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Los elefantes: inteligentes, empáticos, fascinantes y cada vez más amenazados

Los paquidermos, en la lista roja de especies amenazadas y en situación crítica en el caso de los de selva, son esenciales para la supervivencia de los ecosistemas, pero también para la cultura humana

Elefantes
Manada de elefantes en el parque del Serengueti, en Tanzania, en 2011.GUILLERMO ALTARES
Guillermo Altares

Pompeyo Magno organizó en el año 55 antes de Cristo unos juegos como no se habían visto nunca en Roma: elefantes salvajes contra cazadores getualianos, los mismos que los capturaban en África. Sin embargo, como relata Marina Belozerskaya en La jirafa de los Medici (Gedisa), lo que ocurrió fue extraordinario: ante la nobleza de los animales, los espectadores romanos se pusieron del lado de los elefantes. Plinio, el mayor naturalista de la antigüedad, cuenta que “los elefantes de Pompeyo trataron de ganarse la compasión de la muchedumbre con gestos de súplica”. El naturalista no solo creía que eran tan inteligentes como los humanos, sino que eran capaces de entender su lengua.

“Los libros de los zoólogos latinos siempre arrancaban con esa historia”, explica el escritor José Emilio Burucúa, autor, junto a Nicolás Kwiatkowski, de Historia natural y mítica de los elefantes (Ampersand). “Pensaban que entre los elefantes y seres humanos había una profunda empatía. Ahí está el núcleo central de la idea que en Occidente existe del elefante”. Burucúa recuerda que Plinio, en el libro VIII de la Historia Natural, “aumentó la simpatía hacia ellos porque sostiene que presentan muchos rasgos que les aproximan a la humanidad, emocionales e intelectuales”.

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Como demuestra aquella vieja historia, los elefantes, el mayor mamífero terrestre, siempre han sido un animal diferente a todos los demás, con una presencia acorde a su tamaño en la historia cultural. Además, sobre todo desde los estudios de Cynthia Moss en el parque Amboseli en Kenia desde los años setenta, se ha confirmado que muchos de aquellos mitos tienen una base de realidad: su inteligencia les permite lo que los etólogos llaman “comprender relaciones de terceros” (saber quién es la madre de otra cría, por ejemplo), un rasgo que aparece solo en criaturas como delfines o grandes simios; su memoria les habilita para reconocer a cientos de individuos o recordar pozos de agua después de años; su estructura social matriarcal está basada en la solidaridad. Por no hablar del increíble manejo de la trompa, una mezcla de nariz, mano, ojos y maquinaria.

“Saben a la perfección quiénes son ellos mismos y quiénes son los demás”, escribe el naturalista Carl Safina en Mentes maravillosas (Galaxia Gutenberg), uno de los libros más influyentes de la etología contemporánea. “Los elefantes establecen vínculos muy profundos que se desarrollan a lo largo del tiempo”. Son capaces de comunicarse entre ellos, no solo cuando están cerca, sino también a larga distancia utilizando las vibraciones en la tierra que desatan con sus enormes cuerpos (hasta seis toneladas en los machos y tres en las hembras). Los elefantes pueden vivir 70 años y acumulan y transmiten a los demás toda esa sabiduría vital.

Un elefante africano de selva en el río Lekoli River, en Congo.
Un elefante africano de selva en el río Lekoli River, en Congo.Getty

Sin embargo, la posibilidad de que estos seres extraordinarios desaparezcan como animales salvajes es cada vez más real. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) anunció en marzo que las dos poblaciones de elefantes africanos se habían reducido de forma drástica: la de los elefantes de bosque en más del 86% en 30 años y la de los de la sabana en un 60% en 50 años. Los de bosque están “en peligro crítico” y los de sabana en “peligro”. Quedan 415.000 elefantes entre las dos poblaciones y otro medio millón en Asia. El elefante asiático, más pequeño y, a diferencia del africano, domesticable, también está considerado en “peligro”. Los tres están en la lista roja de especies amenazadas.

