“Ahora una noticia dura lo que un pirulí a la puerta de una escuela”
La periodista Pura Ramos, de 90 años, fue taquígrafa de crónicas de fútbol y se rebeló contra quienes la arrinconaban en las páginas de mujer
“Pues, mira, viejita, qué quieres que te diga. 90 años son 90 años. Cuando los cumplas, verás. Pero con serenidad”. Es Pura Ramos, periodista. Nunca dejó el oficio, que empezó en Pueblo en 1952, mientras estudiaba Periodismo y aún no conocía al mito tranquilo que fue en el oficio su marido, Jesús de la Serna (1926-2013), quien dirigió Informaciones y fue decisivo en décadas de EL PAÍS. Fue taquígrafa de crónicas de fútbol y compañera de mitos como Pilar Narvión, Josefina Carabias o Joana Biarnés. Se rebeló contra quienes la arrinconaban en las páginas de mujer. Pasó la mejor parte de su vida profesional como directora de Comunicación del Prado. La Asociación de la Prensa de Madrid la homenajea el lunes, junto a sus coetáneos Catalina García Madaria, José María Izquierdo Ortés y Luis López Nicolás.
Pregunta. Dos bisnietos, ocho hijos, uno periodista, Diego de la Serna; un nieto del mismo oficio, Guillermo Reparaz, de EL PAÍS…
Respuesta. Fíjate: el nieto periodista estudió Farmacia, hizo el doctorado, pero lo que le gustaba era el periodismo.
P. En EL PAÍS no nos olvidamos de Jesús, su marido. Cuando se enfadaba con nosotros, nos miraba sin decir nada, hasta que salíamos del error…
R. ¡Hay miradas que matan! ¡Qué tiempos! Él me hizo y él me ha deshecho cuando se ha marchado. No soy ni sombra de lo que era a su lado.
P. ¿Qué distinguía a un periodista ideal de su época?
R. Era más ingenuo, más profesional. Hoy, las noticias te las ponen delante. Antiguamente tenías que ir a buscarlas. Ahora está todo politizado, calculado. Todo lo tenéis delante. No se puede ir contra los tiempos; han traído cosas buenas los nuevos medios.
P. ¿Cómo era hacer periodismo bajo la dictadura?
R. Había una censura sobre el periodista; tenías que tener cuidado por ti y por el periódico. Eso quitaba espontaneidad. Ahora lo que pasa se cuenta en el acto y lo que hay es horroroso: guerras, pandemias, asesinatos... Sabemos en el acto sobre la mala salud del mundo. Pero la noticia dura lo que un pirulí a la puerta de una escuela. Era para reírse la censura… Se puso de moda un hongo que curaba enfermedades; cundió tanto que se prohibió por el abuso, y no se podía nombrar. ¡Y se prohibió que se nombrara el sombrero hongo! Te corregían todo. Juan Aparicio era el censor de entonces. Se sentaba ante la máquina de escribir editoriales en El Español y exclamaba: “¡Se van a enterar en Moscú!”. Pedro Gómez Aparicio decía tostones en Radio Nacional. La gente desconectaba en cuanto empezaba a hablar. Lo llamaban Pedro Go, pues ahí se acababa lo que le escuchaban.
P. ¿Algún recuerdo imborrable del oficio?
R. Me impresionó Menéndez Pidal. Su figura; era realmente un sabio. ¡Una paciencia! Le pregunté, como todo principiante: “¿Qué consejo nos daría?” Dijo: “Todo lo que hagas, aunque sea muy pequeño, hazlo como si fuera lo más importante”. En este país de la chapuza no se busca la seriedad en las noticias. Te desmienten y es igual: lo vuelves a hacer. Víctor de la Serna decía que un periodista debía tener “humildad, humildad, humildad, y, a ser posible, un poco de buena salud”.
P. No quiso ser cronista de mujeres…
R. ¡Me llevaban los demonios! Solo podíamos hacer recetas de cocina. Un horror. Y fui periodista de todo. Cuando mataron a Carrero Blanco, fui a cubrir el suceso, la guardia no me dejó pasar; pasé gracias a que simulé que era pariente de Leopoldo Calvo Sotelo.
P. El Prado...
R. Una espléndida etapa de mi vida. Me encantaba pasear por aquellas salas, mirar el cuadro del perro, de Goya. Siempre creí que era el retrato del pintor, esos ojos, una auténtica preciosidad.
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