Un alud letal y una histórica sequía: el cambio climático castiga al norte de Italia
El desprendimiento de un glaciar, que ha causado al menos siete muertes, se suma a la declaración del estado de emergencia por la falta de lluvias en cinco regiones
Las consecuencias directas y, sobre todo, a corto plazo, del cambio climático son a veces difíciles de mostrar en el trascendental debate sobre la reducción de las emisiones de efecto invernadero. Esta semana en Italia, sin embargo, han cristalizado con toda su crudeza. El desprendimiento de un pedazo del glaciar de las Marmoladas, entre las regiones de Véneto y Trentino (noroeste de Italia), causó siete víctimas y cinco desaparecidos, a los cuales no hay esperanza de encontrar con vida. Entre los primeros en señalar al cambio climático como principal sospechoso de esta tragedia está el propio primer ministro italiano, Mario Draghi. Solo un día después, su Gobierno se vio obligado a aprobar el estado de emergencia para paliar los efectos de la extrema sequía en cinco regiones: Véneto, Emilia Romaña, Friuli Venezia Giulia, Lombardía y Piamonte, zonas alimentadas por el río Po y los Alpes orientales. Se trata de la peor crisis hídrica en esta zona en 70 años. Y se enmarca en un contexto de varios meses con lluvias por debajo de lo normal en la cuenca del Mediterráneo, uno de los puntos rojos de la crisis climática.
El desprendimiento este domingo de un serac, como se denomina a estas fracturas en los glaciares, se produjo entre Punta Rocca y Punta Penia, en el grupo de la Marmorada, en los Alpes italianos. La rotura provocó una ola de 200 metros de largo y 30 de alto de pedazos de hielo, roca y nieve que se precipitaron a 300 kilómetros por hora montaña abajo y sepultaron a las víctimas. Se trata de un desprendimiento de una envergadura sin precedentes en los Alpes provocado por las temperaturas récord en el pico del glaciar, que superaron durante varios días los diez grados. De hecho, el domingo solo se alcanzaron los cero grados a 4.400 metros de altura. En la cima del glaciar, a 3.343 metros, el termómetro llegó a los 12 grados. El primer estruendo se escuchó justamente a las 13.45, momento en que el sol se posó completamente en la cara de la montaña donde se encuentra el glaciar.
El científico del CSIC y experto en glaciares Juan Antonio Ballesteros señala a ese calor extremo como una de las causas del desprendimiento, según las primeras hipótesis que manejan los científicos. Pero añade también las pocas precipitaciones de este invierno, lo que hace que “el glaciar no gane volumen” y tenga más grietas, lo que lo convierte en más inestable y propenso a este tipo de desprendimientos, que además de nieve arrastran lodos y rocas. Ballesteros recuerda que en agosto de 2020, tras otro periodo de calor intenso, se derrumbó la parte colgante de glaciar Turtmann en el cantón de Valais, en Suiza. El aumento medio de las temperaturas en los Alpes es aproximadamente de 2 grados Celsius desde comienzos del siglo XX, pero ese calentamiento se ha acelerado desde los años ochenta.
Las montañas en general y los glaciares en particular están siendo especialmente golpeados por el calentamiento global. El IPCC, el grupo de expertos internacionales que radiografían el cambio climático de la mano de la ONU, advertía en su último informe del “retroceso” que están experimentando los glaciares desde la década de 1950. Un proceso así, “con casi todos los glaciares del mundo retrocediendo a la vez, no tiene precedentes en al menos los últimos 2.000 años”, se apunta en el informe. Cuando el calor disminuye el volumen de los glaciares, los hace más “inestables” y propensos a los aludes, explica Ballesteros.
Respecto al futuro, las perspectivas no son buenas. La temperatura media global está ya en 1,1 grados por encima de los niveles preindustriales. Si se llega a los 1,5, “muchos glaciares pequeños y de baja elevación alrededor del mundo perderán la mayor parte de su masa total”, advierte el IPCC. Ese es el mejor de los escenarios, porque los planes climáticos de los países llevan ahora a un incremento de 2,8 grados para finales de siglo, y eso conducirá a un aumento mayor de los impactos negativos.
