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La NASA anuncia una posibilidad “extremadamente pequeña” del choque con un asteroide en 2182

Una sonda estadounidense ha estudiado la roca espacial Bennu, de 500 metros de diámetro, que podría tomar una trayectoria de impacto tras cruzarse con la Tierra en 2135

Sistema Solar OSIRIS-REx
Imagen del asteroide Bennu tomada por la nave 'OSIRIS-REx'.AP
Javier Salas

En septiembre de 2135, el asteroide Bennu, de 500 metros de diámetro y forma de dado espacial, hará una visita a la Tierra, pasando a la mitad de distancia de la Luna. Lo más probable es que la gravedad de nuestro planeta modifique en ese momento su trayectoria, lo que convierte en un desafío tremendo calcular exactamente hacia dónde seguirá su camino. Pero hay una probabilidad “extremadamente pequeña” de que pase a través de un “ojo de cerradura gravitacional” que lo pondrá en una ruta de impacto con la Tierra a finales del siglo XXII, en 2182. La NASA ha convocado a la prensa para comunicar un “hallazgo importante”, pero que afectará a quienes habiten la Tierra dentro de más de un siglo.

El asteroide Bennu viaja a unos 100.000 kilómetros por hora: si chocara contra la Tierra liberaría una energía como 70.000 bombas atómicas de Hiroshima y crearía un cráter de unos cinco kilómetros de diámetro, según los cálculos más actualizados que hasta ahora había hecho la NASA. En el momento de hacer esas estimaciones, la probabilidad acumulada de impacto entre Bennu y la Tierra era tan solo del 0,037% y no sucedería hasta dentro de unos 150 años: en el intervalo temporal que va desde el año 2175 al 2196, casi en el siglo XXIII. Según el nuevo estudio de la NASA, las probabilidades de que choquen en algún momento hasta 2300 son del 0,057%, todavía ínfimas. Pero la fecha clave es el 24 de septiembre de 2182, cuando podría chocar, si todo va mal.

Para evitar ese hipotético susto, científicos chinos habían planteado recientemente la posibilidad de alejar a Bennu de nuestra trayectoria usando 23 cohetes contra el asteroide. En estos momentos, la misión DART de la NASA se dirige hacia un pequeño asteroide, llamado Dimorphos, con la intención de cambiar su trayectoria y comprobar que son capaces de hacer algo así a esas distancias y velocidades, más de 20.000 kilómetros por hora. Aunque la NASA asegure que no se conoce, de momento, ningún asteroide que represente un riesgo de impacto en la Tierra en los próximos 100 años, lo cierto es que conviene prepararse, porque se calcula que faltan unos 15.000 asteroides potencialmente peligrosos por descubrir. DART es la primera misión de defensa planetaria y su intención es chocar contra Dimorphos el verano que viene para desviar su rumbo.

Para estudiar en detalle el potencial peligro de Bennu, la NASA envió hacia allí en 2016 la sonda OSIRIS-REx, que ha estado mapeando ese pequeño mundo digno del Principito. Tras 27 meses de viaje espacial, la nave llegó al asteroide en diciembre de 2018 y desde entonces ha estado orbitándolo para conocer todos sus secretos. “Los datos de OSIRIS-REx nos brindan información mucho más precisa, podemos calcular la trayectoria futura de Bennu con un alto grado de certeza hasta 2135”, dijo Davide Farnocchia, autor principal del estudio sobre la trayectoria de la roca espacial y científico del Centro de Estudios de Objetos Cercanos a la Tierra de la NASA.

“Nunca antes habíamos modelado la trayectoria de un asteroide con esta precisión”, añadió Farnocchia, que ha desarrollado detallados cálculos para modelar el camino de Bennu de los próximos siglos. Así que la clave es saber si Bennu pasará por uno de esos “ojos de cerradura” que pondría al asteroide en camino de generar una catástrofe terrícola. Esa probabilidad es “extremadamente pequeña” según la NASA. No obstante, resaltó Farnocchia, el riesgo real de Bennu es menor que el de todos los objetos peligrosos desconocidos y que deberían localizarse cuanto antes.

El astrofísico Javier Licandro, que ha participado en varios estudios de la sonda OSIRIS-REx, señala que “han podido refinar muchísimo la órbita de Bennu integrando todos los factores que pueden estar afectando mínimamente”. Según explica Licandro, del Instituto de Astrofísica de Canarias, los investigadores han descartado numerosas posibles trayectorias de impacto disminuyendo mucho cualquier probabilidad de impacto para 2035. “Y mantienen una probabilidad de impacto de 1 entre 2.700 para septiembre de 2182: tampoco es que haya una probabilidad altísima, pero no es de las más pequeñas, es de los objetos conocidos con probabilidad alta”, advierte Licandro. “Está entre los potencialmente peligrosos porque Bennu es muy grande, medio kilómetro de bicho, y si pega en la Tierra podría generar un daño muy grande”, añade el experto.

