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La viruela del mono llevaba años circulando entre los humanos antes del brote epidémico de 2022

El ADN de decenas de muestras desvela que una enzima humana ha acelerado la tasa de mutación del virus hasta “niveles preocupantes” para los científicos

Miguel Ángel Criado
Monkeypox
Un paciente muestra una llaga provocada por la mpox durante su confinamiento en el área de aislamiento del hospital Arzobispo Loayza, en Lima (Perú), el pasado agosto. En total, más de 90.000 personas se han contagiado.ERNESTO BENAVIDES (AFP)

El 29 de abril de 2022, a un ciudadano británico le salió un sarpullido mientras estaba de viaje en Nigeria (África). Al regresar al Reino Unido, decidió ir al hospital al empeorar la erupción, inflamarse sus ganglios linfáticos y subirle la fiebre. Allí confirmaron que se trataba de la viruela del mono (o mpox, como la rebautizó la Organización Mundial de la Salud, OMS). Se trata de una enfermedad de origen zoonótico provocada por un virus que salta ocasionalmente desde algunos animales y al que hasta entonces le costaba transmitirse entre humanos. Pero en apenas un mes, había miles de casos en España, Portugal, Estados Unidos, Colombia, Singapur... La OMS se vio obligada a declarar una emergencia de salud pública internacional. Ahora, un trabajo de virólogos de primer nivel ha descubierto que la cepa causante del brote llevaba varios años circulando entre los humanos. También han comprobado que una enzima humana con actividad antiviral habría acelerado la tasa de mutación del patógeno y esto preocupa a los científicos, que temen que la mpox se quede entre nosotros.

En la actualidad, la amenaza del virus se ha visto reducida. Aunque sigue habiendo nuevos contagios, la OMS retiró en verano su alerta. Pero el patógeno sigue ahí y sigue sin saberse de donde surgió. En el pasado, los brotes siempre han tenido las mismas características, un salto de animal a humano, habitualmente un roedor (su reservorio mejor conocido) o un simio, a lo que le seguían unos pocos contagios entre humanos. El virus no se adaptaba bien al entorno humano. Pero algo debió de cambiar en 2022, cuando en apenas unos meses se contagiaron miles de personas (a finales de octubre de 2023, ya eran más de 91.000 personas). La mayoría nunca habían viajado a los países donde la mpox es endémica, como Nigeria o República Democrática del Congo, así que se estaba produciendo una transmisión entre humanos sostenida en el tiempo, algo que no encaja con una enfermedad zoonótica.

Ahora, un amplio y reputado grupo de científicos, entre los que están algunos de los que primero caracterizaron al SARS-Cov-2 tras la pandemia de coronavirus, han secuenciado el genoma de casi un centenar de muestras del virus, con algunas que se remontan a los años 60 del siglo pasado. Querían saber dónde y cuándo emergió el linaje que provocó el brote de 2022, nombrado B.1. Este mpox se agrupa en el llamado clado IIb, cuyo origen se encuentra en la región del África occidental. Por fortuna, su letalidad es 10 veces menor que la de los virus del clado I, endémico del centro del continente africano.

Los resultados de esta investigación, publicada hoy en la prestigiosa revista científica Science, señala que las muestras de 2022 no son las primeras del brote: comparten hasta 42 mutaciones en su ADN, cuyo rastreo les llevó hasta un caso de 2015, que ya contaba con uno de estos cambios. Al año siguiente, las autoridades de Nigeria reportaron algunos casos de mpox en humanos, pero entonces se pensó que eran de origen zoonótico, saltos desde animales, y no relacionados entre sí. Se equivocaban. Ya entonces, en 2016, concluyen los investigadores en su trabajo, “el virus circulaba de forma sostenida entre los humanos”.

“No está claro qué llevó a la propagación global de B.1. No parece haber nada particularmente diferente en este virus, en este linaje”
Áine O’Toole, viróloga de la Universidad de Edimburgo (Reino Unido)

Para sostener esta conclusión se apoyan en el origen de aquellos 42 cambios en el ADN viral. Se concentran en los nucleótidos, los cuatro elementos fundamentales del ADN, conocidos por las letras A, T, G y C. Comprobaron entonces que la práctica totalidad de estas mutaciones aparecen relacionadas con la acción de una enzima, la APOBEC3. Presente en casi todos los mamíferos, los roedores, los supuestos reservorios del virus, solo cuentan con una copia que expresan en el bazo y la médula ósea y no en otros tejidos. En los humanos forma parte del sistema inmunitario. Su misión es retirar porciones del ADN del virus que le complican su replicación. En todos los casos de 2017 en adelante aparecen estas modificaciones genéticas, lo que descartaría que los cambios se hubieran producido antes de que el virus saltara de animales a humanos.

