Padre que nos dio
Juan Marsé gana el Premio Cervantes 2008
Las niñas enfermas, quizá tísicas, de Juan Marsé, encabezadas por la muchachita que espera la reaparición de un padre de postal lejana en El embrujo de Shangai, son quizá lo más conmovedor de la caravana de perdedores, la tupida red de antihéroes, héroes a medias y soñadores en que basa el autor su universo. Marsé levantó un mundo sobre la derrota de este país y su miseria moral, y, con o sin premio Cervantes, su obra ahí está, inmutable. No voy a hablarles de su literatura, que firmas más autorizadas que la mía lo harán mucho mejor. Pero déjenme que les cuente lo atractivo que era, y sigue siendo.
Este hombre de cine ?a quien acompañaban, y supongo que aún lo hacen, cada vez más livianos, los fantasmas de las salas de barrio?, que con infinita paciencia ha intervenido en los guiones de películas que se han realizado sobre sus novelas, y que podría dar lecciones a más de un crítico actual... Este hombre de cine, decía, es en sí mismo un protagonista de película de la Nouvelle Vague. Le veo ahora y le veo como siempre, como hace más de treinta años, en la redacción de Por Favor. Los vaqueros, generalmente claros, a veces de canutillo ?como los que llevaba Steve MacQueen?, el aire desaliñado, una camisa o un polo puestos como un chaval que tiene prisa por salir de casa aunque no vaya a llegar a ninguna parte. Yo siempre pensé que Juan Marsé, que era grande escribiendo, como tío era sencillamente excepcional: una mezcla irresistible de Gérard Blain en Le Beau Serge y de Lino Ventura en cualquiera de sus aventis de poli duro y noble.
Y hete aquí que el tiempo ha pasado y él sigue con sus pintas de rudo muchacho al que muchas cosas, más de las que temió, le parecen intolerables, y las embiste entre Ventura y Blain, sabiendo que al final de cada hostia hay más rostros y que uno, al final, acaba con los puños destrozados en cualquier esquina de la historia.
Las niñas enfermas, tísicas, bronquíticas, o asmáticas, fuimos unas cuantas en aquella generación que se defendía de la dureza de la realidad en las salas de cine. Allí encontrábamos el calor animal necesario para torear los inviernos. Quizá también buscábamos un padre, un perdedor decente, un buen hombre de honor. Con las novelas de Juan Marsé, de Si te dicen que caí en adelante, en cierto modo lo recobramos.
Pijoaparte, sí, desde luego. Ése era el Marsé-Gérard Blain, corriendo en motocicleta Ramblas arriba. Pero Jan Julivert Mon... Ahí estaban Lino Ventura y el Conde de Montecristo. Al menos, para algunas ex niñas asmáticas.
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