Tras los pasos de los terribles reptiles que reinaron antes que los dinosaurios
Un grupo de paleontólogos halla cientos de huellas fosilizadas al sur de Bolivia, las más antiguas del país, producidas hace 235 millones de años por enormes reptiles parientes terrestres de los cocodrilos
No son diez. Ni cincuenta. Son, más bien, centenares de huellas fosilizadas. “Es imposible evaluar su cantidad”, asegura Sebastián Apesteguía.
Hace más de diez años, este paleontólogo argentino llegó al megayacimiento de Tunasniyoj y Ruditayoj, acompañado por su colega Pablo Gallina. Allí, en medio del silencio y el calor agobiante del sur de Bolivia, los investigadores se encontraron con un verdadero tesoro al nivel de sus pies: un campo minado por huellas fósiles magníficamente conservadas de animales del pasado.
Bolivia es uno de los países con mayor variedad y cantidad de huellas de este tipo en el mundo con sitios como Cal Orcko, declarado Monumento Natural Paleontológico nacional en 1998. “Todas las otras huellas encontradas en el país corresponden al Cretácico Superior”, cuenta Apesteguía, investigador de la Fundación Azara/Universidad Maimónides. “Tienen ‘solo’ 70 millones de años”.
Por eso, en su momento los científicos consideraron en un estudio de 2011 que estos rastros hechos por animales cuadrúpedos habían sido dejados por los últimos dinosaurios. Solo con el tiempo se darían cuenta cuán equivocados estaban.
En 2018, Apesteguía regresó con un equipo más nutrido de investigadores a la zona -un valle cerca del pueblo de Icla, a 100 km al sureste de Sucre- para volver a analizar aquellos planchones de arenisca cubiertos de pisadas.
Los estudios geológicos y paleoambientales realizados en el lugar cambiaron lo que pensaban: revelaron que las huellas eran en realidad mucho más antiguas. “Pertenecen a mediados del período Triásico, es decir, hace 235 millones de años. Sus productores no habrían sido dinosaurios sino los depredadores que les precedieron”, señala Apesteguía en un artículo publicado hace unos días en la revista Historical Biology. “Las huellas fueron dejadas por enormes animales lejanamente emparentados con los actuales cocodrilos: los rauisuquios”.
Devoradores de dinosaurios
Hace más de 230 millones de años, cuando los actuales continentes estaban apiñados en un supercontinente único llamado “Pangea” -que significa en griego “toda la Tierra” y fue nombrado así por el geofísico alemán Alfred Wegener en 1915-, los dinosaurios eran pequeños y huidizos y recién se asomaban al mundo.
Por entonces, los reyes eran otros: los rauisuquios, enormes reptiles parientes terrestres de los cocodrilos, de entre 3 y 10 metros de largo. “Dominaron el planeta durante 80 millones de años”, dice Apesteguía, investigador del Conicet. “Entre hace 280 y 200 millones de años”.
Restos fósiles de los rauisuquios fueron encontrados en varias partes del mundo, pero especialmente en Sudamérica. Por ejemplo, en Ischigualasto (o el “Valle de la Luna”) en la provincia argentina de San Juan. Allí habitaron animales colosales como el Saurosuchus galilei o el Fasolasuchus.
En el mundo en el que vivieron estas criaturas predominaban los desiertos. Todavía no existían las flores, pero había helechos con semilla, que estaban extendidos por todos los continentes. Al ser reptiles, los rauisuquios podían vivir en estos ambientes muy áridos y de escasez de agua.
Con mucho menos marketing que el T. rex, estos animales de cráneos enormes llenos de dientes curvos y dentados eran tan o más aterradores: se alimentaban de los primeros dinosaurios herbívoros, así como de los parientes lejanos de los mamíferos, los cinodontes.
Hasta que un día desaparecieron. “Las causas de la extinción de estos animales no son bien conocidas. No ha sido una de las más grandes extinciones pero sí lo suficientemente importante para barrer con los principales depredadores en el Jurásico”.
