De dónde son los lectores
Ahora mismo, cuando se abre la Feria del Libro de Guadalajara, en México, el mayor acontecimiento de su clase en lengua española, está cerrando su puerta una editorial en Nueva York. Y no sólo eso, se habrá incrementado un número de horror, definitivo: sólo en el sector editorial que se concentra en esa ciudad capital del mundo la crisis se ha llevado por delante más de mil empleos.
Y no sólo eso. Esta última semana, también en Nueva York, una importante cadena de librerías anunció que cancelaba los libros que ya estaban en sus escaparates y que a partir del mes de enero iba a comprar a crédito. Ha temblado el sector editorial en medio mundo, y el epicentro del terremoto es Nueva York. Ahí, a mediados de la pasada semana, escuché conversando de la crisis a dos jóvenes, una editora de veinticinco años, y una periodista española de poco más de treinta. Se fueron los lectores, no hay, decían. Y la crisis se ha llevado por delante hasta la voluntad de editar.
Grítenme piedras del campo |
¿La voluntad de editar? Por si hicieran falta aún más detalles, el New York Times del último miércoles gélido de Nueva York contaba que un grupo editorial de primera magnitud había anunciado que ya no recibiría manuscritos, hasta nueva orden. Como si cancelara la posibilidad misma de crear, ese grupo editorial cerraba el grifo a quienes tuvieran ahora la pulsión antigua, y siempre renovada, de publicar.
Es un estornudo muy fuerte, y si uno es avispado en la interpretación de los refranes, resulta obvio que podríamos morir de gripe si Estados Unidos sigue estornudando. Al menos en el sector de los libros. Ahora bien, cruzadas las seis horas y pico que dura el trayecto entre Nueva York y Guadalajara parece que el catarro, o al menos el estornudo, se corta, se hace añicos, no prospera. Qué alivio.
La Feria del Libro de Guadalajara, que se inaugura hoy en esta ciudad tapatía, con la presencia de Antonio Lobo Antunes, su premiado de este año (ya no con el Rulfo, sino con el FIL: la familia del autor de Pedro Páramo no quiere al padre en la nomenclatura de ese galardón), parece una transición saludable en este periodo de terrible enfermedad, que según todas las estimaciones ha de afectar gravemente al mundo del que estamos hablando, el mundo del libro.
Ayer tarde estuve con Nubia Macías, la directora de la Feria, que le contaba a mi compañero Pablo Ordaz todo lo que viene, y nos puso en las manos un libraco inmenso (un libro, cómo no, de eso se trata) con todas las actividades que esta feria concita ya; parecía, en su voz, en sus gestos y en la abundancia misma de la feria, que Nueva York es ahora otro mundo y que no cabe en este. Con particular entusiasmo, Macías nos enseñó los cuatro mil metros cuadrados donde este año por vez primera los niños van a tener su universo, sus libros, sus canciones, sus actuaciones, sus encuentros. La FILniños.
Un espacio especial, pensé, y también el espacio en el que acaso está la clave del cordero. Mientras el estornudo editorial se hace cada vez más pesado por ahí, y ya nos tocará sufrirlo, y de qué manera, la FIl de Guadalajara trata de acercarse a quienes van a resolver (un poco) el problema, los nuevos lectores. ¿Será que sí? Uf, qué alivio.
Porque los lectores que van a resolver (ahora y después, en Estados Unidos y acá, en cualquier parte) esta gripe inconmensurable y de momento intratatable que afecta al mundo del libro están ahora en la escuela o delante de una computadora, leyendo un videojuego. La Fil quiere revertir esa tendencia con la fe de un curandero; pero al menos se lo propone. Ese grito suena ahora como la excitación en el recreo después de una clase demasiado preocupante o pesada. Qué alivio, ojalá.
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