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Asteroides
Tribuna
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La misión DART inicia la defensa planetaria activa

Deberíamos tener lista al menos una misión como la del impactador que ha probado la NASA contra Dimorfo, porque nos permitiría desviar asteroides de pocos cientos de metros

Dimorfo visto desde la sonda espacial DART, 11 segundos antes de impactar.Foto: Reuters | Vídeo: EPV

Se hace difícil pensar que nuestra existencia pueda ponerse en jaque súbitamente por un fenómeno celeste. De hecho, nuestra ignorancia sobre el peligro asociado al impacto de asteroides denota la ingenuidad de nuestra especie en pleno siglo XXI. Buena parte de los especialistas pensamos que los impactos de asteroides y cometas han tenido un papel clave en la historia de la Tierra y también probablemente en la evolución de la vida. Paradoja de nuestra existencia es que, en nuestra historia contemporánea, no hemos identificado a nivel popular los cataclismos causados desde el espacio exterior.

A pesar de ello, la conciencia sobre el impacto de Tunguska el 30 de junio de 1908 y su posible asociación a un pequeño asteroide de unos 50 metros que devastó 2.200 km² de taiga nos debería hacer recapacitar, como pretendemos con esa iniciativa internacional conocida como Día del Asteroide. Los programas de seguimiento, inicialmente incentivados desde la NASA, nos demuestran que existen unos 30.000 asteroides en el espacio próximo a la Tierra y que, en algún momento, podría producirse una hecatombe. Hoy en día conocemos más de 10.200 asteroides potencialmente peligrosos, tan o más grandes que Dimorfo, el asteroide golpeado por la sonda DART de la NASA/JHU. Sin embargo, no cabe ser catastrofistas, dado que los nuevos descubrimientos realizados con diversas técnicas que permiten cuantificar mejor los impactos apuntan a que un evento como el de Tunguska podría ocurrir cada varios siglos. También nos indican que, afortunadamente, los impactos por asteroides de tamaño kilométrico ocurren cada varias decenas de millones de años. El catálogo del Programa Sentry del Centro para el Estudio de Objetos Menores (CNEOS) del Jet Propulsion Laboratory (JPL) asegura que, entre los asteroides próximos a la Tierra catalogados, ninguno es fuente de riesgo a escala de varios siglos.

Las principales amenazas a las que nos enfrentamos son los asteroides más pequeños de unos 150 metros, de los que todavía desconocemos alrededor de un 60%, y también ciertos cometas extintos, como podría ejemplificar el 2015 TB145, un objeto rocoso de 650 metros de diámetro conocido como “asteroide calavera”. Descubierto tres semanas antes de su paso el 31 de octubre de 2015, a poco más de la distancia de la Luna, por su órbita excéntrica extendida casi hasta la órbita de Júpiter podría haber depositado una energía de impacto muy superior a la de un asteroide próximo a la Tierra. Cuando un cometa extingue su actividad, se transforma en un cuerpo oscuro, difícil de detectar.

Hasta el momento la mejor defensa han sido los programas de seguimiento telescópicos robotizados que van descubriendo los objetos finalmente catalogados por el Minor Planet Center. Planificar un sistema de seguimiento con telescopios espaciales en el rango infrarrojo con cámaras de gran campo facilitaría el descubrimiento de tales “monstruos” inesperados. Además, permitirían descubrir todos los objetos de pocos cientos de metros que cruzan la región próxima a la Tierra sin el sesgo observacional impuesto a los telescopios terrestres por el movimiento aparente del Sol en la bóveda celeste a lo largo del año.

Pero, ¿qué pasaría en caso de que descubriésemos uno en ruta de impacto directo contra nuestro planeta? Para pasar a un papel activo deberíamos tener lista al menos una misión del estilo del impactador cinético cuyo concepto básico ha probado la NASA con DART. Eso nos permitiría desviar a asteroides de varias decenas hasta pocos cientos de metros. Se han ideado otras alternativas para objetos mayores, pero no se han puesto nunca en práctica y suponen gastos muy superiores. Para aplicarlos necesitamos mejorar nuevas técnicas para comprender sus propiedades físicas y composicionales. Desde el Instituto de Ciencias del Espacio (CSIC-IEEC) estamos aplicando nuevas técnicas para comprender mejor los asteroides, basándonos en el estudio de las propiedades mecánicas de los meteoritos y las muestras que las misiones de retorno nos aportan.

En definitiva, la misión DART de la NASA ha hecho historia completando el primer experimento in situ para desviar un asteroide al impactar el satélite del asteroide binario Dídimo. Ayer miramos cara a cara al enemigo: un enorme apilado rocoso de 160 metros de diámetro llamado Dimorfo. En los próximos días comprobaremos si la sonda DART en su misión kamikaze ha transferido de manera eficiente su momento cinético a Dimorfo, impulsándolo ligeramente y cambiando su periodo orbital alrededor del Dídimo por unos minutos. Más adelante, con la misión Hera de la Agencia Europea del Espacio (ESA) investigaremos ambos asteroides, el cráter excavado por DART y completaremos un estudio más detallado de su estructura y composición. Porque para poder desviar a un enemigo asteroidal, hay que conocerlo bien.

Josep Maria Trigo es astrónomo, investigador del Instituto de Ciencias del Espacio (CSIC) y el Institut d’Estudis Espacials de Catalunya.

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