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Una lección africana

Un hospital de Durban se investiga a sí mismo y descubre las fugas del coronavirus

Una trabajadora sanitaria enseña a lavarse las manos a los niños del suburbio de Umlazi, cerca de Durban (Sudáfrica), el 4 de abril de 2020, para detener el contagio por coronavirus.
Una trabajadora sanitaria enseña a lavarse las manos a los niños del suburbio de Umlazi, cerca de Durban (Sudáfrica), el 4 de abril de 2020, para detener el contagio por coronavirus.Rogan Ward/REUTERS
Javier Sampedro

El hospital San Agustín de Durban, Suráfrica, ha publicado en su web el estudio más detallado hasta la fecha sobre la propagación del coronavirus en un centro sanitario. Son las cosas que pasan estos días, que no hay tiempo para seguir los fatigosos procedimientos que suelen regir la publicación científica, pero no hay ninguna razón obvia para dudar de la veracidad del informe, y sus resultados merecen un buen vistazo. El 9 de marzo, una persona que acababa de volver de Europa se presentó en el servicio de urgencias del centro sanitario de Durban con síntomas de covid-19. Solo pasó allí unas horas, pero eso fue bastante para que contagiara a una abuela que ingresó en ese momento con un infarto. No solo compartieron la sala de urgencias, sino también al médico. Es lo que tienen los servicios de emergencias, que el mismo personal tiene que valer para un roto y un descosido.

Cuatro días después la abuela infartada empezó a tener fiebre, y otros cuatro días después contagió de covid-19 a una enfermera y a otros cuatro pacientes que andaban por ahí. Una de ellas era una mujer de 46 años con un cuadro grave de asma, y que estaba ingresada en la cama de enfrente. Las dos murieron poco después. En total, el brote de esa sola clínica, llevado allí por una sola persona que había viajado a Europa, ha causado el contagio de 39 pacientes, 80 sanitarios y la muerte de 15 de ellos. En aquel momento, esa cifra era nada menos que la mitad de las muertes por covid-19 registradas en la provincia surafricana. Resulta llamativo, y nos devuelve al debate sobre los supercontagiadores y su papel clave en la propagación de esta pandemia. Es un fenómeno que debemos tener muy en cuenta para planificar la desescalada y gestionar sus fases.

Otro dato interesante es que, una vez inoculado el virus de origen europeo en el hospital San Agustín, la transmisión de paciente a paciente ha sido un factor menor. La mayor parte de la propagación por el hospital ha viajado a través del personal médico y sus equipos de trabajo, de los termómetros a los fonendos y a los tensiómetros. No es de extrañar que la mayoría de los infectados sean empleados del centro. Fueron ellos quienes más propagaron el virus entre sí y a los nuevos pacientes. Sin las medidas de protección adecuadas, las médicas y los enfermeros no solo se juegan su vida, sino también la nuestra. Ojalá los políticos se hagan conscientes de ese problema antes de aplicar los siguientes recortes sanitarios.

La actitud del hospital San Agustín es admirable. Sospechando que habían cometido errores, han investigado a fondo sus datos y han identificado los puntos débiles por los que se escapa el coronavirus en un centro sanitario. Estamos acostumbrados a publicar la ciencia que sale bien, pero igual de importante es conocer lo que ha salido fatal. Una lección africana.

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