'Berlín', la venganza de Lou Reed
El cantante neoyorquino cierra en Málaga la gira europea de su disco maldito
Luz de velas y dubonnet con hielo, romances de amor y droga, voces de niños susurrando el horror sin saberlo, biografías borrosas de muchachas abriendo en canal sus muñecas al borde de una cama, yonquis en fuga, lirismo y matemática del rock and roll? todo eso es, todo eso fue el mundo de Lewis Allen Reed (Long Island, Nueva York, 1942) ayer por la noche en el Teatro Cervantes de Málaga, lejos de Berlín.
Treinta y cinco años habrán desgranado la infinita espera de Lou Reed para entonar sus noches de venganza. De venganza, en primer lugar, contra sí mismo, por haber perpetrado en 1973 un auténtico hara-kiri comercial, una afrenta a los prebostes de su compañía discográfica de entonces, RCA, que esperaban la reedición de otro bombazo financiero del calibre de Transformer, el anterior trabajo de Lou Reed.
Pero el autor de la multimillonaria y también genial Walk on the Wild Side les iba a dar, con la colaboración de su amigo Bob Ezrin y de algunos ilustres músicos como Steve Hunter, Steve Winwood o Jack Bruce, una sinfonía de horrores y casquería musical de la peor especie, una ópera bufa de guitarras distorsionadas y voces procedentes del Averno: uno de los mejores discos de la historia del rock. En una palabra. Berlín.
Venganza, pues, contra sí mismo y ?ahora en serio- venganza contra los representantes de una industria musical que ya entonces definían su existencia profesional con el siempre confortable aunque odioso ?si te he visto, no me acuerdo?. Pero Lou Reed fue sacando discos y esperó el momento. Y éste llegó por fin. En forma, primero, de un documental filmado por su amigo Julian Schnabel, y por fin como una gira por Estados Unidos, Australia y Europa, la misma gira que se cerró ayer en Málaga con un emocionado (y delgadísimo, casi esquelético) Lou Reed sobre el escenario. Gran rock and roll a los 66 años. Se confirma: los grandes lo son por algo.
Tras una verdadera ristra de cancelaciones por Dios sabrá qué motivos (la rumorología perversa ya ha explicado con insistencia pero sin argumentos que Lou Reed anda enfermo) Málaga se quedó sola como broche español de la gira mundial de Berlín, después de que San Sebastián, Girona, Madrid y Benidorm se cayeran del circuito. Todo ello, después de un periplo europeo agotador en el que el músico de Long Island ha querido incluir etapas poco o nada evidentes como Tallin, Riga, Loule (Portugal), Varsovia o la propia Málaga junto a otras tradicionales en estas cosas como Hamburgo, Estocolmo, París o Londres.
Autor de al menos cuatro obras maestras (y eso siendo rácanos, pero queda fuera de toda duda que Transformer, Berlin, Coney Island Baby y Magic and Loss lo son), Lou Reed sabe que los dioses tendrían que obrar uno de sus elitistas milagros para que una vuelta suya al estudio de grabación se saldara con un nuevo pelotazo.
Está mayor, y lo sabe, el hombre de la voz de sima, y hacerse vegetariano y abstemio y peregrinar a los gimnasios y abominar del tabaquismo no cambiará nada de lo relacionado con el paso del tiempo. Tampoco cambiará nada que, de vez en cuando, ciertos bobos profesionales con un teclado a su alcance se pongan a decir que Lou Reed dejó de ser un genio justo en el momento en que dejó la heroína y demás zarandajas. Porque a eso hay que denominarlo por su nombre: se llama malditismo barato.
¿Un milagro, la enésima resurrección de Lou Reed? Sí, pero quién sabe, quién sabe. Lo mismo que quién iba a decir, quién iba a decir que una buena noche, por ejemplo en un teatro de Málaga, pongamos por caso ayer, la resurrección escénica de una salvajada lírica del calibre de ?Berlín? iba a traspasar el romántico dintel de los sueños nunca cumplidos para ingresar en el almacén de lo real, que por ser tangible deja de ser deseable? y todo ello? con un coro de voces blancas como telón de fondo.
Porque ¿quién se iba a imaginar, escuchando los desoladores acordes de Sad Song o Men of Good Fortune, semejante numerito de ninfas y ninfas vestidos de túnica azul cielo y haciendo cándidos y risueños ecos vocales a semejante compendio de sangre, sudor, lágrimas, droga, amor y muerte? Pues nadie. ¿Quién iba a pensar que los guitarrazos de Steve Hunter y las cavernas guturales de Lou Reed podían entremezclarse en directo con gorgoritos celestiales? Y, sin embargo?
Lou Reed repasó sobre el escenario del Cervantes, desde dentro de una camiseta roja que le quedaba como una tienda de campaña, los diez temas del disco Berlín. Y fue realmente sorprendente asistir a una versión del Lady Day en la que los niños y niñas del coro londinense se contoneaban y tarareaban el estribillo como si de un numerito de Abba se tratase. O la mezcla agridulce de descarga de decibelios y gorgoritos celestiales en que consistió la versión de Sad Song.
Un embriagador formato de The Bed fue, de lejos, lo mejor de la noche de venganza del viejo león de la Velvet Undergound. Todo, en ?aquella habitación donde ella cogió la cuchilla y se cortó las muñecas en aquella extraña y aciaga noche?.
Fraseos anárquicos, duelos de guitarra Reed/Hunter, el sempiterno bajo de Fernando Saunders en la banda de Lou Reed, el leve gesto de la mano dando o prohibiendo el paso a sus músicos, la cara de piedra de Lou Reed, aquel tipo de Nueva York ahora renacido en Berlín.
Babelia
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