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¿Podría producirse otra dana como la de Valencia? La gota fría torrencial cebada por el cambio climático que rompió los registros

El episodio pulverizó los récords nacionales. Los expertos apuntan al calentamiento, pero también a otros factores como el urbanismo o el nivel de la preparación de la sociedad como factores adversos

Manuel Planelles

En los archivos de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) no hay un episodio de precipitaciones igual al que ocurrió el 29 de octubre del año pasado, ninguno en el que cayera tanta agua de golpe. “Fue de una intensidad que nunca se había visto en España”, apunta Rubén del Campo, portavoz de esta agencia.

Nunca se había acumulado en una estación meteorológica de la red de Aemet tanta lluvia en periodos de 1, 6 y 12 horas. Además, los récords se rompieron con holgura. En la estación de Turís, en la provincia de Valencia, se registraron 185 litros por metro cuadrado, 26 más que en el anterior dato máximo. El agua recogida en 6 y 12 horas aquel día también en Turís alcanzó los 621 y 720 litros por metro cuadrado, respectivamente, lo que supuso duplicar los máximos anteriores.

A los pocos días de producirse las lluvias torrenciales que golpearon especialmente a Valencia, dos estudios ya apuntaron al cambio climático como uno de los factores que aumentó la fuerza de las precipitaciones hasta llevarlas a marcas históricas. Ambos fueron elaborados por grupos de científicos que se encargan de realizar estudios rápidos de atribución al cambio climático de fenómenos meteorológicos extremos concretos: el World Weather Attribution (WWA) y ClimaMeter. Estos científicos concluyeron que el cambio climático hizo que que la dana de hace un año fuera un 12% más intensa que antes de que el planeta se hubiera calentado alrededor de 1,3 grados Celsius, es decir, antes de que el ser humano empezara a quemar de forma masiva los combustibles fósiles que han desencadenado este problema.

Porque el cambio climático no solo implica que las temperaturas medias estén subiendo —de hecho, precisamente 2024 fue el año más caluroso desde que hay registros—, sino que algunos eventos se estén volviendo más frecuentes o duros. Y en algunos casos ambas cosas.

“Un mar y una atmósfera más calientes son el caldo de cultivo para unas danas más duras cuando llegan”, resume José Manuel Gutiérrez Llorente, director del Instituto de Física de Cantabria (CSIC-UC) y miembro del IPCC, el panel internacional de expertos ligado a la ONU que fija las bases del conocimiento sobre el cambio climático. Daniel Argüeso, profesor del Departamento de Física de la Universitat de les Illes Balears, lo resume así: en un mundo más cálido la atmósfera almacena más agua, y en un mundo más cálido el agua del mar está más caliente, lo que alimenta este tipo de tormentas torrenciales.

Aquel 29 de octubre la temperatura de la superficie del agua en el mar Balear estaba casi un grado por encima de lo normal para ese día, tomando como referencia el promedio de los últimos 30 años. Como recordaba hace unos meses en una jornadas sobre aquella gota fría José Ángel Núñez, jefe de Climatología de Aemet en la Comunidad Valenciana, el mar Balear es el que más se está calentando en España. En concreto, entre 1940 y 2024 la temperatura media ha aumentado ahí 1,3 grados, frente a los 0,9 del conjunto de las zonas marítimas de España. Es precisamente ese mar Balear el que carga de más energía a las lluvias torrenciales del otoño que golpean al Levante peninsular.

Aunque en la región mediterránea se han vivido históricamente episodios de gota fría, Del Campo apunta a un cambio en el patrón de precipitaciones en esta región: “En el último siglo no ha variado la cantidad de agua que cae, pero sí ha cambiado la forma en la que llueve. Lo que estamos viendo son periodos de sequía interrumpidos por episodios de lluvias torrenciales”. “La sequía y las precipitaciones extremas son las caras de la misma moneda”, apuntala por su lado Dominic Royé, investigador Ramón y Cajal en la Misión Biológica de Galicia (MBG-CSIC). “Las temperaturas más cálidas también aumentan la evaporación, lo que reduce el agua superficial y seca los suelos y la vegetación”, añade este investigador.

