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El Egipto faraónico más intrigante llega a París

El Louvre organiza una exposición que explora el pensamiento de esta civilización

Nada más entrar en la exposición, en un lugar destacado, el visitante descubre el tabernáculo egipcio de mármol. Es imposible no acercarse y quedarse embobado mirándolo. En el centro, en el hueco que hoy está vacío, se colocaba, allá por el 150 antes de Cristo, la estatua de un dios. Después se cerraban las puertas de madera. Esas puertas, que en este tabernáculo en concreto se perdieron hace cientos de años comunicaban el mundo de los mortales y el de los dioses, que para esta civilización no estaban tajantemente separados. Tenían un nombre: en la lengua de los antiguos egipcio, se las llamaba Las Puertas del Cielo. Ése es el título que ha adoptado una original exposición que se inaugura el jueves en el Museo del Louvre, en París y que durará hasta el 26 de junio.

El comisario de la Exposición, Marc Etienne, conservador del departamento de Antigüedades Egipcias del Museo del Louvre, comenta que la muestra busca, sobre todo, alcanzar el pensamiento egipcio. El objetivo, pues, es poner la mente de estos hombres en pie a base de tesoros, obras de arte y restos arqueológicos. "Hay muchas exposiciones de Egipto, cada uno de nosotros ha visto muchas, y siempre encontramos una silla, o una sandalia, en fin, objetos cotidianos que nos unen a todos y que por eso nos empujan a pensar que esta civilización se parecía mucho a la nuestra. Aquí hemos mostrado lo diferente, esto es, su pensamiento, que aunque tiene que ver con la lógica, huye del cartesianismo".

La muestra contiene más de 300 piezas, de las que unas 70 provienen de museos europeos. El resto se expone con regularidad en el Louvre. Esto no resta importancia a la muestra, en la opinión de Etienne. "No cuentan tantos los objetos, aunque son de primera categoría, sino la manera de colocarlos, de reinterpretarlos". Y aquí ríe: "Pero, como en cualquier exposición de Egipto, hay momias, tumbas y sarcófagos, je, je. Aunque dispuestos de otra manera".

La colocación no responde a una fecha, ni a un periodo, ni a una dinastía, sino a la potencia simbólica de los objetos, a su capacidad para acaparar significados. Hay cuatro partes. Todas aluden a lugares de tránsito, que combinan los dos mundos, el invisible y el visible, el divino y lo humano, lo vivo y lo muerto.

La primera se llama El Universo, y el visitante encuentra estatuas de dioses-niños, representaciones en papiros del orden terráqueo de los egipcios, estatuas de Osiris, soberano del reino de los muertos, o un cofre donde se guardaban vísceras; la segunda se denomina La Plaza del Templo, y agrupa los tabernáculos, las estatuas sedentes, los ex votos...La tercera parte se titula La Capilla de la Tumba, donde el visitante encuentra estelas funerarias o falsas puertas de mármol.

Y la última, y la más impactante, se llama El más allá, y hay algo que impresiona más que los sarcófagos o los ataúdes pintados de colores. Incluso más que la relación detallada de los amuletos y salvoconductos con que mandaban a la otra vida al cadáver de un ciudadano rico. En una esquina, flanqueado por la cabeza de una momia y una máscara funeraria, está pintado en una tabla la cara de un hombre con barba y ojos marrones que mira de frente. En medio de una exposición tan ambigua, abstracta e intrigante, es lo único enteramente humano.

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