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En defensa de los terremotos

La capacidad destructiva de los terremotos es indiscutible, pero ¿tiene algún aspecto positivo para nuestra existencia?

Pablo G. Pérez González
Un oficial de policía busca víctimas con un perro rastreador de la unidad K9 entre las ruinas de un edificio hospitalario que se derrumbó después de un terremoto en Mamuju, provincia de Sulawesi Occidental (Indonesia).
Un oficial de policía busca víctimas con un perro rastreador de la unidad K9 entre las ruinas de un edificio hospitalario que se derrumbó después de un terremoto en Mamuju, provincia de Sulawesi Occidental (Indonesia).ANTARA FOTO (REUTERS)

Aterrador, destructivo y letal, no se puede calificar de otra manera al hecho de que se tambalee el suelo bajo nuestros pies, que la base en nuestra vida, la tierra que pisamos, vibre y nos quite el sustento que nunca pensaríamos que podía fallarnos. Terremotos como los recientes de Granada nos dejan dolor y tristeza, incertidumbre y caos. Pero la existencia de terremotos ha sido muy importante para determinar la apariencia de nuestro planeta y para que haya surgido la vida tal y como la conocemos.

Los terremotos son una de las expresiones más claras de la conocida como tectónica de placas. La Tierra, una gran bola de casi 6.000 trillones de toneladas, no es un sólido rígido. Desde sus orígenes, nuestro planeta, primero debido a los choques de planetesimales que iban haciendo crecer el protoplaneta, también debido a la energía liberada por isótopos radiactivos (otro día romperemos una lanza por el uranio y sus colegas), ha ido perdiendo calor. Pero aún hoy se mantiene bastante caliente en su interior, el núcleo está a unos 5000 grados centígrados, parecido a la temperatura de la superficie del Sol. La temperatura es menor a medida que nos movemos hacia la superficie, pero a 100 km de profundidad, en lo que se conoce como el manto, todavía está a 1500 °C, suficiente para que la roca esté fundida (al menos, parcialmente). El fluido de roca en el manto, como si de una olla se tratara, presenta movimientos de convección que pueden arrastrar las capas de roca sólida de la superficie terrestre, la llamada litosfera, y dar lugar a movimientos tectónicos que, eventualmente, producen actividad sísmica y volcanes.

Pero, ¿esto no era un blog de astrofísica? ¿Por qué os metéis en la camisa de once varas de la geología? Pues porque la tectónica de placas, con sus terremotos asociados, puede ser otro de los factores esenciales, seguramente no suficiente, pero quizás necesario, para que haya vida en nuestro planeta. De los tres planetas rocosos que existen en el Sistema Solar con temperaturas no demasiado altas, Venus, Tierra y Marte, solo el nuestro cuenta con tectónica de placas hoy. La Tierra es el único planeta que ahora mismo tiene vida para dar y tomar y quizás el único que ha albergado vida durante al menos un 75% de su existencia, si no el 100%. ¿Coincidencia o hay alguna relación?

La tectónica de placas, con sus volcanes, es la responsable de que tengamos la atmósfera que tenemos, que llamamos secundaria, creada en gran medida por los gases liberados desde el interior de la Tierra por las erupciones. Entre esos gases, los más importantes para la vida son el dióxido de carbono y el agua (gaseosa), cuyo efecto invernadero nos permite tener una temperatura agradable (unos 15 °C de media en el planeta) en vez de las temperaturas gélidas (-16 °C) que tendríamos sin ellos.

Las placas tectónicas devuelven parte del material de la superficie terrestre, y eso incluye tanto rocas como agua, al interior de la Tierra