Draghi visitó la zona del alud el lunes por la mañana. Y atribuyó la desgracia al “deterioro del medio ambiente y de la situación climática”. “Hoy Italia llora a las víctimas. Pero el Gobierno debe reflexionar sobre lo que ha sucedido y tomar medidas, para que haya muy pocas posibilidades de que vuelva a suceder”. Una reacción clara y parecida a la que el Consejo de Ministros tuvo pocas horas después con el tema de la sequía. La rapidez y claridad para afrontar el tema, sin embargo, contrastan con el enfoque energético que todavía posee Italia, altamente dependiente de las energías fósiles. De hecho, el país piensa paliar los efectos de la crisis del gas provocada por la guerra de Ucrania con nuevas alianzas con Argelia para sustituir un caudal por otro.
La incógnita del abastecimiento del gas durará hasta octubre, creen en el Ejecutivo italiano. La sequía, en cambio, es un tema para el que no hay margen de espera. La región de Lombardía atraviesa una situación especialmente crítica y se calcula que, si no llueve, las reservas de agua para el campo durarán aproximadamente diez días más. La semana pasada, las autoridades regionales decretaron el estado de emergencia hídrica hasta el 30 de septiembre para limitar el consumo de agua al mínimo indispensable. El martes el Consejo de Ministros estableció para esa zona y otras cuatro lo mismo. Una medida que permitirá a las autoridades, entre otras cosas, no tener que realizar trámites burocráticos e imponer severas restricciones o un racionamiento de agua para los hogares y empresas. Además, se destinarán en un primer momento 36,5 millones de euros a paliar las consecuencias en sectores especialmente dañados como el de la agricultura.
Italia sufre a menudo en verano problemas de escasez y de restricciones. Pero la falta de precipitaciones acumulada ahora es insólita. En el país se ha registrado entre un 40% y un 50% menos de agua de lluvia este año respecto a la media de los anteriores y hasta un 70% menos de nieve. Los satélites de la Agencia Espacial Europea (ESA) han mostrado cómo el mayor río del país, el Po, que atraviesa todo el norte, se está secando ante la ausencia de lluvias en los últimos 110 días, de nieve en los Alpes y también debido a las altas temperaturas. Los expertos hablan de la peor sequía de las últimas siete décadas, que se está ensañando con la cuenca del Po, donde se concentra el 40% de la producción agrícola del país.
Esta situación de falta de lluvias no es exclusiva de Italia. Sergio Vicente-Serrano, investigador del Instituto Pirenaico de Ecología, del CSIC, y uno de los científicos que han participado en la última entrega del IPCC, explica que la cuenca mediterránea ha llovido en los últimos 12 meses menos de lo habitual. Incluso está llegando a zonas de centroeuropa, como Eslovaquia, Hungría y Austria.
Periódicamente, el Mediterráneo vive episodios de falta de lluvias como el que está ocurriendo en estos momentos, y no está claro cómo afectará el cambio climático a estas sequías meteorológicas en las próximas décadas, señala Vicente-Serrano. “Lo relevante no es la variabilidad de las lluvias”, apunta, sino los efectos que pueden tener las sequías meteorológicas periódicas en un contexto de calentamiento global. Porque la falta de precipitaciones tiene peores consecuencias cuanto más alta sea la temperatura: cuanto más altas son las temperaturas más demanda de agua tiene la atmósfera, lo que aumenta el estrés de la vegetación. Esto lleva a una mayor “mortandad forestal” y a “incendios más severos”, apunta Vicente-Serrano. A su vez, los cultivos necesitan que se incremente más el regadío y en los embalses se incrementa la evaporación. Precisamente, en el último informe del IPCC señalaba que en la zona del Mediterráneo se ha observado ya un incremento de “las sequías hidrológicas y agrícolas”. Y se pronostica un crecimiento de la superficie árida y de los incendios a partir de los dos grados de calentamiento global.
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