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La rana que muestra el rastro de una Antártida llena de vida

Varios estudios sugieren que el continente tuvo un papel clave en la dispersión y la diversificación de especies

Un paleontólogo en el sitio de la rana en la isla Seymour, en el norte de la Península Antártica.
Un paleontólogo en el sitio de la rana en la isla Seymour, en el norte de la Península Antártica.Federico Degrange (MSCN)

Hubo una época en la que había vida terrestre y pequeños ríos se deslizaban entre las montañas de la península antártica. La temperatura no bajaba de unos cuatro grados y alcanzaba casi los 14. Su clima se podría comparar al de zonas de la actual Patagonia. Fue hace menos de 50 millones de años, durante el Eoceno, cuando todavía crecían palmeras y baobabs. Diferentes especies como ranas, ungulados, marsupiales y gusanos terminaron muriendo cuando el continente empezó a enfriarse hace unos 35 millones de años.

La rana chilena es el último ejemplo que la comunidad científica ha sacado a la luz. En el área de la isla Seymour, en el norte de la península antártica, Thömas Mors, del departamento de paleontología del Museo Sueco de Historia Natural, buscaba restos de mamífero entre los escombros del hielo, pero encontró un trozo de cadera diminuto. “¡Tengo aquí una rana!”, exclamó. La llevó al laboratorio con la excitación de tener entre sus manos el primer fósil de anfibio jamás encontrado en la Antártida. Tras varios años recreando el puzle del esqueleto de este animal, concluye que, en efecto, se trata de la especie Calyptocephalella, acostumbrada al clima templado y que tiene 44 millones de años, según publica en Scientific Reports.

Marcelo Reguero, un paleontólogo del Instituto Antártico Argentino que lleva unos 30 años trabajando sobre el terreno, explica que este descubrimiento completa el panorama climático que están reconstruyendo. “Hasta ese momento no teníamos registro de vertebrados con indicadores sensibles al clima. Estas ranas viven en una franja climática de templado-cálido a cálido”, comenta.

Reconstrucción de la rana del Eoceno en la Península Antártica.
Reconstrucción de la rana del Eoceno en la Península Antártica.Simon Pierre Barrette / José Grau de Puerto Montt

“Nos llevó un cierto tiempo confirmar que es una rana que sigue viviendo hoy”, comenta. En Chile, se pueden encontrar unas cinco especies de este anfibio, que mide entre ocho y 20 centímetros y comparte parentesco con algunas familias de Australia y Nueva Guinea. “Este hallazgo es muy representativo porque vincula la Antártida con todos esos lugares”, añade el experto. Mörs está convencido de que todavía se esconden muchas especies bajo el hielo que permitirán recrear un modelo de lo que era la Antártida millones de años atrás.

Esperma de gusano y nenúfares

Durante otra de sus expediciones, Mörs ya se sorprendió con un hallazgo que él considera “muy especial”. Mientras exploraba el sitio, se topó con algo flexible y muy pequeño, de poco más de un milímetro. “Pensé que era una semilla o algo de una planta”, cuenta. “Se lo di a un compañero que supo directamente lo que era. ‘Es un capullo de gusano’ me dijo mientras yo alucinaba”, añade.

Los investigadores, que publicaron sus resultados en Biology Letters, detectaron en el interior restos de esperma de unos 50 millones de años. “Fue increíble. Es muy poco común encontrar espermatozoides fosilizados”, cuenta Mörs. El capullo se parecía al de un gusano de tierra de la clase Clitellata y, tras analizar detalladamente la morfología de estos microorganismos, los expertos concluyeron que se trataba de un tipo de sanguijuelas que parasita los cangrejos de río que viven en las aguas dulces y que solo se encuentran en el hemisferio norte.

Tenemos una reconstrucción ambiental de lo que era la Antártida entonces, con su gran diversidad faunística, sus hojas, sus troncos, sus ríos y sus bosques
Marcelo Reguero, del Instituto Antártico Argentino

Algunos años después, Mörs publicó otro artículo en Plant Systematics and Evolution donde describe el primer fósil de un nenúfar de la misma edad que la rana, de unos 40 millones de años. Aunque también se encuentren este tipo de especies en el hemisferio sur, las muestras obtenidas prueban que la taxonomía corresponde a las familias que se encuentra en el norte. Una evidencia más que demuestra que en la Antártida hubo un clima templado y húmedo y que interesa particularmente a Reguero. “Lo más importante es que todo esto fue encontrado en el mismo sitio, en el mismo horizonte y cabe recordar que no fue cuestión de insularidad. Esa vida terrestre pertenecía al continente”, asevera el experto argentino.

Monito del monte y perezosos

Hace unos 40 años, un grupo de investigadores encontró en la Antártida los primeros restos de un mamífero que sigue viviendo hoy en Australia y en Patagonia. Se trata del monito del monte que pertenecía a la familia marsupial Polydolopidae. Los fósiles se recuperaron de rocas de unos 40 millones de años en el mismo lugar que explora Thomas Mörs en la isla Seymour. Estos animales descubiertos fortalecieron la idea de que los marsupiales australianos se originaron en especies sudamericanas que se dispersaron por la Antártida cuando Australia todavía estaba unida a ella, hace unos 56 millones de años, según cuenta el estudio publicado en Science en 1982.

Lo más importante es que todo esto fue encontrado en el mismo sitio, en el mismo horizonte y cabe recordar que no fue cuestión de insularidad. Esa vida terrestre pertenecía al continente
Marcelo Reguero, del Instituto Antártico Argentino

Desde entonces se han registrado 10 especies de marsupiales en la Antártida relacionadas con las de Patagonia que vivían en la misma época, pero de un género distinto. El experto sueco cree que el Eoceno funcionó como una barrera entre la Antártida y América del sur y en cada lugar evolucionaron especies endémicas. Reguero, por su parte, asegura que esa gran cantidad de animales diversos que encontraron fueron cruciales para reconstruir esa época. “Gracias a ello. tenemos una reconstrucción ambiental de lo que era la Antártida entonces, con su gran diversidad faunística, sus hojas, sus troncos, sus ríos y sus bosques”, enumera.

Dentro de 40 millones de años, debido a los cambios globales, es posible que algunas especies vuelvan a vivir en ese lugar donde un día existieron. Reguero está convencido de que este continente sin vida terrestre y dominado por especies invasoras, podría ser apto de nuevo para acoger a todas estas especies. “Pero para ello, tenemos que estar seguros de que todas ellas, las que viven ahora en otras zonas, sobrevivan hasta entonces”, concluye Mörs.

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