Contra el optimismo
Las tres grandes pandemias del siglo XX no cambiaron el mundo ni la doctrina económica. La actual tampoco lo hará
Leo y oigo a analistas que parecen confiados en que el coronavirus transformará la sociedad, generará un mundo pospandémico más luminoso y justo que el anterior, cambiará las prioridades de la política y las doctrinas de la economía. Yo creo que se equivocan. Esta no es mi primera pandemia, aunque sí la peor, y vislumbro por experiencia lo que ocurrirá cuando se acabe. La gente se olvidará del coronavirus, los daños económicos acabarán asumidos por las clases bajas y medias, la ciencia volverá a no importarle a nadie y la desigualdad intolerable seguirá medrando en unos sistemas económicos que ya estaban al límite de la maldad psicopática. Llamadme cenizo, pero ya empiezo a estar harto de tener razón, como decía el matemático loco de Parque Jurásico cuando se escapó el tiranosaurio.
Más en general, todos los periodistas sabemos que la opinión pública es extremadamente fugaz y antojadiza. Los medios llevamos semanas volcados en la pandemia porque, de momento, nadie puede pensar en otra cosa, pero en el mismo instante en que el confinamiento se relaje o se descubra una vacuna eficaz, las primeras páginas se tendrán que dedicar a otra cosa, porque el público estará estragado del coronavirus y querrá volver a sus asuntos cotidianos Y los medios, recuerden, nos debemos a nuestro público. Una parte de la prensa, de hecho, fiel a la voz de sus amos políticos, ya no ha podido aguantar más y ha recuperado su estrategia imprudente de derrocar a cualquier precio a este Gobierno infectado de comunistas e independentistas, con el agravante nauseabundo de utilizar una grave crisis nacional e internacional para sus intereses de parte. Imaginen lo que ocurrirá cuando acabe la pandemia. Nada.
El empleo se está perdiendo a chorros, es cierto, pero ¿ustedes creen que vamos a extraer alguna lección de eso cuando el virus se estabilice? El empleo ya se perdió a chorros en la crisis financiera de 2008, y la vida de la gente no mejoró mucho cuando los parámetros macroeconómicos se recuperaron. Trabajo basura, contratos por horas, pérdida general de poder adquisitivo, penalidad y miseria. La desigualdad no solo siguió siendo tan escandalosa después de la crisis como ya lo era antes, sino que perseveró en su tendencia. Ahora creemos que somos más sabios y que aquello no se volverá a repetir, pero la realidad no se aviene, como ya empezamos a ver con la insolidaridad de los países más ricos de Europa. De África ni hablemos.
La ciencia y la medicina a la que tanto elogiamos ahora volverán a sufrir recortes y privatizaciones, porque las prioridades volverán a ser otras, algunas justificables y otras inconfesables. Las tres grandes pandemias de gripe del siglo XX mataron a un montón de gente, pero no cambiaron el mundo ni la doctrina económica. El coronavirus tampoco lo hará. Sinceramente, no sé a qué viene tanto optimismo sociológico.
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