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MICHELLE BACHELET
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La moderación de las izquierdas

Si lo que el progresismo requiere es tener alguna chance de éxito, esto obliga a elegir entre los dos Gobiernos de Bachelet, los que fueron sumamente distintos

Gabriel Boric y Michelle Bachelet
El presidente Gabriel Boric junto a la ex presidenta Michelle Bachelet, en la casa central de la Universidad de Chile, en Santiago, Chile.Sofia Yanjari

No corren buenos días para experimentos políticos ni para innovaciones de izquierdas. El torbellino ideológico que Trump prefiguró durante su campaña presidencial es, ahora, un huracán político tras el anuncio de varias órdenes ejecutivas que sacuden lo que hasta hace poco era un orden neoliberal mundial: está por verse si el adjetivo neoliberal seguirá siendo pertinente de ahora en adelante para caracterizar el capitalismo, dada la naturaleza proteccionista y salvaje que este sistema está adoptando. Bravuconadas o no, los anuncios de alzas arancelarias, retiros de organismos multilaterales, retorno a la edad de plástico (back to plastic!, posteó el ahora jefe de Estado) y tantas otras cosas disruptivas están teniendo efectos globales, a lo que se suma la euforia de la internacional reaccionaria recientemente reunida en Madrid bajo la batuta de Santiago Abascal.

Chile no está ajeno a este festival del ultraconservadurismo. En este lejano país del extremo occidente, se están abriendo paso dos derechas ultra, indistinguibles una de otra: por una parte, el consolidado Partido Republicano que ya parece tradicional con su desgastado líder José Antonio Kast, y por otra parte la creciente alza en adhesión del candidato libertario Johannes Kaiser (cuyo éxito en las encuestas ha llegado a atemorizarlo, buscando primarias presidenciales y condicionando su propia candidatura a que las encuestas lo coloquen en torno al 20% de las preferencias). Si bien la candidata de la centroderecha tradicional Evelyn Matthei lidera con holgura en las encuestas, la suma de las tres candidaturas se aproxima a un impresionante 50%.

No puede entonces haber peor clima de opinión para las izquierdas gobernantes: hasta ahora, su teórica tabla de salvación ha sido el férreo apoyo del que goza el presidente Gabriel Boric: 30% de confianza presidencial contra viento y marea, a pesar de todo tipo de chapucerías en la administración cotidiana del Estado y la gestión de la realidad mediante políticas públicas. Esta enigmática confianza de la que goza el presidente lo acerca al piso del 38% que cualquier candidato de izquierda debiese alcanzar si se toma como parámetro el 38% de los votos que obtuvo la opción apruebo en 2022 a un texto constitucional en cuya confección no hubo ningún tipo de transacción con las derechas.

Esto significa que cualquiera sea la candidatura presidencial de izquierdas en los comicios de fin de año, hay muy poco espacio programático para ideas progresistas de avanzada: el ecosistema nacional, así como el des-orden mundial son demasiado hostiles. Esto prefigura, entonces, una oferta programática moderada, de centroizquierda, un poco a la manera de lo que acaba de lograr el Frente Amplio uruguayo cuyo líder Yamandú Orsi celebró su triunfo presidencial en nombre del crecimiento económico y de la seguridad pública.

El gran problema de las izquierdas es su credibilidad después del fracaso de la primera propuesta de nueva Constitución, y con el trasfondo de incontables chapucerías que, a decir verdad, han sido irritantes. Estas izquierdas tienen pocas chances de victoria en la próxima elección presidencial de fin de año, y arriesgan mucho en la elección de diputados y senadores. De tener éxito (una hipótesis en absoluto descartable), se deberá no solo a fallas de coordinación de las derechas, sino a decisiones irracionales de los partidos del sector.

Hoy por hoy, la candidatura de Michelle Bachelet tiene chances considerables para imponerse, sin competencia, en esa sopa de letras que son las izquierdas, las que penan en redactar alguna frase. La gran virtud de la expresidenta es que ha sabido transformarse en el común denominador del progresismo, evidenciando la incapacidad de los partidos en producir un recambio generacional para fines presidenciales. Hay algo muy profundo que está ocurriendo en los partidos progresistas y comunista para que la expresidenta Bachelet sea por tercera vez candidata (lo que aproxima a Chile del gran dilema brasileño, cuyo recambio no se ha producido debido a la permanencia de Lula y a las inercias del PT). En cuanto a la orientación del programa, es imposible soslayar los datos de contexto con los que inicié esta columna: si lo que se requiere es tener, pragmáticamente, alguna chance de éxito, esto obliga a elegir entre los dos Gobiernos de Bachelet, los que fueron sumamente distintos. Si de izquierda moderada se trata (en modo Frente Amplio uruguayo), entonces el futuro eventual se aproxima más al primer Gobierno de Bachelet que al segundo: proyectado al presente, se trataría de algo parecido a una socialdemocracia de emergencia, ante una internacional reaccionaria que actúa como si el presente fuese un festival, y el futuro le perteneciera.

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