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El agujero de gusano que cambió los ejes de una novela

Un día de primavera de 1985, Carl Sagan telefoneó a su colega Kip Thorne a su despacho en el laboratorio Norman Bridge de Caltech con el fin de documentarse para la novela que estaba escribiendo

Agujero negro galaxia
Representación artística de un agujero negro en una galaxia espiral.Andrzej Wojcicki (Getty Images/Science Photo Libra)
Montero Glez

La relación entre la ciencia y la literatura resulta tan estrecha como la de una ventana con el cuadro que la tapa. Sólo hay que descolgar el cuadro para darse cuenta de que lo ofrecido por la ventana resulta menos interesante que el cuadro.

Algo parecido ocurre cuando leemos un relato de anticipación y luego vamos a buscar la fuente científica que lo ha inspirado. Porque los buenos autores de ciencia-ficción se documentan a tal extremo que ha habido veces que sus investigaciones han impulsado nuevos estudios científicos. Y eso es lo que nos viene a decir el profesor de literatura David Toomey en su ensayo, Los nuevos viajeros en el tiempo (Biblioteca Buridán), donde cita el caso del conocido astrofísico Carl Sagan cuando, un día de primavera de 1985, telefoneó a su colega Kip Thorne a su despacho en el laboratorio Norman Bridge de Caltech con el fin de documentarse para la novela que estaba escribiendo. Iba a ser la primera y única incursión de Sagan en la ficción, pues, como sabemos, durante toda su vida se dedicó a escribir libros de divulgación científica.

La novela de Sagan se tituló Contacto (Nova) y trata sobre el contacto con una cultura extraterrestre. Según cuenta Kip Thorne en su libro Agujeros negros y tiempo curvo (Crítica), la documentación que le pidió Sagan hacía referencia a la física gravitacional y Kip Thorne, encantado de poder servir de ayuda a su amigo, leyó el manuscrito con detenimiento. Tal fue así que se dio cuenta del error cometido por Sagan al introducir los agujeros negros para viajar en el tiempo. Porque Sagan, en un principio, había imaginado que la doctora Eleanor Ellie Arroway viajaba a la estrella Vega a través de un agujero negro, algo chocante para el físico Kip Thorne desde el momento en que Sagan lo planteaba como un viaje de ida y vuelta, ya que, una vez que se entra en un agujero negro no solo no se puede volver al sitio de origen, sino que resulta imposible salir sin quedar desintegrado. Por todo ello, un agujero negro no resultaba creíble para el viaje interestelar que Sagan proponía en su novela.

Fue cuando Thorne le sugirió a Sagan que cambiase el agujero negro por un agujero de gusano, también conocido como puente de Einstein-Rosen, La primera simulación cuántica de un agujero de gusano abre una nueva puerta para entender el universo, una especie de atajo con dos bocas, una de entrada y otra de salida. Sin embargo, con esta solución aparecía otro problema, pues el túnel de un agujero negro tiende a estrecharse hasta cerrarse por completo. Con esto, una nave espacial que se trasladase por el hipotético túnel quedaría desintegrada. Entonces Thorne va más allá y da con la clave para mantener abierto el túnel; idea una materia de energía negativa que hace a los cuerpos repelerse gravitacionalmente. Inyectando la citada materia exótica en las paredes del túnel, el agujero de gusano nunca se cerraría.

Y así fue como la novela Contact se basó en hipótesis científicas válidas, y esto mismo llevó a Thorne a implicarse en la novela de tal manera que lo llevó a impulsar la investigación sobre las curvas cerradas de tipo tiempo, de las que hablaremos en la siguiente entrega.

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Sobre la firma

Montero Glez
Periodista y escritor. Entre sus novelas destacan títulos como 'Sed de champán', 'Pólvora negra' o 'Carne de sirena'.

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