“Desgraciadamente, puedo imaginarme de forma demasiado clara un mundo sin elefantes, aunque no quiera hacerlo”, explica la doctora Vicki Fishlock, que trabaja desde 2011 en Amboseli en el equipo de Cynthia Moss. “Los ecosistemas en los que viven los elefantes son importantes para todo tipo de especies, y para la limpieza del aire y el agua mucho más allá de los lugares donde viven”. La fotógrafa española Lisette Pons, que lleva décadas trabajando y retratando elefantes en Kenia, señala por su parte: “Verlos es una experiencia que marca toda la vida”. Y luego agrega citando a la etóloga Joyce Poole, también experta en paquidermos: “Si los elefantes desaparecen, se producirá un silencio ensordecedor”.

Cruzarse con elefantes en libertad es una experiencia que, efectivamente, cambia la relación con la naturaleza, ya sea tras ver a los machos solitarios, amenazantes y a la vez apacibles montañas en movimiento, o a las manadas matriarcales, siempre pendientes de las crías y del bienestar común. E incluso en los zoos contemplarlos es inagotable. El de Madrid alberga una pequeña manada de elefantes de Borneo que vinieron hace seis años del parque de Berlín. Tanto sus cuidadores como el director de biología, Agustín López Goya, insisten en su inteligencia y empatía. “Se ha estudiado su conciencia del duelo, su capacidad de autorreconocimiento y se sabe que si hay elefantes mayores en la manada bajan el ritmo de la marcha para que no se queden atrás”, señala López Goya. “Y desde el Arca de Noé se habla de su paciencia y su sabiduría”.

Dibujo de Hanno, el elefante del papa León X, que pintó Rafael en 1516.
Dibujo de Hanno, el elefante del papa León X, que pintó Rafael en 1516.

La historia está llena de elefantes famosos, como relatan los libros de Burucúa o Belozerskaya, desde los circos romanos, los que Aníbal arrastró a través de los Alpes o el panteón de dioses hindú con Ganesha, el dios elefante. El gran pintor renacentista Rafael reflejó en 1516 en su dibujo de Hanno, el elefante del papa León X, toda la fuerza y a la vez amabilidad de los paquidermos. Los humanos, con la domesticación de los elefantes asiáticos, han explotado desde la antigüedad la violencia que son capaces de desplegar si son provocados o se sienten amenazados. La investigadora valenciana María Engracia Muñoz-Santos, autora de Animales in harena. Los animales exóticos en los espectáculos romanos (Confluencias), cree que “Alejandro Magno fue el primero en tener contacto con elefantes en la guerra, en la primera batalla contra el rey Poro (326 a. C). Pero sabemos que conocían a estos animales desde el 327, cuando el gobernante de Taxila le regaló unos cuantos. A partir de ahí Alejandro los va incorporando a sus filas”. Y también ocupan un lugar central en la cultura popular, desde Babar hasta Dumbo o Elmer.

Sin embargo, todo ese mundo cultural y animal puede desaparecer. Fiona Maisels, científica de la Wildlife Conservation Society (WCS) y profesora asociada de la Universidad de Stirling, que también lleva décadas trabajando con elefantes en África (ahora en Gabón), no es optimista sobre el futuro, sobre todo mirando el pasado: “Antes del dominio de los humanos en la Tierra, había muchas especies de elefantes: solo en el Pleistoceno había unas 16. Todos hemos oído hablar de los mamuts lanudos, de los mastodontes de América. Había elefantes enanos en Córcega y Chipre y mamuts enanos en Cerdeña y Creta. Ahora solo quedan tres especies. Así que ya vivimos en un mundo con muchos menos elefantes salvajes que antes. El declive de los elefantes modernos se debe en su inmensa mayoría a las actividades humanas, como también ocurrió en el pasado”.

La desaparición de los hábitats y la caza ilegal por el marfil han ido reduciendo cada vez más sus poblaciones, hasta la alerta roja lanzada este año. “El elefante es más que un símbolo”, explica Burucúa. “Si los humanos somos capaces de extinguir esa maravilla colosal sería una señal trágica de que hemos alcanzado un punto de no retorno. Pensar en un mundo donde estemos los seres humanos y en el que no haya elefantes es desolador”. El novelista francés Romain Gary ganó en 1956 el premio Goncourt con Las raíces del cielo, que llevó John Huston al cine. Muchos consideran que con esta novela nació el sentimiento ecologista contemporáneo. Su protagonista es Morel, un hombre que se dedica a proteger a los elefantes. Su filosofía reside en que “la gente se siente tan sola y abandonada que necesita algo contundente. Los perros están pasados de moda: el ser humano necesita elefantes. Su defensa es la única causa digna de una civilización”.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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