Si el diablo enseña la pezuña es que quiere bailar contigo
A finales de los sesenta, el género de terror tuvo su filón en los miedos que provocó en las mujeres embarazadas un relato satánico como ‘La semilla del diablo’


Hace tan solo unos meses, la editorial Minotauro nos sorprendía con la publicación en castellano de Paperbacks from Hell, todo un tesoro para las personas que seguimos de cerca la literatura popular. Se trata de un catálogo de novelas de terror (años 70 y 80) a cargo de una de las personas que más sabe del tema: el divulgador norteamericano Grady Hendrix.
Paperbacks from Hell es un repaso a la ficción pulposa de la época y está escrito con agilidad y humor negro, atributos que no han de faltar en toda relación bibliográfica de novelas terroríficas. Pero lo que aquí nos interesa es que uno de los capítulos está dedicado a la novela de terror y su relación con la ciencia.
En el citado capítulo, además de hablarnos de un buen número de historias truculentas donde los pacientes arrancan de cuajo las extremidades de los médicos, aparece un autor imprescindible en todo lo relacionado con este género: el norteamericano Robin Cook, doctorado en medicina por la Universidad de Columbia y pionero en lo que se refiere a novelas de hospital. Con el éxito de su novela Coma (1977) —donde el tráfico de órganos es el detonante de la trama— Robin Cook se convirtió en autor de referencia del denominado “thriller médico”. Entre sus páginas podemos encontrar, además de persecuciones e imágenes impactantes, reflexiones sobre medicina y ética. “Todo empezó con Robin Cook” señala Grady Hendrix al principio del capítulo.
Con todo, el género de terror en la novela de bolsillo tuvo su filón en la gestación, en los miedos que provocó en las mujeres un relato satánico como el que ideó Ira Levin para La semilla del diablo, su exitosa novela que Polanski llevó al cine. Y es aquí donde Hendrix nos cuenta cómo, en los años sesenta, con la comercialización de la píldora anticonceptiva, el diccionario se empezó a abrir a nuevos términos que muy pronto serían utilizados por los novelistas de serie B para incluirlos en sus tramas cargadas de “procedimientos clínicos”. Hendrix cita un par de ellos.
El primero es “culdoscopia” o visualización de los órganos internos femeninos —útero, ovarios y trompas de Falopio— a través de un culdoscopio, un tipo de endoscopio que se introduce a través del fondo de saco de Douglas, cavidad profunda con forma de saco situada en la pelvis menor y que debe su nombre al anatomista escocés James Douglas (1675-1742), quien lo descubrió.
El otro término es “amniocentesis”, y da nombre a una prueba que se realiza durante el embarazo para extraer el líquido amniótico —fluido ligeramente amarillento que rodea al embrión— que contiene células donde es posible detectar estructuras cromosómicas anormales. Como curiosidad, cabe apuntar que esta prueba lleva prohibida en India desde 1994, ya que también permite saber el sexo del feto.
Porque, con este avance científico, se empezaron a complicar las cosas para las mujeres hindúes debido al arraigo del patriarcado en su expresión más primitiva, lo que llevó a practicar abortos cada vez que el sexo del feto era femenino. Para quien no lo sepa, en algunas regiones de India, el sexo femenino resulta una carga familiar, siendo la mujer un ser inútil, sin valor o infravalorado con respecto al sexo masculino. Y esto es lo verdaderamente terrorífico; un asunto de una realidad tan brutalmente infinita que no cabe en la imaginación, por mucho que nos esforcemos en encajarlo.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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