destruye por dentro, la mayoría están divorciados. Me resulta muy interesante porque yo no soy así, sería incapaz de llevar su vida, de levantarme cada mañana", dice su voz grave. En general, no es muy espontáneo: recita una lección que se sabe de memoria, de tanto repetirla. Como cuando lanza un torrente de piropos a Jodie Foster, responsable de su próximo proyecto, The Beaver. "Ella es fabulosa, valiente, nunca hace las cosas igual que los demás. Interpreto a un tipo deprimido, que se expresa a través de la marioneta de un castor", explica.
El breve tiempo del encuentro se acaba y Gibson ofrece la hoja con su dibujo, sin mucho convencimiento. Termina llevándosela con él, al aeropuerto, donde le espera otro avión que le llevará a otra premier a seguir haciendo lo mismo: sonreír a las cámaras y afrontar preguntas parecidas que el contestará con la misma desgana, mientras pinta un monigote. Simplemente porque, para Mel Gibson, dirigir es una pasión, actuar es su trabajo y promocionar esta película es una tediosa obligación.
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