Esto allanó el camino para que los dinosaurios se convirtieran en los grandes animales terrestres dominantes. Además de sus huesos, garras y dientes, los rauisuquios dejaron atrás incontables huellas, rastros de su antigua presencia, como estas impresiones en el departamento boliviano de Chuquisaca. “Las huellas fosilizadas de estos vertebrados nos permiten ‘ver’ animales extintos en movimiento, proporcionando información valiosa sobre distintos aspectos del comportamiento y de la ecología”, indica el icnólogo Paolo Citton, del Instituto de Investigación en Paleobiología y Geología, de la Universidad Nacional de Río Negro de Argentina. “Me sorprendió la cantidad de huellas preservadas en estos sitios dejadas por individuos distintos”.
Si ya la paleontología es bastante detectivesca, los icnólogos son los Sherlock Holmes de esta ciencia. Siguen rastros y reconstruyen cómo eran, cómo se movían e interactuaban animales prehistóricos sin excavar un hueso. Estos especialistas trabajan con todo tipo de vestigios o trazas, es decir, cualquier indicio de la actividad biológica de un ser viviente: de huellas a excrementos fósiles (o coprolitos). “Observamos las rastrilladas y luego tomamos varias medidas para sacar información sobre los productores y la anatomía de las patas”, cuenta Citton. “Nos tiramos literalmente al piso y dibujamos todo. Tuvimos la suerte de poder trabajar con trazas bastante informativas: sacamos información por ejemplo sobre el número y la orientación de los dedos y garras, sobre cómo estos animales apoyaban las patas durante la locomoción, y si eran bípedos o cuadrúpedos”.
Así vistas, las huellas fosilizadas funcionan como fotografías en el tiempo: cuentan sobre una gran variedad de comportamientos de animales del pasado en un momento particular. Informan sobre la presencia de antiguas criaturas en un lugar determinado y lo que estaban haciendo en el entorno en que habitaban.
Carreteras de reptiles
La nueva datación convierte a estos restos en las huellas de animales terrestres más antiguas de Bolivia. En el yacimiento se ven centenares de huellas aisladas, pero en algunos casos se observan otras de animales caminando juntos. Con técnicas digitales, los icnólogos del grupo realizaron modelos tridimensionales de las impresiones y de toda la superficie.
“Hay rastros de un adulto acompañado por huellas del mismo tipo, pero mucho más pequeñas”, dice Apesteguía. “Esto nos hace pensar que estaba acompañado por sus crías”.
En otras zonas, las impresiones de cinco dedos se acumulan: podría tratarse de rastros de agrupamientos de animales en un oasis.
“Este hallazgo es bastante especial porque este tipo de huellas no suelen aparecer en tanta cantidad”, advierte la icnóloga Silvina de Valais, investigadora de la Universidad Nacional de Río Negro, en la ciudad argentina de General Roca. “Para una mejor comunicación, los icnólogos les ponemos nombre a las huellas. Este tipo de huellas se llaman Brachychirotherium o braquiquirotéridas”.
La variedad de los rastros llevó a los científicos a pensar que habrían sido dejados no solo por rauisuquios sino también por otros animales contemporáneos: reptiles herbívoros acorazados llamados aetosaurios. “Estas especies se solían mover más en grupo que los depredadores, usualmente más solitarios”, cuenta Apesteguía. “En ambos casos, se trata de varias especies de animales que varían entre los tres y siete metros de longitud”.
Los investigadores piensan que el terreno por el que caminaron estos animales en las arenas de lo que hace más de 230 millones de años era el Desierto Central de Pangea estaba húmedo. En algún momento, se secó levemente y decantó sedimento muy fino que fijó las huellas. La erosión hizo su trabajo durante millones de años y ayudó a conservarlas intactas hasta nuestros días.
“Aún tenemos varios interrogantes”, advierte de Valais. “¿Se movían en manada? ¿Hacían migraciones? ¿Iban y venían por los mismos sitios, quizás año tras año? Son preguntas muy interesantes que guiarán futuros trabajos por años”.
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