“Bennu está entre los potencialmente peligrosos porque es muy grande, podría generar un daño muy grande”
Javier Licandro, IAC

“La misión de defensa planetaria de la NASA es encontrar y monitorear asteroides y cometas que pueden acercarse a la Tierra y pueden representar un peligro para nuestro planeta”, afirmó Kelly Fast, responsable del programa de Observación de Objetos Cercanos a la Tierra. La sonda acudió al encuentro de Bennu porque tiene muchas características que lo convierten en un pedrusco interesante para la ciencia: puede alcanzar nuestro planeta, como vemos, y además su composición nos permite aventurar cómo era el Sistema Solar hace más de 4.000 millones de años y cómo surgió la vida en la Tierra.

Vida en los asteroides

La sonda recogió 60 gramos de minerales con su brazo robótico en octubre de 2020, tras dejarse caer levemente contra el asteroide para tomar las muestras, antes de dar unas cuantas vueltas más a Bennu y poner rumbo a la Tierra. La nave orbitará dos veces alrededor del Sol, cubriendo 2.300 millones de kilómetros para regresar a nuestro planeta. Pero no se posará: desde el espacio lanzará la cápsula que contiene esos 60 gramos, que caerá en el desierto de Utah el 24 de septiembre de 2023. La NASA está sopesando usar la sonda, de unas dos toneladas, para abordar otro asteroide, ya que le sobra suficiente combustible.

No obstante, esta misión no es la primera de ida y vuelta a un asteroide. La sonda japonesa Hayabusa aterrizó en 2005 en el asteroide Itokawa y regresó cinco años más tarde con muestras que han permitido estudiar su composición. Posteriormente, la Hayabusa 2 trajo de vuelta a la Tierra muestras del asteroide Ryugu, “una gran cantidad de partículas” que aterrizaron en diciembre de 2020 en una cápsula en medio de Australia. Desde entonces, se está analizando su composición, en principio bastante similar a la de Bennu.

“La misión de defensa planetaria de la NASA es encontrar y monitorear asteroides y cometas que pueden acercarse a la Tierra y pueden representar un peligro para nuestro planeta”
Kelly Fast, NASA

Las sorpresas con Bennu llegaron desde el principio, como aseguró Lori Glaze, directora de Ciencias Planetarias de la NASA: “Los primeros tres meses de la investigación detallada de OSIRIS-REx sobre Bennu nos han recordado de qué trata el descubrimiento: sorpresas, pensar rápido y flexibilidad”. El asteroide resultó ser mucho menos sólido de lo esperado, con permanente actividad como expulsión de pequeñas rocas y columnas de partículas. También se observaron trazas de agua líquida que debió de estar presente en un asteroide mucho más gigantesco del que se desprendió Bennu en algún momento.

Los asteroides no solo acaban con la vida, como sabemos por los dinosaurios, sino que también tienen un gran potencial para llevarla hasta otros mundos. O, al menos, los ingredientes básicos para que surja esa vida, más o menos sofisticada. Desde hace décadas, se han encontrado en meteoritos compuestos orgánicos que reafirman la hipótesis de que esos elementos esenciales para que surgiese la vida en la Tierra vinieron del espacio a bordo de asteroides. Y también el agua, fundamental para que surja el chispazo, nos llegó en rocas espaciales.

Solo el 25% del material de Bennu será analizado inmediatamente por los científicos: se dejará la mayor parte, el otro 75%, para que futuros científicos con futuribles nuevas tecnologías y conocimientos, saquen todo el rendimiento a estas muestras únicas. Bennu y Ryugu son asteroides primitivos y muy oscuros y están compuestos por elementos basados en el carbón y por silicatos hidratados, que estuvieron en contacto con agua líquida. La NASA ya tiene lista otra misión, con la sonda Lucy, para viajar hasta los asteroides troyanos que orbitan Júpiter.

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Sobre la firma

Javier Salas
Jefe de sección de Ciencia, Tecnología y Salud y Bienestar. Cofundador de MATERIA, sección de ciencia de EL PAÍS, ejerce como periodista desde 2006. Antes, trabajó en Informativos Telecinco y el diario Público. En 2021 recibió el Premio Ortega y Gasset.

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