The Who: A los sesenta como en los sesenta
El rock es algo malo. Satánico. Lo han denunciado en sus encíclicas todos los papas desde su invención (la del rock). Será por eso, porque han vendido su alma a Belcebú, lo de la envidiable forma y espíritu de dos ancianos por DNI como Roger Daltrey (RD) y Pete Towshend (PT). El tiempo pasa, laminando su cuerpo de arrugas bellas o en forma de sordera, aunque no en sus mentes sospechosas de tanto talento musical.
En su segunda acometida a los Madriles, The Who no llenaron todo el graderío del Palacio de los Deportes, pero sí el alma de los que eligieron gastarse entre 40 y 80 euros pese a la competencia en día y hora con Bloc Party, Antonio Vega, Luis Eduardo Aute, Duquende y hasta Pepe, el marismeño. Fue barato con tal de rememorar clásicos de la historia de la música popular (I can't explain, My generation, Won't get fooled again -C.S.I., ¡así cualquiera!-, '5:15', The real me o Pinball Wizard) y disfrutar del intacto sonido marca de la casa en su último álbum de estudio, Endless Wire. Porque The Who llegaron a ser como The Beatles y The Rolling Stones. Amén del icono de la aristocracia mod, esa tribu de traje de tres botones, pelo alborotado (tanto ellos como ellas), scooter y zapatos de bolera, envuelto todo el disfraz por una parka verde oliva M-51 del US Army.
El éxtasis llegará si, como están barruntando PT y RD, proponen sobre el escenario en breve una sesión exclusiva con la ópera rock Quadrophenia, un referente único acerca de una forma de vida, la de los 'mods'. Y una delicia para los oídos.
En el equipo titular del concierto en el Palacio de los Deportes, además del hachero Townshend y de Mr. Vozarrón Daltrey, salieron otros cuatro músicos perfeccionistas: el guitarrista Simon, hermano pequeño de Pete; el bajista Pino Palladino; el teclista John Bundrick; y el batería Zak Starkey, hijo de Ringo Starr. Todo fue, pues, sobre perlas. Ya no están ("y me quedo en el infierno, porque allí siempre hace bueno") los fallecidos Keith Moon y John Entwistle, devorados por el exceso que les acompaña en la banda de ultratumba que forman por allá abajo otros tipos como Jimi Hendrix, Jim Morrison o Brian Jones.
Telonearon, y fantásticamente bien, los americanos Rose Hill Drive, tan potentes que Jimmy Page querría tocar con ellos. Otro de los descubrimientos de una noche capitalina en la que estos The Who redivivos evidenciaron ser la plasmación del sueño de la eterna juventud. Como en Cocoon, la película.
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