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La desigualdad de las ciudades latinoamericanas: entre una longevidad como la alemana y la mortalidad de una zona de guerra

Un estudio descubre diferencias de más de una década en la esperanza de vida al comparar por primera vez la mortalidad de 363 urbes de nueve países

Forenses observan el cuerpo de un hombre muerto en Acapulco, en 2016.
Forenses observan el cuerpo de un hombre muerto en Acapulco, en 2016.PEDRO PARDO (AFP)
Javier Salas

La paradisíaca localidad de Acapulco, la perla del Pacífico, es un destino turístico muy deseado por sus kilómetros de playas. Pero fuera de los hoteles, la situación no parece un paraíso: el 19% de las muertes de la ciudad se deben a la violencia que aterroriza sus calles, uno de los porcentajes más altos de Latinoamérica. La esperanza de vida al nacer allí para un hombre es de apenas 63 años. Son 14 años menos que los años que rondan en muchas ciudades de Chile, Perú y Costa Rica. Una demostración de las gigantescas desigualdades que se dan entre las ciudades latinoamericanas y que pone de manifiesto un estudio que se publica hoy en Nature Medicine, en el que se analiza la longevidad y mortalidad de 363 urbes de nueve países.

La violencia es una de las causas de fallecimiento más brutalmente desiguales del continente. En las tablas destacan ciudades como Acapulco o Porto Seguro (Brasil), con porcentajes similares a los que se pueden dar en Irak, mientras que en el otro extremo aparecen urbes como Lima (Perú) o Valparaíso (Chile) con porcentajes bajísimos y niveles de esperanza de vida comparables a los de países ricos. “Lo que aquí hacemos es mostrar que dependiendo de la ciudad en la que vivas, tu esperanza de vida va a variar un montón”, afirma uno de los autores del estudio, Usama Bilal, de la Universidad Drexel (EE UU). Y aunque la violencia está muy asociada los hombres, las mujeres también son víctimas. “La ciudad con menor esperanza de vida en mujeres mexicanas es Juárez, precisamente”, apunta Bilal, en referencia a una ciudad conocida por sus numerosos feminicidios.


“Normalmente comparamos la esperanza de vida de países que la tienen muy alta, como España y Japón, con otros que la tienen muy baja, como Afganistán y Botsuana”, explica este epidemiólogo “Pero aquí vemos que dentro de un mismo país, como México o Brasil, hay ciudades con esperanza de alta muy alta y muy baja: tenemos datos como los de Alemania y menores que los de India, como en Acapulco. Dentro de México tenemos muchos países distintos”, añade Bilal. Una de las cosas que llama la atención de los investigadores de todos estos países es también las diferencias en las causas de muerte entre ciudades del mismo país. Las regiones del norte de Argentina, con un dato muy alto de muertes por enfermedades infecciosas, tienen un perfil muy distinto al de Buenos Aires. Brasil, por ejemplo, tiene patrones muy distintos de violencia: poca en el sur y valores altísimos en el norte.

Si algo resalta de esta investigación es que no es la ciudad como tal —en contraposición a lo rural— la que genera unas condiciones de salud, sino el tipo de ciudad. “Estudios como este son importantes porque sugieren que las políticas urbanas tienen impacto sobre la salud. Mejorar la salud en las ciudades requiere políticas en intervenciones que van mucho más allá de la atención médica”, señala Ana Diez Roux, investigadora principal del proyecto SALURBAL (Salud Urbana en América Latina). La muestra la componen las ciudades de más de 100.000 habitantes de los nueve países que cuentan con científicos en el proyecto: Colombia, México, Chile, Perú, Brasil, Argentina, Costa Rica, Panamá y El Salvador. En este estudio se han usado datos desde 2010 hasta 2016.

Los investigadores analizaron qué factores están asociados al nivel de esperanza de vida y encontraron que lo más decisivo es lo que llaman el índice de entorno social, una mezcla de cuatro indicadores: la proporción de gente que ha completado la educación primaria, que tiene acceso a agua en su casa, que está conectada a la red de saneamiento y, por último, la proporción de habitantes que viven en situaciones de hacinamiento. “Esto implica de que la ciudad está más desarrollada, económica y socialmente. Y vemos que es muy predictivo de la esperanza de vida”, resume Bilal, que recibió en 2018 dos millones de dólares para estudiar cómo afectan las ciudades a la salud de las personas. El proyecto implica analizar más de 700 ciudades en todo el continente americano, incluyendo EE UU.

Este mismo equipo publicó en diciembre de 2019 otro estudio en el que estudiaba estos mismos factores dentro de las ciudades, y descubrieron datos como que una mujer que reside en una de las zonas menos favorecidas de Santiago de Chile vivirá 18 años menos que otra mujer que viva en un barrio rico de su misma ciudad. “Aquí vemos hasta 14 años de vida entre ciudades, pero si miráramos dentro de las ciudades observaríamos todavía más desigualdad: si comparáramos al pobre de Acapulco con el rico de Santiago las diferencias serían muchísimo mayores”, indica Bilal.

Uno de los principales problemas que han tenido a la hora de recoger y analizar los datos es un fenómeno, el del infraconteo: no todas las muertes acaban en el registro civil. “Si no las tenemos contabilizadas, puede parecer que la esperanza de vida es mayor de lo que realmente es. Es un problema muy grande en Perú, donde un alto porcentaje de las muertes, en torno al 40%, no se registraban”, afirma Bilal. Aunque aplicaron métodos estadísticos para corregirlo, puede explicar que haya ciudades peruanas en las que la esperanza de vida de los hombres se muestra tan alta. En este estudio se han usado datos de 2010 a 2016.

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Sobre la firma

Javier Salas
Jefe de sección de Ciencia, Tecnología y Salud y Bienestar. Cofundador de MATERIA, sección de ciencia de EL PAÍS, ejerce como periodista desde 2006. Antes, trabajó en Informativos Telecinco y el diario Público. En 2021 recibió el Premio Ortega y Gasset.

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