Pero esto está en el haber de los volcanes, dirán, que ya los defendiste. La cuestión es que el agua liberada en forma de gas es fácil que se licúe y llueva. El agua líquida es bastante efectiva en disolver dióxido de carbono, como bien saben los que beben agua carbonatada, con lo que el llamado ciclo del agua elimina de la atmósfera los principales gases de efecto invernadero. ¡Y eso es terrible! Nos congelaríamos sin ellos. Se calcula que los océanos tienen unas 16 veces más carbono, en dióxido, que toda la biosfera. Tanto en los océanos como en los continentes, mucho del CO₂ que arrastra el agua se junta con otros minerales y forma rocas, carbonatos los llamamos. Algunos ejemplos son las piedras calizas o el mármol. Pero aun así, sigue habiendo gases de efecto invernadero en la atmósfera, no todo desaparece. ¿Por qué? Aquí es donde los terremotos vienen al rescate. Las placas tectónicas devuelven parte del material de la superficie terrestre, y eso incluye tanto rocas como agua, al interior de la Tierra. Unas placas se meten por debajo de otras, llevando sus componentes hacia el interior en lo que se conoce como subducción. Las zonas donde el material está siendo subducido hacia el manto son donde se concentran los terremotos, el proceso es a veces bastante violento. Entre el material subducido va el CO₂ que después puede ser devuelto a la atmósfera por los volcanes.

La tectónica también es la responsable directa de la extensión y los cambios de forma y características de los océanos, donde sabemos que surgió la vida. Es posible que en la Tierra joven la litosfera y su tectónica no se comportaran igual que hoy y ni siquiera hubiera continentes tan extensos como los actuales. La significativa abundancia de oxígeno en nuestra atmósfera, única en el Sistema Solar donde casi todas las atmósferas están dominadas por CO₂ o metano, pudo aparecer solo cuando se crearon continentes extensos gracias a la tectónica de placas. Efectivamente, gran parte del oxígeno liberado por las primeras algas, en un planeta quizás totalmente cubierto por agua como Waterworld o el planeta Miller de Interstellar, se pudo quedar atrapado en la corteza oceánica, rica en hierro que capta oxígeno (¡el hierro se oxida!). Pero, al emerger parte de la litosfera dando lugar a continentes, la erosión de las rocas fue mayor y pudo liberarse no solo el oxígeno sino también el CO2 de los carbonatos, que a su vez alimentó más a las algas, que crearon más oxígeno, enriqueciendo la atmósfera. Así que una Tierra plagada de terremotos esculpiendo océanos y continentes puede haber sido clave para nuestra existencia en varios aspectos.

Presentar tectónica de placas y terremotos no garantiza tener vida. El suelo vibra en la Luna, se comprobó hace 50 años en las misiones ‘Apolo’, pero no hay vida

Presentar tectónica de placas y terremotos no garantiza tener vida. El suelo vibra en la Luna, se comprobó hace 50 años en las misiones Apolo, pero no hay vida. Posibles “martemotos (nos unimos a la discusión sobre aterrizar y amartizar) han sido detectados por la misión InSight, que ahora está un poco eclipsada por la Perseverance, pero sigue operativa haciendo su trabajo muy centrado en estudios geológicos de Marte. La vida en Marte, si existe, es más simple que en la Tierra. Terremotos en Venus también puede que sean posibles, más que en Marte, cuyo interior es más frío por ser bastante más pequeño que la Tierra y Venus. Pero no tenemos ningún rover allí para comprobarlo (¡aunque sí hemos conseguido “venusizar”!). Más allá de nuestras fronteras solares hay estudios sobre la estructura interna y la posible presencia de tectónica de placas en exoplanetas, pero la detección directa (de terremotos y vida) está aún alejada de nuestras capacidades tecnológicas. En todo caso, ahí queda una nueva lanza rota, esta vez en honor a los terremotos, que no son todo destrucción.

Pablo G. Pérez González es investigador del Centro de Astrobiología, dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (CAB/CSIC-INTA)

Vacío Cósmico es una sección en la que se presenta nuestro conocimiento sobre el universo de una forma cualitativa y cuantitativa. Se pretende explicar la importancia de entender el cosmos no solo desde el punto de vista científico sino también filosófico, social y económico. El nombre “vacío cósmico” hace referencia al hecho de que el universo es y está, en su mayor parte, vacío, con menos de 1 átomo por metro cúbico, a pesar de que en nuestro entorno, paradójicamente, hay quintillones de átomos por metro cúbico, lo que invita a una reflexión sobre nuestra existencia y la presencia de vida en el universo. La sección la integran Pablo G. Pérez González, investigador del Centro de Astrobiología; Patricia Sánchez Blázquez, profesora titular en la Universidad Complutense de Madrid (UCM); y Eva Villaver, investigadora del Centro de Astrobiología

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Pablo G. Pérez González
Es investigador del Centro de Astrobiología, dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (CAB/CSIC-INTA)

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