La primera autora de la investigación, la viróloga de la Universidad de Edimburgo (Reino Unido) Áine O’Toole lo cuenta: “Desde que se extendió a la población humana (estimamos que fue al menos en 2016), las huellas de la edición de APOBEC3 se ven como cicatrices en el genoma del virus”. Cuando estos virus inician su replicación, dejan al descubierto su ADN, ocasión que aprovecha esta enzima para cambiarle unas letras por otras. En la mayoría de las ocasiones, esto interfiere en su maquinaria replicadora, pero en otras, el patógeno logra replicarse, ya con la marca de la APOBEC3. Para lo que no tiene respuesta O’Toole es para el momento del brote, ¿por qué estalló en mayo de 2022, cuando llevaba al menos seis años ya circulando? “No está claro qué llevó a la propagación global de B.1. No parece haber nada particularmente diferente en este virus, en este linaje; lo más probable es que haya tenido la oportunidad de propagarse ampliamente porque entró en determinadas redes de la población”.

Antonio Alcamí, virólogo del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa (CMB/CSIC), destaca lo importante que es saber cuándo empezó a circular: “Se creía que era reciente, pero ya desde 2016 y en humanos, el virus tiene la misma marca que el del brote de 2022″. Para Alcamí, no relacionado con el trabajo publicado en Science, sus hallazgos son muy relevantes. “Se pensaba que el mpox no se adaptaba a los humanos, pero si ahora vemos que lleva infectando a personas desde hace años, esto sería un aviso de que se está adaptando a los humanos”.

“Cuanto más tiempo lleve circulando entre los humanos, mayor probabilidad de que el virus se haga más humano”
Raúl Rivas, catedrático de microbiología y genética de la Universidad de Salamanca

Una de las claves podría residir en que la APOBEC3 ha acelerado el ritmo de mutación del virus. Por lo que se sabía de otros orthopoxvirus, como el de la viruela humana, y muestras anteriores, la tasa de cambio del mpox era muy baja. Sin embargo, en dos o tres años acumuló 42 cambios en su ADN, lo que equivale a una tasa 28 veces más rápida del linaje B.1 que los precedentes. “Lo clave aquí es saber si estas mutaciones afectan a la mayor transmisibilidad entre humanos”, subraya el catedrático de microbiología y genética de la Universidad de Salamanca, Raúl Rivas, que también destaca la datación de los primeros casos con estas mutaciones: “Cuanto más tiempo lleve circulando entre los humanos, mayor probabilidad de que el virus se haga más humano”.

Los autores aclaran y los expertos consultados confirman que el hecho de que esta enzima antivírica esté detrás de las mutaciones presentes en el linaje B.1 no significa que la APOBEC3 esté aumentando la capacidad del virus para replicarse y transmitirse entre humanos. Lo destaca Fernando González, catedrático de la Universidad de Valencia y dedicado a la filogenómica y evolución de los virus: “La APOBEC3 no es la causante, pero es mutagénica y entre las mutaciones que han surgido algunas han permitido una mayor transmisibilidad del virus”. Lo que queda por hacer es conectar la enzima antiviral con esta mayor capacidad de contagio. Y esto es algo que urge.

En sus conclusiones, los autores del estudio plantean que, de encontrarse un nexo entre la APOBEC3 y la persistencia del mpox durante años entre los humanos, se estaría ante un cambio de paradigma. En esto coincide Oriol Mitjà, del Hospital Germans Trias i Pujol de Barcelona y que participó en el descubrimiento de una forma fulminante de la viruela del mono en personas con VIH avanzado. “En el futuro, habrá nuevos brotes zoonóticos, pero si se mantiene esta transmisión entre humanos, podríamos decir que ya es un virus humano. Es, como sucedió con el VIH [también zoonótico inicialmente], un cambio de paradigma”, añade.

Para los expertos consultados, lo descubierto ahora añade urgencia a la preocupación que ya existía desde que diagnosticaran a aquel señor británico en abril de 2022. La inmensa mayoría de los más de 91.000 contagiados hasta ahora son menores de 50 años. Es decir, no fueron vacunados contra la viruela, erradicada del planeta en 1980. Existe el riesgo de que el mpox ocupe el nicho de su pariente viral y lo haga entre una población no inmunizada. Aún podría ser peor. Si el linaje B.1 logra transmitirse entre humanos, también podrían hacerlo los virus del clado I, que matan a 10 personas de cada 100 contagiadas.

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Sobre la firma

Miguel Ángel Criado
Es cofundador de Materia y escribe de tecnología, inteligencia artificial, cambio climático, antropología… desde 2014. Antes pasó por Público, Cuarto Poder y El Mundo. Es licenciado en CC. Políticas y Sociología.

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