El secreto del éxito de la recuperación del oso en la cordillera Cantábrica
Tres décadas de esfuerzos han logrado que la población de esta especie se multiplique casi por cinco. Ahora, los investigadores intentan adelantarse a los problemas que traerá la crisis climática y los encuentros con humanos
Hubo un tiempo, ni mucho menos lejano, en el que el oso pardo (Ursus arctos) estaba en el punto de mira de los furtivos. Eran los años noventa y, aunque estaba protegido en España, la caza clandestina llevó al límite a la especie. Quedaban entre 50 y 80 ejemplares en dos poblaciones aisladas en la Cordillera Cantábrica. “Era un animal condenado”, resume Guillermo Palomero mientras trepa con el todoterreno por las montañas del “país del oso”, como llama a esta zona el naturalista. Aunque el presidente de la Fundación Oso Pardo es uno de los protagonistas de esta historia coral de éxito en la conservación de la especie, todavía hoy le cuesta creer la aceptación social que tiene ahora este animal en León y Asturias. También, que se haya conseguido multiplicar la población casi por cinco en tan poco tiempo. En la Cordillera Cantábrica hay en estos momentos 370 ejemplares (210 machos y 160 hembras), según el último censo difundido hace unos días. “Pero hace tres décadas la especie se nos iba de las manos”, rememora desde Anllares del Sil, una pedanía del municipio leonés de Páramo del Sil.
Su labor ahora con el oso —una especie que todavía está calificada en España en peligro de extinción, pero ya no en situación crítica— se centra en mejorar los hábitats en los que vive el animal y prepararlos para los cambios que traerá la crisis climática. Pero en los noventa, los primeros trabajos se tenían que centrar a la fuerza en frenar el furtivismo. Luis Fernández, natural de la localidad minera y leonesa de Villablino, entró a trabajar en la fundación hace 27 años precisamente para eso, para batirse el cobre con los furtivos que estaban acabando con el oso. “Ahora no es el animal que yo conocí”, dice sobre el aumento del número de ejemplares. Pero el éxito puede ser a la vez una fuente potencial de conflictos en estos momentos, porque aumentan las interacciones entre humanos y osos tanto en el monte como en algunas poblaciones. “Hay que minimizar los problemas de convivencia”, explica Ángel Gutiérrez, concejal de Medio Ambiente de Villablino.
Pero esos son los riesgos potenciales de ahora. Palomero echa la vista atrás para volver a aquellos años noventa en los que se usaban las escopetas de postas y los lazos con total impunidad. Recuerda la importancia que tuvieron las denuncias, el trabajo del Seprona (el servicio de protección de la naturaleza de la Guardia Civil) y seguir cada uno de los expedientes abiertos para que las muertes de osos no quedaran sin castigo. “El furtivismo cayó al final y ya no está admitido socialmente”, explica Palomero.
La segunda clave del éxito en la recuperación del oso en estas tres décadas fue la protección del hábitat en el que vivía el animal, sostiene el presidente de la Fundación Oso Pardo, una ONG que empezó a trabajar en la zona en 1992. En concreto, este naturalista aplaude la creación y ampliación de la Red Natura 2000, el sistema europeo de protección de las áreas con más valor ecológico de la UE. Y el tercer secreto del éxito fue la implicación local. “Es lo más ilusionante, trabajar en el territorio para ganar ese apoyo”, apunta Palomero. “Hay que hablar mucho”, insiste el naturalista.
Una vez aumentada y estabilizada la población cantábrica en una franja de seguridad, las ONG y Administraciones intentan ir ahora un paso por delante para prevenir los riesgos futuros. “Ahora hay más osos y habrá incidentes, seguro. Nosotros trabajamos para minimizarlos”, explica Palomero. Por ejemplo, la pandemia ha provocado una mayor afluencia de personas en el campo y eso aumenta el riesgo de tener un encuentro con un oso, que no es agresivo con el ser humano generalmente, salvo que se sienta amenazado. Por eso, esta fundación intenta hacer una labor pedagógica para explicar cómo se debe actuar ante un encuentro con este animal y tiene suscritos varios convenios con colectivos de senderistas, fotógrafos y otros usuarios del monte.
Incidentes con el ser humano
Lo que preocupa más son las incursiones de los ejemplares en pueblos y ciudades. “Hay que estar muy atentos para que los osos no se habitúen”, advierte Palomero. Son animales oportunistas y en la basura de los seres humanos pueden encontrar alimento fácil. “El peligro es que se acostumbren”, insiste el presidente de la Fundación Oso Pardo. Para eso existe ya un protocolo, que se activa cuando se detecta que un animal visita en más de una ocasión una población. Básicamente, lo que se hace es disuadirlo, por ejemplo, con petardos o con pistolas que disparan bolas de caucho, para que no se habitúen a entrar en unos pueblos y aldeas que están en plena naturaleza.
La barcelonesa Raquel Martínez está precisamente especializada en ese campo, en las interacciones entre la fauna salvaje y el ser humano. Trabaja a miles de kilómetros de León, en el parque nacional de Jasper, en Canadá. Su labor también se centra en parte en los osos, pero negros y grizzlies. Su objetivo es evitar las interacciones entre la fauna salvaje (que también incluye pumas, lobos y varios tipos de cérvidos) y los habitantes de la única localidad que hay en todo el parque, un colosal espacio protegido con una extensión similar a la de Asturias.
Martínez también cree que los incidentes en España con osos van a aumentar a medida que crece la población de la especie, como ocurre en Canadá. “Es un animal que va probando dónde está el límite, hasta dónde puede llegar”. La solución es reducir lo que les atrae: la comida de fácil acceso como la basura, explica esta ambientóloga que colabora también durante algunas semanas al año con la Fundación Oso Pardo. Por eso, los contenedores de basura tienen cierres especiales, se ha actuado para cerrar vertederos y se intenta concienciar a la población.
Pero no solo se trata de evitar que los animales encuentren alimento en los pueblos y ciudades; también se intenta que a la vez lo encuentren en el monte. Eso es lo que busca el vigente proyecto Life Osos con futuro, que financia principalmente la Unión Europea y del que también forma parte la Fundación Biodiversidad, dependiente del Ministerio para la Transición Ecológica. El proyecto, que coordina la Fundación Oso Pardo, tiene por objetivo adelantarse a los impactos que provocará el cambio climático en la alimentación de esta especie. Algunos de los escenarios de calentamiento apuntan a reducción en la disponibilidad de arándanos y otros frutos. Además, los bosques dominados por hayas y robles atlánticos sufrirán una drástica reducción en esa zona. Pero hay especies que no se verán tan afectadas, como los castaños, que cada vez ganarán más peso en la dieta del oso.
Este proyecto Life, que durará hasta 2025 y cuenta con una financiación de 2,5 millones de euros, contempla la plantación en varias fases de 150.000 árboles y arbustos autóctonos en unas 155 hectáreas. Además, a estos se sumarán unos 25.000 castaños autóctonos que serán injertados con variedades locales en otras 55 hectáreas. Todo el proceso contribuirá a recuperar espacios de monte degradados, añade Víctor Gutiérrez, coordinador del área de Conservación y Restauración de Ecosistemas de la Fundación Biodiversidad.
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