El futuro

“Eventos extremos de este tipo son más probables ahora con el cambio climático antropogénico que si no hubiera. En la mayoría de eventos extremos en la actualidad tienen algún grado de influencia del cambio climático, ya que todos ocurren en un clima que ya ha sido alterado por la actividad humana”, resume Royé.

Pero cuando se baja al detalle de la región mediterránea, los modelos que intentan proyectar el futuro no son concluyentes. “No está claro que las danas como la de hace un año vayan a ser más comunes, pero lo que sí parece es que existe el potencial de que sean más intensas”, afirma Argüeso. “No sabemos si serán más frecuentes o no, pero cuando lleguen potencialmente serán más intensas”, recalca el Del Campo.

Gutiérrez explica que hay muchos estudios recientes “en los que no se ve una señal robusta en el aumento de las precipitaciones y de su torrencialidad en el Mediterráneo”. Y tampoco hay una clara tendencia para lo que ocurrirá en el futuro. Pero esos estudios y proyecciones son a escala diaria. Este investigador del IPCC señala que a escala subdiaria —es decir, hora a hora— “sí se aprecia ya un aumento de la torrencialidad”. “Y los modelos de última generación apuntan también a un incremento de la intensidad a esa escala para el futuro”, señala. En resumen, a lo que apuntan esos últimos estudios es a un aumento de la violencia de las descargas de agua en periodos cortos de tiempo, como ocurrió hace un año, cuando se batieron los récords nacionales a 1, 6 y 12 horas.

La dana de Valencia se llevó por delante la vida de 229 personas. Solo este episodio acumuló el 70% de los fallecidos por inundaciones en Europa aquel 2024, según un informe elaborado por Copernicus y la Organización Meteorológica Mundial que advertía del incremento del riesgo de lluvias torrenciales en el continente.

Pero los expertos consultados destacan que para que estos fenómenos sean tan catastróficos no solo hay que tener en cuenta el agua que cae y cómo cae, sino dónde lo hace. Entre los factores que influyen en los efectos negativos de una gota fría, Argüeso resalta asuntos como el nivel de preparación de la sociedad, el punto exacto donde se producen las descargas —en el caso de la dana de Valencia en algunos caso se produjo en las cabeceras de barrancos— y el urbanismo. “Hay investigadores que sostienen que, a pesar de fueron unas lluvias sin precedentes, el impacto no debería haber sido tan grande”, explica Argüeso.

Una investigación judicial trata precisamente de discernir el papel que jugaron las decisiones políticas aquel día en el elevado número de fallecimientos. Respecto a las causas de fondo otro informe presentado en la cumbre del clima de 2024, celebrada solo un par de semanas después de la dana en Bakú, advertía de un problema común para el conjunto de la región mediterránea: “la mala gestión del suelo o urbana”, que ha hecho que se multipliquen “los asentamientos urbanos expuestos y vulnerables” a las lluvias torrenciales.

Royé considera que es incorrecto emplear expresiones como desastres o catástrofes naturales. “Los desastres provocados por riesgos naturales son siempre el resultado de las acciones y las decisiones humanas. Los desastres no son naturales ya que las acciones humanas pueden prevenir, mitigar sus impactos”, desarrolla. “No queda duda de que fue un evento extraordinario por una intensidad de precipitación de récord. Pero también lo fue por la confluencia de múltiples factores, muchos de ellos antropogénicos que amplificaron sus efectos catastróficos”, concluye.

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Sobre la firma

Manuel Planelles
Periodista especializado en información sobre cambio climático, medio ambiente y energía. Ha cubierto las negociaciones climáticas más importantes de los últimos años. Antes trabajó en la redacción de Andalucía de EL PAÍS y ejerció como corresponsal en Córdoba. Ha colaborado en otros medios como la Cadena Ser y 20 minutos.
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