William Parker y la autosatisfacción del 'jazz'
El contrabajista se exhibe en Madrid en una sesión de improvisación libre
Diluviaba en Madrid y en Nueva York estaba anocheciendo. Sobre la práctica del onanismo, Woody Allen dice en Annie Hall: "es hacer el amor con la persona que uno más ama". Puede que la improvisación libre en el jazz sea lo mismo pero con un instrumento predilecto. Puede que eso sea lo que hizo ayer William Parker con su contrabajo. El sábado actuará en el Palau de la Música de Barcelona secundado por una importante orquesta y ante un numeroso público, el martes compareció solo en Madrid y ante no más de cien personas.
Algunos han puesto flores al cierre de la sala Boguie jazz, en la madrileña calle Barquillo. En realidad sigue vivo. Dick Angstadt, el dueño de Boguie, tiene el punto inquieto del Allen cineasta, y al cierre de su local ha respondido con el quinto concierto en Le Swing jazz Club. Le Swing es un apartamento en el segundo piso de un viejo edificio en el centro de Madrid, probablemente el rincón más neoyorquino de la ciudad. Ambiente jazz con humo y parroquianos dignos de una de esas fiestas que retrata el director norteamericano. Y así compareció el increíble Parker. El músico, escritor y poeta del Bronx (donde imparte talleres de improvisación), salió con su contrabajo en un apartamento diáfano cubierto con sabanas blancas y negras y sofás, plantas y sillas.
Casi dos horas de improvisación salvaje, rítmica, imponente. Él con túnica africana a rayas, zapatos en punta y un gorro de colores. Parker se exhibía en una actuación infinita y memorable, ininterrumpida, sin aplausos, con los ojos cerrados y en éxtasis. Un jazz que nunca acaba, de esos que cuando cierra una puerta encuentra abierta una ventana. A la hora paró, abrió los ojos, salió de su ensimismamiento, saludó y descansó un rato para retomar una sesión que recalca que el jazz bien puede ser el octavo arte y el Bogui un rincón que sigue vivo.
Babelia
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