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Surfistas y ecologistas se unen para proteger las olas de una ría en Lugo

Varios colectivos se oponen a la construcción de un espigón proyectado por la Dirección General de Costas para cambiar el sentido de la corriente y estabilizar la playa

Ria en Lugo
Un vecino de Barreiros pasea por el entorno del arenal de la playa de Altar, con la vecina localidad de Foz al fondo.OSCAR CORRAL (EL PAÍS)

La angosta ría entre los municipios lucenses de Foz (10.000 habitantes) y Barreiros (2.900 vecinos) tiene un atractivo especial para los amantes del surf. Cada vez más personas visitan estas localidades, donde se juntan el río Masma y el Cantábrico, para disfrutar de la famosa “ola del canal”: una larga onda que rompe de derecha a izquierda (desde la perspectiva del surfista), que cruza el brazo de mar y que puede alcanzar varios metros de altura en los meses de invierno. Sin embargo, la publicación el pasado 31 de marzo en el Boletín Oficial del Estado (BOE) de un proyecto para construir un espigón ha convertido esta atracción turística en un símbolo reivindicativo para defender que se deje este espacio como está. Los surfistas se han unido a ecologistas y vecinos para intentar frenar la colocación de un dique que aseguran puede acabar con su ola.

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La obra forma parte de un plan de la Dirección General de Costas para estabilizar la playa de Altar, en Barreiros, con un muro que dividiría en dos el arenal, un espacio catalogado como Zona de Especial Conservación y de Protección Especial para las aves de la Red Natura 2000. Fuentes del Ministerio para la Transición Ecológica explican que el proyecto busca solucionar la erosión del extremo este de la playa, habiéndose destinado a su ejecución cerca de tres millones de euros. Según inciden, el plan está ahora mismo en su etapa de información pública y se pueden presentar alegaciones hasta el 30 de este mes.

La alcaldesa de Barreiros, Ana Ermida (BNG), todavía no se ha posicionado sobre el dique. “Aún estamos estudiando el proyecto”, afirma. No obstante, avisa: “Si no hacemos nada, también habrá consecuencias”. El problema en la playa viene de lejos. Como especifica el documento del plan de la Dirección de Costas —que es la adaptación de otro de 2010—, el origen fue la construcción de otro espigón en el arenal de A Rapadoira, del lado de Foz, a finales del siglo pasado. El muro desvía la corriente hacia Altar, arrastrando sedimentos desde ahí hacia el centro de la ría.

Carlos Gil, biólogo especializado en conservación marina, considera que la mejor opción es no hacer nada. Desde la puerta de su empresa de ecoturismo, en Foz, se tiene una clara vista de la playa del Altar. Está seguro de que el muro afectará a los flujos naturales de la corriente, pero considera imposible saber cómo. Junto a él, su compañero Jairo Barral, instructor de surf, cuenta que lo que más le preocupa es perder la famosa “ola del canal”. Gil traza con el índice una línea imaginaria en donde iría el espigón y explica que el proyecto se alza sobre una visión desactualizada de la ría. El estudio ambiental realizado para la presentación del plan se hizo con datos recopilados en 2006, asegura.

Para la ONG Alianza del Surf y la Naturaleza, además de no justificar la eficacia de la obra, el plan no considera cuáles serán las consecuencias en toda la ría: “Estas playas en desembocaduras son parte de un sistema muy complejo y cambiante, cualquier construcción tendrá también repercusiones en el canal y el estuario”, explican desde la organización. La posibilidad de que el dique cambie las corrientes no solo inquieta por los deportes acuáticos, sino también por la conservación de la fauna en la zona.

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Xandro García, portavoz del grupo ecologista Adega (Asociación para a Defensa Ecolóxica de Galicia), afirma: “Construir un objeto duro en medio de un entorno de fondos blandos solo altera las dinámicas naturales”. García explica que su organización siempre ha estado en contra de este tipo de obras. El ecologista afea que las administraciones no piensen que, con la subida del nivel del mar, estas soluciones son inútiles a largo plazo. La asociación Adega defiende que los rellenos de arena son también un parche que puede tener consecuencias en la población de invertebrados marinos, en las especies que se alimentan de ellos o las que se reproducen en estas áreas. En concreto, Carlos Gil llama la atención sobre el chorlitejo patinegro, un ave en peligro crítico de extinción que vive en la arena del estuario y la playa de Altar, pero que no aparece en el proyecto. Según dice, por la antigüedad del estudio medioambiental.

Un proyecto “desproporcionado”

Se espera también un aluvión de alegaciones del Club Náutico de Foz, con 200 miembros. Su presidente, Luis Fernández, admite que están muy interesados en que haya calado en el puerto, pero piensan que es un proyecto “desproporcionado”. Fernández, de 63 años, cuenta que practica deportes náuticos desde los 15 y conoce estas aguas desde que nació. Sentado en la terraza de un café en la avenida Cantábrico de Foz, paralela a la ría, explica cómo desde esta calle se han podido observar los cambios del estuario cada vez que se levantaban muros de roca y hormigón. El primero fue el de la playa de A Rapadoira, un dique en forma de L de unos 400 metros de largo que sirvió para fijar la desembocadura del río en el mar, que fluctuaba por temporadas. Hoy hay un goteo de vecinos que lo aprovecha para pasear cuando hace sol. Desde ahí se puede ver el segundo espigón que se construyó, en la punta de San Cosme, del lado de Barreiros, para frenar la erosión que la corriente desviada provocó en la zona.

Cuando se hizo el último, el presidente del club náutico tenía 25 años y practicaba windsurf en esa área de la ría. Protestó para tratar de frenar esa construcción, pero fue en vano. “Eran otros tiempos”, justifica, para evitar que sirva de precedente. Está convencido de que esta vez por lo menos levantarán ruido. Una petición lanzada por Carlos Gil en Change.org lleva ya cerca de 5.000 firmas en contra. “No somos cuatro surfistas”, incide el biólogo. “Somos vecinos, expertos y colectivos defendiendo la forma en la que vivimos, la conservación de este espacio”, concluye.

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